Es
el estado en el que se encuentran millones de ciudadanos. Esos que en 2015
decidirán quién tendrá más posibilidades de gobernar España, porque a nadie le
van a dar el cheque en blanco de una mayoría electoral.
Serían el mayor partido
Los
que más allá de las inclinaciones ideológicas que puedan tener están más cerca
del hastío que de la militancia. Los que suelen andar por el centro amplio del
espectro político y que en su inmensa mayoría verían con sumo agrado un gran
acuerdo entre los dos grandes partidos políticos para recuperar sus esperanzas
de futuro. Son quienes contribuyen al
mantenimiento básico del país y que formarían desde su indefinición ideológica
y padecimientos comunes el mayor conglomerado político y social español, tras una pancarta que dijera a los
políticos más significados: “Uníos para barrer toda la porquería y sacarnos
adelante”. Millones de personas esperando lo que se les antojaría un
milagro. Y se lo merecen, sin ninguna duda, porque lo que no se merecen es a
quienes les han gobernado en el último decenio largo por mucho que les hayan
votado, y recriminado hacia sus adentros eso mismo tantas veces acordándose ‘de
sus familias de ellos’, que se dice por ahí.
Última hora
Según
la última encuesta conocida, realizada por Sigma Dos para Mediaset a mediados
de este diciembre, Podemos sería la fuerza más votada de celebrarse ahora las
elecciones con un 28 % de papeletas. No sé el grado de cocina que tendrá, pero
me quedo con que el PP, con el 26, y el PSOE con algo más del 18 estarían en
ese entorno del 20 o 25 % que aventurábamos en esas mismas fechas en este
rincón.
La rebeldía de Podemos
Más
allá de la relatividad de esas cifras, a casi un año de las elecciones y sabiendo
que una cosa es responder a un cuestionario y otra muy distinta votar, es
evidente que la rebeldía frente al estado de cosas que sufrimos y a los
partidos políticos que lo han propiciado tiene una posición firme. Y también está
claro que Pablo Iglesias es el
político que suscita más ilusión a más gente. Muchos le achacan que sobre todo
tiene gancho entre los más jóvenes, pero ojo, se olvidan de que quien no es
rebelde a los veinte años es que tiene pocas luces, por no hablar de ilusiones.
Y de que el voto de los menores de cuarenta años es decisivo en España. Y
razones tienen de sobra para la rebeldía; tantas que es aburrido repetirlas.
Hay
otro dato que enarbolan quienes relativizan demasiado el fenómeno Podemos, y es
el hecho de que ha menguado la efervescencia de afiliaciones que crecía en
progresión geométrica. Pero tanto una realidad como la otra responden a la
lógica. El gran crecimiento fue natural debido tanto a la respuesta social de
la indignación reinante a un mensaje político bien estructurado para
aglutinarla, y a la frescura social de sus representantes, como a que era
gratis y muy cómodo hacerlo vía internet, y sin ninguna exigencia, además. Y su
freno responde a la propia naturaleza de los orígenes de extrema izquierda de
sus líderes, con el propio Iglesias a la cabeza, puesta de manifiesto por la
inmensa mayoría de medios de comunicación; que sin ninguna duda le puso un
freno a sus expectativas de ser una opción de gobierno y no de simple
oposición, como tanto aseguraron. De ahí el inteligente giro estratégico de su
discurso hacia la socialdemocracia en octubre y noviembre, bien recibido y con
buen eco en el electorado no comunista. Así
que cuidadín con el llamado “coletas”, que unos desde el desprecio, otros desde
el miedo y muchos coloquialmente, hemos elevado a la categoría de personaje de
primerísima fila, aparte de su indudable valía, e influirá poderosamente en el
próximo gobierno de España.
A
gobernar en solitario no llegará, porque su estigma bolivariano, pro iraní,
comunista y hasta pro etarra es demasiado lastre para convencer a la mayoría
social española; aparte de alguna de sus enloquecidas propuestas económico
políticas como lo de doblar hasta los seis millones el número de funcionarios y
empleados públicos, aunque haya moderado otras; pero será determinante en los
otros dos escenarios, una vez alcanzado el máximo techo electoral producto de
la rebeldía social, que hemos cifrado alguna vez aquí mismo en menos de seis
millones de votos. La única posibilidad real que tendría es que el PSOE
perdiera los papeles definitivamente y le apoyara en plan suicida.
El miedo y el mal menor
El
primero de los escenarios propiciados por su hipotético éxito en las urnas
sería el del miedo, que pondría en el tablero la posibilidad de una gran
coalición postelectoral de PP y PSOE con la adenda de otros como la alicaída UPyD y
el creciente Ciudadanos de Albert Rivera, para oprobio de Rosa Díez; deseable para muchos
millones de españoles que huyen con mucha razón de experimentos
en el gobierno de un país. Y el segundo es el que originaría lo del mal menor
en cualquiera de sus variables, mucho más factible en el sentido de los
conservadores de Rajoy hacia los socialistas, e incluso de Podemos en último
extremo y en plan muy matizado. En ambos casos, Pedro Sánchez tendría muchas opciones de presidir el gobierno si no
lo impide quien tutela el PSOE con demasiada ambigüedad desde su feudo andaluz,
Susana Díaz, con la anuencia entre
bambalinas de sus antiguos líderes, y, pásmense, también de un sobrepasado y
sorprendente Rajoy.
Pero
los socialistas han de llevar mucho cuidado y elaborar una estrategia más
diáfana y uniforme. Para gobernar deben huir de las divisiones internas, en
primerísimo lugar, y es fundamental que superen con claridad los últimos
resultados electorales de Rubalcaba.
El 25 por ciento sería el mínimo exigible de Sánchez - ojo a las municipales- o
Díaz en votos para acariciar el timón de
nuestro destino.
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