De las
escasas verdades futboleras a la estupidez solo media el corto trecho que
separa lo evidente de lo simplón. Los goles culminan el juego, bueno, malo o
regular; y justifican explicaciones. La velocidad física y mental es la reina
imprescindible en cualquier deporte competitivo; marca las diferencias. Y la
estupidez es el corolario de quienes se empeñan en trasladar al campo de las
certezas lo que no deja de ser un juego, con el factor suerte como determinante
a veces.
El Madrid le
puso velocidad e intensidad a su juego, que también es básica en los deportes
de contacto, y los goles se sumaron a la fiesta del fútbol de la primera parte
contra el Sevilla. Y a la postre, como lidian los taurinos de salón y quienes
somos incapaces de ponernos delante, empiezan los supuestamente sesudos
comentaristas a sacar sus simplonas elucubraciones. Ahora resulta que Casemiro, fundamentalmente, o Isco, e incluso Ramos y Varane, son los
lastres del Real que sufrió su ocaso llegado el otoño tras un verano
esplendoroso. Échale guindas al pavo Zidane,
porque la semana pasada era la rémora, que yo buscaré las pavas; Kroos, Marcelo y Modric también
portaban el moco largo del bajón otoñal. Puro oportunismo, siendo apreciable
que no son máquinas y tienen sus baches puntuales, porque al acierto y a la
suerte hay que sumar otro factor fundamental: el contrario también cuenta.
El súbito
gol del siempre eficaz Nacho,
merecida fortuna por su incansable perseverancia, descosió las primeras
costuras del Sevilla, que tenía el libreto de la posesión en torno a Banega como apuesta más relevante. Y es
que, a falta de jugadores más veloces, el trato sutil y pausado del argentino
podía ser el adecuado ante la ausencia de tantos titulares defensivos blancos y
su reciente asfixia por el centro del campo. Pero a esa suerte, los merengues
sumaron esta vez la verticalidad veloz y en cuarenta minutos desnudaron a los
sevillistas. Ahora dirán que Zidane dio con la tecla al dejar a Isco en el
banquillo porque Asensio fue quien
frotó la lámpara mágica. Sin embargo, la realidad es tan sencilla como que el
malagueño y el balear son tan buenos futbolistas como diferentes en su juego, y,
ante el planteamiento posesivo de Berizzo
y su ayudante Marcucci, fue
fundamental la rapidez física y mental del joven interior blanco. Y no solo la
suya, sino la de Ronaldo, Lucas, Marcelo, Achraf
—magnífica noticia el marroquí— y compañía, que con el sedoso nueve y medio Benzema arriba, los renacidos Kroos y
Modric y el juego anticipativo del propio Nacho y del excelente Vallejo —¡por fin pudo demostrarlo!—,
destrozaron al Sevilla en media parte para el recuerdo. Tan espectacular como
difícilmente repetible porque se alinearon todos los astros: suerte —el absurdo
penalti de Navas y la mala fortuna
de Rico al escurrírsele el balón,
fueron otras muestras—, rival lento y predecible, calidad, velocidad y acierto.
Si se hubieran enfrentado a los de
Bruyne, Sterling, Neymar, Mbappé, Griezmann, Coman o el mismo Messi, esos que ahora tachan de prescindible a Casemiro hubiesen
echado de menos a un par de su corte para cerrar y que los artistas lucieran.
Lo de Isco
es punto y aparte. En un equipo como el Barcelona podría ser titular
indiscutible. El vistoso juego culé en el medio y su velocidad e
imprevisibilidad arriba es idóneo para él; sería un Iniesta rejuvenecido junto a Messi. Pero ya dijimos que si quiere
ser fundamental en el Madrid debería jugar a uno o dos toques en el centro para
aportar velocidad, una vez descubierto que hay que defender también, y trenzar
sus arabescos al borde del área. Guti,
Xavi e Iniesta deberían ser sus
referentes. El primero por expectativas truncadas, teniendo seguramente más
clase que él, y los otros por cuajar en los mejores interiores españoles de los
últimos decenios, si no de la historia, con permiso del gallego, barcelonista e
interista Luisito Suárez, el único
balón de oro español, y Luis Aragonés, el máximo interior-
goleador hispano.
Y volviendo
a Zidane, los vocingleros han pontificado que sí le funciona el plan ‘b’. Que
sabe alinear, plantear, dosificar y tener a sus suplentes enchufados. Han
bastado cinco goles en un rato para resucitar ante algunos. Lo paradójico es
que dentro de unos días la burra trigueña de tales opinantes volverá al barro
madrileño, salvo que Cristiano cabalgue de nuevo en liga. ¡Benditos goles! La
verdad suprema del fútbol.
Pd. En ese montaje cuasi pirotécnico (por sus numerosos petardos) del mal llamado Mundialito de Clubes, contra un equipo árabe que en España estaría en cualquier grupo de nuestra Segunda B, aunque disfrute de dos delanteros de superior categoría; se vio lo que prevemos que pueda ocurrir al equipo de Zidane en su retorno a la Liga; como con el pelo, si no hay goles no hay alegría.
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