Desde aquel
célebre: “pues ya ve usted, degenerando, degenerando…”, con que el Pasmo de Triana, Juan Belmonte, explicaba el ascenso a Gobernador Civil de Huelva del que
había sido subalterno suyo Joaquín
Miranda, hasta el: “hay gente pa to”, del torero cordobés Rafael el Gallo, cuando le presentaron
a Ortega y Gasset como filósofo, el
mundo de la tauromaquia con su jerga y gentes han enriquecido el idioma que
hablamos seiscientos millones de personas, tanto estética como comprensiva y
conceptualmente.
Si su
peculiar terminología, entre lo mundano, filosófico y poético, y hasta lo vivificador y ecologista: “campos
enverdinaos”, se adapta por sentido común a lo que entiende el pueblo llano, aunque
suene a vulgarote, al intelectual o ilustrado con mayor razón.
Los equipos
sólidos saben a lo que juegan desde el primer minuto y empiezan por parar el
empuje inicial de sus rivales. Después, intentan templar la pujanza contraria para
adaptar el ritmo, la cadencia y la velocidad del juego a lo que conviene a sus
virtudes y cubre carencias, que nadie es perfecto, y finalmente, se imponen
mandando sobre el césped. Y en el fútbol manda quien mejor administra los goles
a favor y en contra.
En la liga,
que es un torneo de regularidad, se corona quien mejor administra sus baches de
forma y juego, que son inevitables salvo casos tan escasos como excepcionales
en el tiempo. Solo los equipos de época los disimulaban alguna vez. Y en la
presente, hasta ahora, “el más en tipo y menos acochinao” es el Atlético de
Madrid. Solo le falta lo más caro: cuadrarse de frente bien perfilado y entrar
a matar por derecho sin miedo, haciendo la cruz con los brazos, para meter la
espada hasta los gavilanes y tocar pelo. O lo que es lo mismo, rematar la faena.
Tiene al
Barça tan cerca que pudieran temblarle las piernas, como evidenció ante el
Getafe. Solo tuvo oportunidades claras cuando los de Bordalás se acularon en el área por jugar con uno menos, pero los aciertos
del portero y defensas contrarios, más indecisiones e imprecisiones y la
fortuna en contra, le birlaron dos puntos cruciales. Veremos si los echa de
menos en este último cuarto de liga.
Y ya sabemos
lo que es el Madrid de siempre, esté bien, mal o regular —partido infumable
contra un Elche solo voluntarioso con deslumbre postrero de Benzema—, que es
como apunta también ahora: no te puedes fiar ni de su sombra y te hace sentir
el vaho en el cogote aunque le saques seis puntos, que solo son dos partidos
por aquello del golaveraje particular.
Afortunadamente
para los colchoneros, el Atleti como institución alberga pocas dudas y eso
tiene mucho que ver con la confianza plenipotenciaria que atesora Simeone. Y el argentino, perseverante
en su humildad y pragmatismo, paradigmas personales, haría bien confiando a sus
hombres más templados el arreón final de esta temporada. Las prisas, para
chorizos y malos toreros.
A falta de
sol y moscas, tanto en la calle como en corrales y patios de cuadrillas —ahora
redes sociales y chiringuitos varios—, se especula sobre los sorteos de lotes
que vienen. Pero poco nuevo bajo el sol. Acaparan el panorama el ya caduco
deshoje margaritero de Messi, con la
santa encomienda culé al carismático Laporta
y el factor favorable de la querencia familiar por Barcelona y el clima
mediterráneo; el enésimo chirrío de Cristiano,
con amago de pasmoso retorno blanco incluido; los emergentes Mbappé y Haaland, tan manidos ya como las sempiternas figuras de turno de
todos los tiempos; los futuros banquillos merengue y blaugrana, con Zidane de don Tancredo privilegiado y Koeman de sobresaliente por aquello de
las meritorias alternativas dadas a jóvenes talentosos; el esperado retorno a
las gradas o el dinero en juego que motiva innovaciones competitivas o inventos
para no perder pastel ni comba.
El fútbol
tiene en su realidad poliédrica los resortes básicos para que no deje de
interesar y apasionar semana tras semana. Y a veces, hasta emociona. Basta una
estética, un gol singularísimo, una jugada excepcional o una parada inverosímil
en cualquier categoría para que se conozca inmediatamente en cualquier confín
del mundo.
Parar y
templar, pero en todo caso, hay que recordar que siempre mandan los goles. Y
como le decía un apoderado a su torero sobre la importancia de matar bien, sin
esa rúbrica no hay cheque que valga, como tampoco cortijo sin espada.
Que Dios
reparta oportunidades, valor y suertes.
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