Pasando por
la estética y por la antitética. Algo de todo eso se mueve en torno a la
Selección de Lopetegui. Los
futbolistas españoles que ha seleccionado son muy buenos; parejos a su criterio
y dirección técnica, y a la vista están sus resultados. De nueve partidos
oficiales, ocho victorias y un empate, precisamente a domicilio ante Italia, la
segunda selección más galardonada a nivel mundial tras Brasil, y el objetivo de
ir a Rusia cumplido.
Una estética
también similar al juego que han ido mostrando en la mayoría de esos partidos. Tanto que nos hace
recordar los mejores momentos de nuestra selección de hace unos años, cuando
por fin nos quitamos las telarañas históricas que empobrecían nuestras vitrinas
desde aquel lejano triunfo en la Eurocopa del 64 ante Rusia en el Bernabéu, con
el celebrado gol cabecero del zaragocista Marcelina
a Yashin, o la Araña Negra; el único
portero que ha conseguido un Balón de Oro. El sistema de juego implementado por
Luis Aragonés y continuado por Del Bosque, el del toque de los
pequeños o tikitaka, asombró al mundo futbolero hasta convertirse en un
referente a imitar por los otrora tan envidiados por triunfadores, con Alemania
a la cabeza.
Lopetegui ha
recuperado el nivel conservando una columna vertebral veterana de aquellos
laureles, con Ramos, Busquets, Piqué, Silva, Iniesta, Alba y Reina en el banquillo,
y poniendo a su misma altura a otros que promocionó en las inferiores como Isco, Thiago, De Gea, Sergi, Illarra, Deulofeu, Morata, Saúl —ojo al atlético—, Carvajal, Azpilicueta, Viera, Rodrigo, Monreal, Kepa y Koke, más las refrescantes aportaciones
de los Costa, Aduriz, Asensio, Aspas o el novísimo descubrimiento Odriozola. Una selección con infinidad
de posibles combinaciones, como hemos visto, para volver a asombrar al mundo; la
eficacia general, la goleada a Italia y los primeros treinta minutos contra
Albania son las muestras que nos hacen soñar. Práctica y estéticamente
insuperables.
Y pasamos a
la ética. El seleccionador lo ha sido en forma de dedicatoria y agradecimiento
público a quien lo nombró tan acertadamente, el ahora ensombrecido Villar, cosa que no ha gustado en
muchos ámbitos. Pero a él, como ya dijimos, le honra, por mucho que don Ángel
María se haya ganado a pulso su esquinada situación. Y se la ha labrado porque
permanecer tantos años en cualquier cargo de representación es antitético con
la ética; la historia nos demuestra que de ahí a la golfería hay poco trecho. Y
mucho más cuando se hace de tal puesto una profesión o modo de vida. Asistimos
al derrumbamiento de una maraña vergonzosa de favores debidos, nepotismo, venganzas
barriobajeras y trinques generalizados en torno a la Federación Española de
Fútbol y a varias de sus delegaciones territoriales. Y es que, llegar a puestos
de tal envergadura con lo puesto, permítanme la licencia, hace que nadie quiera
irse de ellos ni con agua hirviendo. Y
menos aún cuando las compensaciones económicas que perciben sobrepasan
en mucho las que serían apropiadas a los currículum de muchos de ellos. Y si
además se padece orfandad ética, el inimaginable sueldo se queda hasta corto y
hay que sisar más de donde sea con tanto descaro como osadía civil o criminal,
que glosaría el llorado Luis.
Y la
patética llega cuando el defenestrado Villar suplica desde su todavía
purgatorio que no le quiten el sueldo aunque le hayan quitado las funciones,
porque increíblemente parece que anda justito después de casi treinta años de
sueldazos y mamandurrias diversas. Como decía un viejo amigo, “Señor, si me has
quitado la fuerza, quítame también las ganas…”. Como patéticos parecerán sus
émulos regionales, si le imitan también en eso, que se vean imprevisoramente
sin los remedios económicos que les hacían ir de potentados y hayan de volver a
sus anteriores desiertos. De mis soledades vengo y a mis soledades voy, que
versaba el sin par Machado; llegar a
ciertas edades tan ligeros de equipaje debe ser tan tristón como el poema del
genial sevillano.
Esperemos, y
sería lo deseable, que cuanto cuentan y se va sabiendo de las corruptelas
federativas sean las menos —personalmente nada me agradaría más, por la
Murciana—, pero que a su cuenta cambien tanto esas estructuras futboleras como
el modo de acceder y permanecer en ellas. A ver si tales carguicos fueran por
menos tiempo y limitados, y se ejercieran con transparencia, limpieza y
verdadera democracia participativa de sus estamentos. La ética y estética del
fútbol lo agradecerían.
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