Unos
dirán que fue un personaje o un eslabón imprescindible para nuestra historia
moderna. Otros que una desgracia y algunos que un traidor. Benéfico o venéfico — del castellano viejo referido
al veneno —. Ángel o demonio, bueno o malo, según sus pasiones. Pero para la
mayoría de quienes vivían en aquella apasionante época tratando de salir
adelante sin prejuicios políticos ni orejeras de parte, fue un hombre que les
sirvió de agarre personal para jugar a la política, votando en libertad muchos
de ellos por primera vez en su vida e intuyendo que de su mano se podían evitar
males mayores.
La perspectiva histórica
Hay
que situarse en aquellos años para comprender la repercusión de su dimensión
humana en millones de españoles. Los que le dieron la razón y su confianza, y
por lo tanto su victoria electoral en
sucesivas elecciones. Hablamos de referéndum, elecciones locales y regionales,
y generales. Su invento de la UCD —Unión de Centro Democrático—, desde la
presidencia del Gobierno, fue el refugio aglutinador de quienes no querían
aventuras políticas que sonaban a guerracivilismo
ni tampoco una continuidad del franquismo.
Por
aquellos entonces, España salía de una larga siesta política con gran actividad
social, sin embargo, en la que los afanes fundamentales eran hallar un lugar en
la sociedad para empinar la olla, levantar el techo y cubrir las necesidades
básicas saliendo adelante con la familia. Aparte de pasarlo bien en los ratos
de ocio y procurar un futuro mejor para los descendientes. Nada extraño ni
ajeno a la realidad actual, por otra parte.
Muerto
Franco en la cama de un hospital,
para duelo de muchos, oprobio de tantos
y normalidad para los más, por mucho que ahora se quiera decir desde la
engañifla histórica de que era muy odiado por la sociedad española, el futuro
no pintaba halagüeño para quienes querían vivir conscientemente al margen de lo
que entonces se decían politequerías.
Primera Transición
Y
en ese momento apareció Adolfo Suárez
de la mano del Rey Juan Carlos I,
con el muñidor Fernández Miranda
entre bambalinas, hablando a los españoles con una cercanía humana y una
proximidad comunicativa tan mundana y normal que hizo a millones de ellos
confiar fundamentalmente en su imagen y sus palabras. Aquello de hacer normal a
nivel político lo que era normal a nivel de calle caló en la gente, dicho
con voz y mirada frescas, casi juveniles, en millones de hogares a las diez de
la noche gracias a la tele; hasta el
punto de hacer una legión mayoritaria de votantes sin partido político al uso
que galvanizara a las masas.
El
único secreto fue la receptividad de la mayoría social que deseaba seguir
viviendo con tranquilidad y en paz, a despecho de los cantos de sirena a un
lado de la balanza política y los augurios tenebrosos al otro lado. De hecho,
hasta la presentida desmembración de la UCD
por las ansias personalistas de muchos de sus barones, y la enorme
presión en contra del abulense por parte de los poderes fácticos de entonces —
banqueros, militares, iglesia y similares —, con la ductilidad del monarca,
Suárez siguió contando con el aprecio político, y yo diría que hasta personal
sin haberle tratado, de la mayoría de sus votantes.
Dimitió,
y con él se dio término a la primera y más importante etapa de la Transición, y
cuando quiso volver, pasado un tiempo, ya se había pasado el suyo. El pueblo
español es de mirar hacia adelante, como ya ha demostrado suficientemente a lo
largo de su historia, y conducen su vida mirando siempre al frente. Para el
pasado están los retrovisores, que solo sirven para comprobar si alguien quiere
pasarnos.
Segunda época
Y
aparecieron en escena, dejando los segundos planos, personajes como Felipe González, Fraga y Calvo Sotelo
dando inicio a la segunda y última etapa de la Transición. En la primera quedó
Suárez, con Carrillo en la tramoya,
que ya nunca fue el mismo; y las esperanzas consolidadas de ningún salto en el
vacío de millones de españoles.
Ahora,
cuando todos le recordamos después de que él mismo perdiera su memoria hace un
decenio largo, el mejor homenaje que podemos hacerle es echarle a nuestra vida
un poco, al menos, de la mucha imaginación que él le echó entonces al futuro de
España.
Gracias Presidente
Bueno, malo o regular, según los gustos, pero nadie podrá quitarle ya el
lugar en la historia que le corresponde, por haber anidado en el corazón de
tantísimos españoles la ilusión por un mañana sin sustos ni continuidades
huecas. Desde mi modestia, solo me queda agradecerle en nombre de muchos
cercanos que confiaron en él, y ya le esperan al otro lado de la vida, su
extraordinaria aportación al bienestar común. Gracias, Presidente. Aunque no
acabaras un libro en tu vida, según algunos de tus detractores cercanos, que de
todo hay.