Son dos
personajes de época; uno la protagonizó de jugador y otro de entrenador. Zidane es fantasía, modestia y glamur,
y Guardiola sencillez, imaginación y método. El francés fue figura
mundial en el césped y el español, habiendo sido un extraordinario jugador de
club, alcanzó la gloria en su primera experiencia como técnico de relieve,
justo el camino que aquél inicia ahora. Y les une también la emoción, la elegancia
personal y la deportiva; ambos fueron y son pasionales, pero prudentes y
educados tanto en el triunfo como en el fracaso, esos dos impostores, que
escribió el inglés Kipling en su
aleccionador poema “If”. Y ahora les vuelve a unir la crítica por estar en
primera línea de fuego, aunque haya también claras diferencias entre estos dos
fascinantes personajes.
Guardiola
tuvo el inmenso mérito de hacer del Barça y su juego la referencia mundial del
fútbol durante varias temporadas, basándose en la cantera culé y en la maestría
que se imparte en la Masía desde Laureano
Ruiz, con fieles remembranzas “kruyffsistas”, hasta cuajar la historia más
brillante y difícilmente repetible de los azulgranas y de cualquier otro club.
Y ese mismo éxito es el fielato que le pusieron después en Alemania y ahora en
Inglaterra para reverdecer los laureles unánimes de todos, salvo los
periodistas y aficionados contrarios de bufanda extrema.
A Zidane,
por el contrario, todavía se le espera, a pesar de haber triunfado también a la
primera en el club más exigente del mundo, el Real Madrid, ganando su trofeo
fetiche en Europa. Y tiene lógica ese compás porque aún no ha encontrado el
sistema de juego que identifique a los blancos, más allá de imponer el sentido
común con Casemiro en el eje y Kroos y Modric al mando, amén de dar una patente de corso al trío atacante
que don Florentino gusta disfrutar
en su equipo, por muy discutible que sea en ocasiones. En este sentido, el
francés se parece a otro técnico español: Luis
Enrique, que empezó a triunfar con idéntica aplicación en el suyo,
aparcando su tendencia natural a las rotaciones; otro trío de ases que también
es obligado por Can Barça bajo mando argentino. Pero claro, cuando se descose
la columna vertebral asoman las vergüenzas. En el Madrid es la ausencia del
medio centro brasileño, la de Ramos
y la de Modric, al margen de los altibajos del mejor goleador: Cristiano. Y en el Barça la de Piqué e Iniesta, que con Busquets
forman el auténtico tridente insustituible blaugrana, más allá de la omnipresencia
del mejor del mundo: el mandón Messi.
En la reciente jornada de Champions tuvimos la prueba de lo que afirmamos.
Zidane se dejó llevar por su tendencia al
espectáculo y por una sumisión impropia a los criterios “superiores”, que él
conoce bien. Las flores presidenciales a su figura en la última asamblea de socios
tienen esa contrapartida; ya veremos cómo se marchitan si no endereza esta
temporada la nave con solvencia. Y salió en Varsovia con solo dos medios y
cuatro delanteros, que además se estorbaban por el centro, para no quitar a
Cristiano o Benzema ante la
titularidad de Morata. El partido le
dio una oportunidad de oro para rectificar cuando se puso en franquía de dos
goles, pero no supo rectificar, sustituyendo a un delantero por un medio para
amarrar el resultado.
Y en
Manchester hubo otro detalle para el recuerdo. Guardiola, perspicaz y con el
juego perdido, le hizo el avión a Luis Enrique cambiando las posiciones de Silva y De Bruyne, y el acoso del belga al súper atareado Busquets, metido
entre centrales, aparte de su calidad y
rapidez, variaron el panorama. Pero, refrendando que el fútbol es más juego que
ciencia, también pudo salirle bien a Zidane y a Luis Enrique. De haber estado
fino Cristiano el Madrid hubiera marcado más goles, y el Barça, con Neymar o Suárez más acertados, hubiese puesto una distancia inalcanzable en
la primera parte.
En el fútbol
hay una explicación para casi todo y, al margen de las características de
ciertos personajes, pasamos sin ruborizarnos de unos principios a otros como
los hermanos Marx. Y siendo un juego,
siempre es mejor sonreír. Si no, recuerden los fallos inusuales de Sergi y Ter Stegen o el balonazo al
larguero de Vázquez en el último
segundo. ¡Ay, el azar!
Mientras, el
legionario Simeone, el valeroso Emery, el flemático Ancelotti y el innovador Sampaoli caminan firmes. De Mourinho, mejor hablamos otro día.
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