Desde el
2013, adivinar el juego de la selección española es sencillo. Bastan los
primeros diez minutos para saber qué va a hacer. Si empiezan sus jugadores con
pases horizontales o atrás, habiendo espacio para ponerle el balón al compañero
unos metros por delante, ya está todo explicado. Luego viene el no llegar al
balón antes que el contrario, perder la mayoría de disputas del balón, fallar
en los últimos pases, controlar con el muelle de la bota en lugar de con su
cara amable propiciando que el balón se aleje, etc. Es la España de la marcha
atrás.
Contra
Macedonia se empezó así y solo gracias a la ineficacia de sus delanteros no
empezamos perdiendo por dos a cero en la primera media hora. Si tenemos
enfrente una selección notable, con muy poco nos hubieran dado un doloroso
baño. Así empezaron los de Del Bosque en el último Mundial y en el reciente Europeo. El
resultado, la mediocridad por bandera y el fracaso de la otrora campeona. El
sábado, los de Lopetegui se
escaparon del ridículo por chiripa; la suerte que tuvieron con el primer gol,
marcado por un defensa macedonio en propia puerta. Luego vino el afortunado
tanto de Vitolo, tras un lío en el
área contraria después de una buena jugada de Thiago — ¡por fin! — y los
otros dos, de buena factura, como propina ante una selección que ya se había
desmadejado buscando el gol.
He remarcado
la acción del hijo españolista de Macinho,
al que le tengo simpatía y admiración por su preferencia y por su juego, porque
muchos pensaban, con Del Bosque al frente y yo también, que podía ser el sustituto natural de Xavi. Pero todavía hay demasiada
diferencia entre uno y otro. Thiago atesora una calidad comparable sin llegar
al manejo ambidiestro del pase en el de Tarrasa. Maneja la pausa y el tiempo en
su media vuelta sin alcanzar la ductilidad de Xavi para salir igual de bien por
derecha que por izquierda. Conduce con descaro y finura el balón, pero le falta
el giro pasmoso de cuello, para orientarse y detectar a los contrarios, del
mejor centrocampista que ha dado España; parecía que tenía una elasticidad de
360 grados. En llegada y gol hasta pueden igualarse, pero aun le falta mucho
para disputarle la primacía del último pase; el del medio gol. Y le falta, al
fin, levantar más la cabeza de verdad y aprovechar el tacto de su bota para
conducir la pelota. Así ganaría la décima de segundo necesaria en el juego de
toque, en el pase y en el disparo; aunque parece que atesora esa decisiva
capacidad, engaña porque tiene la pose de la cabeza elevada sin perder nunca de
vista, sin embargo, el esférico. El resultado es un juego más lento por las
décimas de segundo perdidas.
Y justo eso
es lo que decíamos al principio como diferencia entre un espectáculo de toque
excelente, el famoso tikitaka que tanto nos dio, y el juego aburrido de ahora
de nuestra selección. Por eso he tratado de especificar, como emblema de lo que
sucede, las diferencias entre los dos canteranos culés. ¿Que parecida distancia
existía entre el Xavi del 2008 al 12 y el de después?, pues también, porque los
años dejan secuelas físicas. Como tantas veces hemos referido, la velocidad es
lo que diferencia a un buen jugador de otro extraordinario. Y ese es el
problema que tiene actualmente la Selección Española. Ni Thiago es Xavi ni Morata, Costa o Adúriz —meritísimo— son Villa. Ni Piqué o Ramos, por buenos que sean, alcanzan la
rapidez de Pujol. Y, no nos
engañemos, también nos falta un Luis
Aragonés que reinvente una selección ganadora. Del Bosque no lo fue, aunque
tuviera la sabiduría de aprovechar la herencia alargando el rendimiento del
excelente plantel que le dejó dibujado el madrileño, y Lopetegui todavía no ha
tenido tiempo ni lugar. Necesita ambas cosas, aparte de vertebrar una columna
adecuada, —su pasillo de seguridad, que diría don Luis —que todavía no tiene. De Gea y Busquets, al que también se le nota el paso del tiempo, igual que a
Silva, aunque haya ganado en
colocación; son tres vértebras básicas, pero le faltan dos existenciales: el
organizador y el de los goles, que no es baladí.
El miedo es
libre, y la marcha atrás en el fútbol, como en la cama, es una maniobra
defensiva cuando no se quiere o no se puede. Dos finales infructuosos.
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