Supongo que
nuestros lectores disculparán que hoy no hablemos de fútbol. Jugar a la pelota
es una cuestión menor comparada con el compendio de disparates que la
pretendida consulta popular nos endilga.
Contemplando
el panorama sería fácil pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero no
es así. Es cierto que ni Puigdemont y sus secuaces podían
aspirar a más, con la mano corrupta de Pujol
meciendo la cuna vía Mas, ni el
dontancredismo de Rajoy y los suyos
a menos, pero el virus independentista empezó a incubarse muchos años antes con
la insensata cesión de las políticas educativas a los diversos reinos de taifas
que nuestra Constitución instituyó. Y ahí están todos nuestros gobernantes
desde la Transición; ¡todos! Las Autonomías son buenas para acercar las decisiones
a los ciudadanos, pero dejarles tergiversar la historia y encumbrar los
costumbrismos, la cultural local y los hechos diferenciadores, como la
lengua, sobre todo lo que une a los españoles
se ha revelado rematadamente malo. Ahora hay varias generaciones de catalanes y
vascos, por citar las más extremistas, educadas en lo que se denomina
hispanofobia. Y para esos millones de ciudadanos menores de cuarenta años, o
mayores radicalizados, no hay vuelta atrás. Es más, con cada paso que dan sus
enloquecidos dirigentes hacia el señuelo separatista la fobia antiespañola da
lugar al odio. Y claro, se está generando el movimiento pendular contrario
entre extensas capas de españoles de los demás territorios. Eso es lo
preocupante. Y el fútbol no es una excepción.
El problema
no está, por citar a personajes señalados, entre Piqué y Ramos, que fuera
de los focos se las toman sin tensiones, ni entre el barcelonista Guardiola con su independentismo en
ristre y el merengue Nadal con su
españolismo a flor de piel, que también se aprecian y admiran mutuamente, sino que
trasciende a miles de aficionados que acabarán a palos por la calle. Y al final, un buen número de desgraciados
pagarán las culpas de unos y otros. Eso es lo que no miden, o les da igual, los
cantamañanas que encienden la mecha de los despropósitos que lloraremos.
Los culés
citados y otros como Xavi y Pujol ocultan que el derecho a decidir
que reclaman está contemplado en el Estatuto catalán y en la Constitución
española, que votaron el noventa y tantos por ciento de catalanes, o quizás les
hayan engañado. Deberían aprobarlo dos terceras partes de sus parlamentarios
autonómicos y llevarlo al Congreso para que otros dos tercios de los diputados
nacionales aprobaran un cambio en la Constitución que posibilitara sus anhelos.
Eso se llama democracia y lo que ellos plantean es tan ilegal como disparatado;
un golpe de estado popular. Ninguna nación seria contempla un mecanismo tan
simple para romper su unidad porque, llevado al extremo de que cualquier parte
pudiera hacerlo cuando y como quisiera, sería el camino más directo hacia la
anarquía y la desaparición del concepto de Estado de Derecho. Nadie estaría
seguro nunca de nada porque desde las leyes a los municipios, las regiones o la
propia nación, hasta los derechos más elementales de cualquier persona o
sociedad estarían siempre al desamparo de los deseos que en cualquier momento
se le antojara a un grupo determinado con poder de agitación; la anarquía. Para contrarrestar tal disparate existe el
poder legislativo que votamos libremente cuando toca; la democracia. Esa
hermosa bandera que desde la ignorancia, la maldad o procelosas intenciones
enarbolan los Piqués y Guardiolas irresponsables, con los Oteguis terroristas al acecho. Porque en Cataluña, salvo los de la
CUP, que lo son y no lo esconden, nadie se proclama anarquista. Ya provocaron
los radicales de entonces una guerra dentro de la Guerra Civil con miles de
asesinados, torturados y desaparecidos, sobre todo en Barcelona.
Así que aun
comprendiendo ciertas razones básicamente económicas, comentadas con respetables
amigos catalanes partidarios del malhadado referéndum, para cuya solución existen cauces democráticos
indudables; que no le extrañen a Piqué los pitos. Habiendo defendido siempre que
mezclar el fútbol con la política es absurdo, llamando inoportunos al excelente
central de la selección y al extraordinario técnico Guardiola por lo que
representan; ahora manifiesto apenado que por coherencia deberían abandonar la
camiseta de España uno, y el deseo expreso de entrenar algún día a nuestra
selección, el otro. Y no por falta de capacidades, que les sobran, sino por
irresponsabilidad manifiesta rayana en la criminalidad.
La semana que
viene solo fútbol; esta, por hartazgo, tocaba un desahogo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario