El
presidente de la UCAM no siembra indiferencia. Deportista entusiasta y
futbolero admirador de Di Stéfano, promotor de clubes y patrocinador del
deporte en general, comparte y defiende sus profundas convicciones con tanta generosidad
y pasión como vehemencia y argumentos, aunque a veces pueda resultar
socialmente incómodo e incluso inconveniente para sus afanes. Y como ocurre a
quienes van por la vida de frente, con autenticidad y no de bien queda, y mucho
más si son relevantes y preconizan dar ejemplo, acumula legión de seguidores y
también cosecha envidias y recelos.
No obstante,
hay una paremia bíblica adoptada por la humanidad para valorar a los hombres:
por sus obras los conoceréis. Y ahí, ante la realidad de la Universidad Católica
de Murcia, dedicación de sus últimos veinticinco años, no caben interpretaciones,
prudencias cobardonas, cautelas ni medias tintas. El fruto de su obra es
admirable para quienes no lleven orejeras y difícilmente repetible, igualable
ni superable por sus detractores, sin excepción. Aquí nos conocemos todos.
Una universidad
privada con apenas veinte años que tiene matriculados veintidós mil alumnos de toda
la geografía nacional y de otros noventa y siete países, con tres mil y pico
docentes, profesionales y trabajadores en activo; ochenta y tres titulaciones
oficiales; cerca de cuatrocientas líneas de investigación y más de quinientos
artículos científicos; ochocientos atletas universitarios y catorce medallas
olímpicas con un centenar largo de deportistas españoles patrocinados.
Y como
guinda, la UCAM acaba de ser distinguida por Times Higher Education, una de las
tres organizaciones de ranking más importantes del mundo, como la décima en
calidad de enseñanza entre las doscientas mejores de Europa, según destacaban
recientemente los medios de comunicación sobre el The Europe Teaching Rankings
2019.
A quienes
hemos crecido a la sombra del monasterio de los Jerónimos, llamado también el
Escorial murciano, la sede de la UCAM nos toca el corazón. Un enorme y
majestuoso edificio de primeros del siglo XVIII que se caía a trozos, sito en
Guadalupe y propiedad de la Iglesia Católica, y que gracias a la clarividencia
del añorado obispo Azagra se puso en condiciones y sigue restaurándose por la
iniciativa y perseverancia de José Luis Mendoza y su familia, en lugar de perderse
o convertirse en recinto hostelero, cuando siempre fue un lugar de irradiación
espiritual, cultural y educativa para los habitantes de su entorno, de esta
bendita región y de la propia ciudad de Murcia; la séptima capital española y
también demasiado tiempo “la siete veces coronada y nunca bien barrida…”
La matrona
de nuestro Almudí representa como nadie al murciano: acogedor, expresivo y
generoso con los de fuera, pero también cicatero en exceso con los propios. El
murciano de bien admira a los ajenos que más allá de nuestras fronteras chicas han
sido capaces de hacer grande a su tierra. Y también llevamos con orgullo y a
gala a los paisanos que han sabido destacar en España en cualquier faceta, pero
deberíamos hacerlo más con quienes lo han hecho aquí engrandeciendo a Murcia.
Sin embargo,
desde hace tiempo, está enfilado por no sé quiénes ni por qué intereses ni con
qué fin para castrar sus posibilidades de crecimiento porque probablemente se
habrá equivocado en algo; lo desconozco. Pero, ¿quién no tiene borrones en su
vida?
El
carismático Mendoza, hombre de mundo y cartagenero de laboriosas raíces, hace
grande a su región de Murcia y a España persiguiendo sueños y haciéndolos
fecunda realidad para millares de personas sin distinción de raza, género,
origen social, geográfico o ideológico. Con virtudes y defectos, porque es
humano, y con una declarada y militante espiritualidad y fe católica porque también
es muy libre, tenaz e infatigable, ha remado desde el origen de su proyecto
contra el viento y la marea de la “Murcia guapa” de antaño, con alguna loable
excepción, y sigue haciéndolo porque todavía hoy, paradójicamente, insisten en
boicotearle.
¿Qué arguyen
y por qué quienes todavía no ven claro el indudable interés social para Murcia de
su realidad universitaria? Tal vez algunos notables deberían reflexionar y obrar
en consecuencia, recordando, además, que no ha habido aquí ningún hecho de su
relevancia en cien años, precisamente desde la refundación de la propia UMU.
Me sumo al
ruego de que Mendoza se quede en Murcia y siga ayudando a nuestro deporte, al
mundo universitario, educativo, científico, humanístico e investigador y a esta
tierra tan necesitada de grandeza, frente a tentaciones, proyectos, lugares y
gentes que lo acogerían agradecidos.
¡Salud y mucho
ánimo, Presidente!
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