Siete
años bastaron a los gobiernos socialistas de Zapatero para hundir a España en la descomposición y en la miseria.
Y siete meses han bastado a los populares de Rajoy para dejarnos sumidos en la intervención europea.
Diez años para olvidar.
Desde
la soberbia de los dos últimos de Aznar,
inexplicado aún 11M por medio, a la impotencia de Rajoy pasando por los
siete calamitosos de Zapatero. Otra harina habríamos amasado seguramente en la
artesa de España si Rajoy hubiera podido administrar la mejor parte de la
herencia de Aznar: una España ya en los estribos del tren económico y social
europeo aun con las profundas reformas estructurales pendientes para superar
el ineficiente proyecto político nacido
de la Constitución del 78. Esto nunca lo sabremos, pero de la personalidad que
ahora hemos conocido del pontevedrés se puede deducir que es más hombre de
administración de bienes que de gestión.
No
es necesario abundar en los enloquecidos siete años ‘zapateriles’. Basta
señalar la única iniciativa que no enfrentó a unos españoles con otros: la Ley
de Dependencia, y sin dotar económicamente. Eso en lo social, pues si hablamos
de su gestión económica sería difícil hallar ejemplo más calamitoso de cómo
arruinar un país medianamente rico en tan poco tiempo. Zapatero y sus gobiernos
han sido lo siguiente a una plaga bíblica.
Ahora
vivimos las consecuencias de nuestros penúltimos y últimos votos. Los siete
meses que lleva Rajoy en el poder han sido un tobogán de inconclusas medias medidas adobadas con
medias verdades también indefinidas. En esta hora de España, cuando hubiera
hecho falta un enérgico e imaginativo líder político capaz de insuflar realismo
y entusiasmo aun en los sacrificios necesarios para salir del atolladero, nos
hemos encontrado con un gobernante opaco, cobardón, diletante y preso, además,
de los equilibrios internos de su partido. Quizás serviría para cuando, como él
decía, la previsibilidad y el sentido común
bastaran para gobernar. Su “en España no tenemos libertad para elegir”, o el “subimos el IVA por culpa de quien no lo
paga” de Montoro, reflejan la
impotencia de quien nos gobierna.
¿Llegará el gobierno de Rajoy a
noviembre?
Cuando
Cacho hizo esta pregunta a un
nutrido grupo de colaboradores de “Vozpópuli” hace unos días, no hacía sino
expresar las dudas que existen entre los españoles y extranjeros bien
informados. Hubo respuestas muy argumentadas que apuntaban en una dirección
tenebrosa: España será intervenida por Europa, salvo milagro improbable, este
otoño. Y en esas circunstancias todo es posible. Recordemos lo sucedido con
Grecia, e incluso la solución de emergencia italiana, como apuntaron algunos
contertulios.
¿Cuándo se darán cuenta de que la España
actual es inviable?
Cuando
el desastre aprieta nos encontramos con unos políticos en las malhadadas
autonomías que lejos de hacer causa común frente a la crisis se esfuerzan en
defender sus taifas y prebendas. La mediocridad de
nuestra clase política se ha puesto de manifiesto en los momentos donde se mide
la verdadera valía de las personas, en la dificultad. Gobernar en la abundancia
pudiendo ser dadivoso lo hace cualquiera. Y muchos de los actuales y sus
predecesores no supieron hacer bien ni eso; ahí están la ruina de nuestras CCAA
o el arrasamiento de las cajas de ahorro como ejemplo de su estulticia, por no
usar otros adjetivos que la justicia, si la hubiera, debería precisar.
Es
absurdo seguir con el autoengaño de algunos de que el Estado de las Autonomías
ha sido decisivo para la democratización española. Lo que en principio nació
para mejorar la gestión pública acercando el Estado a los ciudadanos ha
derivado en unas mastodónticas, ineficientes e ineficaces máquinas de derrochar
no solo dinero sino algo tan sutil como la confianza en nuestra organización
política actual. Sólo hay que mirar los estudios de opinión y la sangría
impositiva que soportamos los contribuyentes para corroborarlo. De 700.000
empleados públicos con Suárez a
cerca de 3.500.000 sumando todos los epígrafes: funcionarios de carrera, sin
duda los más cualificados; interinos, lo
más cercano a los anteriores; asesores para todo; laborales, empleados de empresas públicas, de fundaciones, y
arrimados variopintos. Todo un dechado de nepotismo y granujería al servicio de
los dirigentes y sus paniaguados. La población española ha crecido un 20% en
esos años mientras sus servidores públicos se han multiplicado por cinco. ¿Han
crecido los servicios al ciudadano en la misma proporción? ¡Un no con
chorreras!
Ahí
está el nido de nuestros males en el que Rajoy no ha querido meter la mano. Se
ha limitado a fastidiar a la totalidad en un ejercicio intolerable de
injusticia manifiesta.
Y,
no sólo con los buenos servidores públicos, que sin duda los hay, sino con
todos los contribuyentes del sector privado,
ciudadanos y empresas, que somos, de largo, quienes estamos pagando de
verdad tamaña locura.
¿Aprenderemos algo de esta debacle?
Mi
sabiduría son mis errores, decía Goethe.
¿Serán capaces nuestros políticos actuales de analizar en comandita los errores
de unos y otros y pergeñar un futuro basado en no más de una docena de
coincidencias? ¿Y serán capaces de explicárnoslo entonando el mea culpa
conjunto? ¿Y de irse a su casa inmediatamente después dejándonos la decente
herencia de tales conclusiones dando paso a otros más capaces?
Pero
al mismo tiempo, y antes de respondernos ¡no!:
¿Lucirá el sol en nuestras bardas
otoñales?
Si
dentro nadamos en este brumoso mar de
dudas, ¿qué pasmosa imbecilidad puede esperar que los famosos mercados
tengan confianza en España?
El
humo del volcán ‘cabreo general’ emerge entre cenizas, Sr. Rajoy.
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