El 2015 va a ser otro año
que nos cambiará la piel. Un ‘añón’ más que añadir a nuestra mochila, como
aquellos individuales de los primeros recuerdos, el amor, la boda, la
paternidad, la muerte materna, el divorcio o cuando perdimos el buen empleo
para sumirnos en el desconcierto por el miedo a la indigencia, que de todo hay.
Así lo fueron el 1975, el 76, el 78, el 82, el 96, el 2004, y el 11.
Afortunadamente no tenemos
hitos teñidos de tragedia nacional, y que sigamos así, como tuvieron los padres
y abuelos de quienes hemos pasado los
cincuenta y que tan sucintamente cantara don Antonio Machado en dos versos magistrales: “españolito que vienes
al mundo te guarde Dios, que una de las dos Españas ha de helarte el corazón”.
Los
precedentes
1975 nos trajo al rey Juan Carlos I, tras un funeral de
Estado entre miedos, que enterraba también cuarenta años de cuarentena
política. 1976 un presidente atrevido y reformador bajo el brazo real, Suárez, y tanta incertidumbre como esperanzas.
1978 una ilusionante constitución, votada por una mayoría abrumadora en todas
las regiones, entre centenares de funerales producto del terrorismo. 1982 un
presidente socialista joven para el cambio definitivo, González, que alcanzó el poder con una impresionante mayoría
absoluta y gran alborozo popular. 1996 una esperanza de regeneración política y
económica, en la figura de Aznar, retornando
al poder los conservadores por agotamiento del ‘felipismo’ y los primeros
síntomas de corrupción del sistema, que había sustituido en forma personalista
a la socialdemocracia reinante durante casi tres quinquenios imprescindibles
para entender la España actual. 2004 propició el retorno de los socialistas al
gobierno por torpezas de la última etapa
‘aznarita’- la primera cumplió las expectativas económicas- y,
fundamentalmente, como consecuencia del aún no aclarado mayor atentado
terrorista sufrido en Europa, empezando el actual decenio negro español con Zapatero de desgraciado protagonista
estelar. Y 2011 el acabose del desfallecimiento nacional, con el fraude
electoral a millones de ciudadanos por parte del que fue durante ese largo año
la gran esperanza blanca de los mismos, el pusilánime Rajoy.
El
año que superará la Transición.
Ya veremos si para bien o
para peor, 2015 será otro año para el recuerdo y el análisis tras el 2014, en
el que brilló Pablo Iglesias y
apareció Felipe VI. En él se romperá
el bipartidismo que propiciaban los dos tercios de votos que obtenían los dos
grandes partidos homologables con los de los países más avanzados de nuestro
entorno democrático parlamentario liberal, pero poco en nuestro caso; el
socialdemócrata y el conservador.
Y volverán, como las oscuras
golondrinas en el recordado poema del eterno Bécquer, las cosquillas de la incertidumbre a anidar en nuestros
estómagos, como en alguno de los ‘añones’ citados; solo que ahora con escasas
esperanzas balsámicas para nuestras carteras, ya muy esquilmadas y hechas
trizas, tras la debacle heredada por la desastrosa gestión de los gobernantes
del último decenio, canten a la luna lo que quieran los mendas actuales en el
poder; ‘desahuciocantanos’ sin remedio. ¡Ay!, ¿quién será el heredero de Rajoy?
Sánchez
en candelero
Como hemos reiterado, lo
previsible es que se produzca el empate técnico de PP, PSOE y Podemos en torno
al 25 por ciento de los votos. Y, también como consecuencia lógica atendiendo a
nuestra sociología, los socialistas con Pedro Sánchez, si hacen las cosas bien
– en lenguaje taurino- durante este año
crucial, serán los beneficiados como el centro entre los extremos, y obtendrán
por obligada ‘abstención unánime’, que diría un ilustrado y campechano alcalde
socialista de mi tierra, Pepe Méndez, el mando en el gobierno.
Las
dudas surgen, sin embargo, en si el PSOE de Sánchez, con Susana Díaz avizor en
las municipales, ¡ojo!, será capaz de remontar hasta conseguir uno de cada
cuatro votos emitidos, que es el punto de partida hacia la Moncloa. Le
bastaría con quedarse entrambos, entendiendo que sus oponentes, el clásico
tradicional ‘pepero’ y el emergente ‘circulista coletudo’, pero ya menos,
llevan ahora las de ganar. Unos por conservadores, que ya se sabe que el miedo
hace de la prudencia virtud, aunque se reconozcan los extravíos de los propios;
y otros por aglutinar la natural rebeldía social ante la situación de
descrédito político que padece la llamada casta política, antes mayormente poderes
fácticos, para los ilustrados, y ‘mangoneantes’ en versión popular.
Los
llantos, por las heridas
Hacia el altar de la
supuesta mejora de la situación económica dirigen sobrecogidos sus plegarias los
del PP, pero se la juegan en las municipales, que harán de criba ante las
generales y de primarias para los aspirantes al triunfo personal. Sánchez sobre
todo.
Y en la reconducción del
reciente decrecimiento de apoyo popular los de Podemos, sus limitadas esperanzas
de alcanzar una clara mayoría minoritaria electoral. Como advertimos, en cuanto
se han difuminado las decisiones asamblearias y se olvida o matiza la defensa de
populismos inaplicables por ruinosos, ante los que ningún grupo humano desesperado
diría que no en decisión conjunta, el suflé se desinfla. Es tan lógico como lo
fue su crecimiento inicial por la desesperanzadora gestión
de la que llaman casta. Esa nomenclatura a la que de una u otra forma pertenecerán
siempre quienes manden algo, y ellos mismos muy pronto también; lleven coleta o
gomina, traje y corbata, vaqueros, pantalones chinos, suéter o camisas remangadas, y sean más o
menos guapos o simpáticos.
Ojalá, y como menos malos,
lleven quienes gobiernen el desbarajuste previsible, además de sus apariencias,
todos sus atributos – todos - con
decencia, dignidad, gallardía y afán de servicio público, que se decía antes.
Tristemente, la mayor
ausencia será que 2015 arruine también las esperanzas de regeneración democrática
liberal para esta España nuestra, tan necesitada de libertades individuales auténticas.
Lo demás son adornos, Sánchez,
como hubiera dicho el viejo y lisiado torero Juncal; personaje ideado por el ilustre madrileño Jaime de Armiñán a partir del singular
taurinísimo sevillano Enrique Bojilla,
en la figura del mejor e inolvidable actor aguileño murciano Paco Rabal.
¡Suerte, maestro!
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