Nunca ha
sido el mejor jugador del mundo, pero sí el mejor goleador. Y no le pidamos
peras al olmo. Cristiano, a diferencia del otro Ronaldo, no es un conductor ni
un regateador, ni siquiera un artista del balón aunque coincidan en su
efectividad ante el portero que menos conocen, como diría, este sí, quien fue
el mejor futbolista del mundo unos años, don Alfredo Di Stéfano. Sin embargo, aventaja al brasileño en su
versatilidad goleadora; le pega con la derecha, como Nazario, pero también es
un magnífico cabeceador y tampoco le hace ascos a tirar con la izquierda, casi
un tercio de goles. Y, además, golea de lejos con frecuencia, cosa que su
tocayo no hacía.
Defiendo
hace tiempo que es el mejor goleador de la historia del fútbol, por encima de
fenómenos como Puskas, Pelé, Eusebio, Seeler, Cruyff, Romario, Müller, Van Basten, Maradona, Raúl o el
propio Di Stéfano, a los que he disfrutado viéndoles jugar. Si acaso, solo hay un futbolista, Messi, que pueda igualar o incluso
superar sus registros, pero para este otro hay un calificativo más apropiado:
ser el mejor jugador del mundo en la actualidad.
El azulgrana,
además de ser un consumado goleador, es uno de los mejores dribladores de la
historia, un pasador extraordinario y tiene la enorme capacidad de bajar a la
media y echarse al equipo a su insuperable pie izquierdo, sin perder su
descomunal llegada al área contraria y al gol.
Cristiano Ronaldo no tiene esa calidad, como también
tenían algunos de los que he nombrado, pero en su estricta especialidad es
insuperable; sus registros goleadores lo demuestran. Y tiene, además, otra
singularidad que le ha posibilitado mantener ese romance permanente con el gol
año tras año: su fortaleza física. Es un portento atlético que, unido a su
esmerada profesionalidad, le ha permitido mantenerse en su privilegiado rol en
cuantos equipos ha jugado desde que empezó, hace ya catorce años. Sporting de
Lisboa, Manchester United, Real Madrid y Selección portuguesa lo han tenido y
lo tienen como su máxima baza goleadora. Y lo que le queda, porque amenaza con
jugar hasta los cuarenta. Si la salud y las lesiones lo respetan, no duden que
seguirá inventando bastantes años más celebraciones para sus goles; imaginación, hedonismo, descaro y amor propio
no le faltan.
Perderá
velocidad, reflejos, fuerza y flexibilidad, pero mantendrá siempre la portería
contraria en el punto de mira. Aunque su posición será más estática con el paso
del tiempo, y más centrada probablemente, continuará siendo un goleador
legendario. Querrán jubilarlo antes, verán kilos de más, que correrá menos, que
se quejará demasiado, que hará teatro, etc. Y que lo único que no perderá será
su egoísmo futbolero y la chulería innata que lo afea, pero él hará goles hasta
que se retire.
Puskas llegó
al Madrid con 31 años y 18 kilos de gordura. El húngaro, considerado el mejor jugador
del mundo a mediados del siglo pasado, se exilió, estando fuera del país con el
Honved, cuando el levantamiento anticomunista húngaro de 1.956 y la entrada en
Budapest de los tanques soviéticos. Y aunque los mejores equipos mundiales
quisieron ficharlo, no pudieron debido a una sanción de dos años de la FIFA por
desertor. Y ahí empezó el calvario, como años antes le sucedió a su compatriota
Kubala.
El final
feliz de su trayectoria, por la valentía contra todos de don Santiago Bernabéu para ficharlo al
acabar su sanción, supuso la felicidad madridista por disfrutar de sus 242 goles
en las ocho temporadas que vistió de blanco, de 1958 a 1966, tres Copas de
Europa, una Copa española, una Intercontinental y cinco Ligas incluidas. Se
retiró con 39 años y con dos motes para la historia: Pancho, que le decían sus
compañeros en alusión a sus curvas, y Cañoncito Pum, que le motejaron los
periodistas por su potente pierna izquierda.
El austríaco
Bican, con 805 goles, encabeza la
lista de los mayores goleadores históricos en partidos oficiales, seguido de
Romario (772), Pelé (767), Müller (735), Puskas (576), Seeler y Túlio (575), y
Cristiano, que con 565 está a punto de superar a los tres anteriores.
A Ronaldo
todavía no le han rebautizado; todo se andará. De los actuales es el rey Cristiano Primero, y los 241 que le
faltarían para ser coronado oficialmente el mejor de todos los tiempos, los
logrará si continúa seis o siete años más. Don
Florentino, aunque no lo fichó, ha estado fino al renovarle. Felicidades.
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