(A Pepe Pardo por su justa distinción
municipal, y al Maestro Ibarra, amigos
de don Salvador Ripoll. Murcianistas
de pro y de carácter)
Ya lo
aseguró el doctor. Si la tabla es la que manda y hay que llegar al balón antes
que el contrario, decía también el sabio traumatólogo, jugar con la cabeza y
correr con los pies es imprescindible, sin olvidar que el fútbol es un juego de
choque y hay que disputar la pelota con determinación. Pero hay algo con lo que
se nace, más allá de la técnica y la preparación física, que se perfeccionan y
fortalecen en el entreno y el aprendizaje: el carácter, que también es previo a
la personalidad; producto de aquel, de la formación y de la experiencia.
Hay
jugadores que lo llevan en los genes, como Sergio
Ramos y Suárez ahora, y antes Pujol
y Raúl. Tan distintos como Messi, Modric, Iniesta o Ronaldo, que tampoco andan huérfanos del
duende interior que les posibilita ser mejores cada día desde que andaban a
gatas. El carácter se manifiesta en función del temperamento y las condiciones
de cada cual. Unos lo basan en la fuerza
y otros en la maña; algunos lo exteriorizan y otros lo mastican. El resultado es idéntico: un
espíritu ganador en todo momento.
Y en los
técnicos ocurre igual. Los hay que diseñan plantillas, sistemas y
planteamientos con el fin de controlar desde el principio, casos de Guardiola, Klopp o Conte, lo que genera
en sus equipos un fútbol vistoso, en el que también habría que incluir al
novato Zidane, aunque aún ande en la
búsqueda de su sello personal; y otros que lo hacen para jugar a la contra o
con batallas infinitas en la defensa y en el medio, como Mourinho y Simeone, a
quienes siempre justifican los resultados inmediatos por mucho que a medio
plazo, especialidad del portugués, sus equipos acaban más sonados que las
maracas de Machín. Los vistosos
pueden lucir en cualquier equipo, con la incertidumbre que tanto reiteramos de
que el fútbol es un juego y el azar influye poderosamente; y los peleones van
partido a partido, que dice el argentino, o año a año en busca del título perdido
como persigue don Xosé desde su
desventura en el Madrid.
El partido del sábado fue una muestra de lo
que decíamos. El Barça de Luis Enrique
es un equipo fabuloso con unas enormes diferencias con el resto de la
plantilla. Ocho o diez, con otros tantos detrás que les faltan demasiadas cosas
para inquietar a sus superiores, y arriba tres intocables. El Madrid de Zidane,
por el contrario, aparte de Ramos, Marcelo
y Modric, solo tiene a Cristiano y Bale como solistas imprescindibles;
todos los demás son intercambiables, por mucho que las influencias
presidenciales influyan en Zidane para considerar al guadianesco Benzema entre los indiscutibles. Menos
mal que en un arranque de personalidad impuso a Casemiro hace un año en el medio centro, y otorgó papeles
protagonistas a Lucas Vázquez y al
canterano Carvajal, a quien desde
arriba ya habían buscado sustituto en el inquietante Danilo.
En
definitiva, solo hay algo que diferencia a los blancos de los culés: el
carácter y el coraje. El hecho de que hasta los suplentes atesoren ese inmenso
valor, casos de Mariano o Morata, evidencia lo que en el Nou Camp
propició un punto importantísimo. Ramos y Modric fueron sus protagonistas, como
podían haber sido cualquiera de los compañeros. El Madrid es así desde Di Stéfano.
Y hablando
de carácter, en Murcia tenemos otro caso paradigmático. El UCAM no es tan malo
como sus resultados manifiestan. El problema es que juegan encerrados atrás y
mordiendo a la espera de cualquier patadón para marcar en un descuido. Solo
achuchan cuando los de enfrente se repliegan tras ponerse en franquía, y hasta así
generan ocasiones. Resultado: ¡sufrimiento!
Eso que tan
increíble como desesperanzadamente proclama su entrenador. Mire, Salmerón, ningún seguidor merece que le
dicte tamaña condena. Debería intentar que sus muchachos jugaran a algo más que
aguantar el cero a cero. Al menos en casa. Después de verles media temporada,
tiene mimbres para aspirar a más; la mala suerte que se proclama lo evidencia.
Hasta el punto de que algunos piensan, ingenuamente, que se merece más.
Y de sufrir,
usted mismo. Hay quienes no vamos al fútbol a pasarlo mal. Feo asunto. Los
dirigentes universitarios deberían tomar nota. Como también diría el entrañable
Ripoll, olfateo efemérides luctuosas.
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