Pero la duda
es si le conviene al Real Madrid. Hace tiempo que el omnímodo Pérez anda tras un trueno, ya que su
enorme acierto al elegir a Zidane
empieza a aburrirle porque no se le ha reconocido tanto como esperaba, además
de que el juego no alcanza la excelencia prometida, más allá del incuestionable
éxito de haber conseguido diez de los doce títulos disputados en su corto
periplo.
Así, a pesar
de tal proeza, culminada con el magnífico partido en Abu Dabi frente al Gremio
para hacer de 2017 el mejor año de la centenaria y brillante existencia blanca;
don Florentino considera menoscabado su pedestal. Para sus adentros, no se le
magnifica suficientemente por los
extraordinarios últimos tres años de la segunda etapa de su ya luengo mandato.
Y eso, unido a que paradójicamente la presente temporada puede acabar en
secano, hace que el presidente blanco prepare el sonado fichaje de Neymar como bálsamo para sus
seguidores, sordina ante el contratiempo y botafumeiro hacia su figura, por si
alguien olvidaba que sigue ahí, al pie del cañón Real, tan inasequible al
desaliento como artillero máximo del club más laureado de la historia. Pérez en
estado puro, más líquido, sólido y gaseoso que nunca, para esos que hacen vaticinios
sobre quién le sustituirá, e incluso ven su mano meciendo la cuna del supuesto
sucesor. Pero olvidan que los hombres así son “insucedibles”. Después de ellos,
el diluvio. Y si lo propician es con la vana esperanza de que inciensen su
figura hasta el arrebato, aparte de para poder manejarlo entre bambalinas, como
la historia de la humanidad nos abunda.
Para don
Florentino, como genuino forofo blanco, el Barça representa el compendio de su
bestiario. Nada le place más que machacar a los blaugranas dentro y fuera del
terreno de juego. Ni nada le causa más frustración que los éxitos culés, igual
que sucede al contrario con los forofos blaugranas.
Dos
ejemplos: basó su triunfo electoral a la presidencia en el año 2000 en
arrebatarles a Figo, y dimitió
amargamente en 2006 al verse impotente dos
años seguidos frente a Rijkaard, Ronaldinho, Etóo, Deco y compañía, a
pesar de sus incontables y costosísimas apuestas por los segundos galácticos en
tres temporadas de atroz sequía de títulos.
Más duros
fueron los inicios de su segunda etapa, coincidentes con la mejor histórica del
Barça con Guardiola, que fue
capeando con Mourinho de falsario
estandarte y Ancelotti de fetiche
glamuroso, hasta el punto de tener preparada la dimisión poco antes de la final
de Champions de Lisboa contra el Atlético. Él agónico testarazo del desde
entonces legendario Ramos le salvó
del desastre y propició su mejor etapa, tras sus tres primeros años con el
heredado Del Bosque a los mandos: dos
Ligas y la Champions de Zidane en Glascow.
Por eso
ahora, tan listo y brillante como maquiavélico, cree llegada la hora de cebar
de nuevo la bomba, en fiel expresión suya, y Neymar aparece en como la enésima reinvención de su reinado.
Muchos —el target del relamido presidente—, ya entornan los ojos e imaginan los
gambeteos del frívolo brasileño por el Bernabéu. Y, para mayor gozo, suponen el
llanto y crujir de dientes que significarán por las gradas, el vestuario y el
palco del Nou Camp; la gloria no sería completa si no apareja la desdicha del
endemoniado rival, con Messi
demasiados años ya de máxima figura mundial.
Y eso a
pesar de disfrutar de Cristiano, el
mayor goleador de la historia blanca y seguramente de la mundial, pero al genio
portugués lo trajo muy a pesar suyo otro fantasma de Pérez, Ramón Calderón, y eso es algo que aún
no ha digerido el ingeniero futbolero. De ahí sus intentos de destronarle con Benzema, primero, y Bale después; dos intentos fallidos.
Pero a la tercera debe ir la vencida, una vez que los años empiezan a pasar
factura. Cristiano seguirá marcando goles aun jubilado, pero la velocidad ya no
es su fuerte y el regate no lo fue nunca. Espectáculos que asegura Neymar,
aunque ni de lejos ni soñando marcará nunca los goles del portugués.
Florentino
necesita a Neymar, sí, pero el Madrid precisa de alguien que garantice parte de
los goles de Cristiano, porque los mismos será imposible hasta dentro de
demasiados años para que Pérez pueda reinarlo.
Otra cosa es
cómo sonará semejante trueno en el vestuario blanco. Nada bien, seguro, entre
algunos estandartes, con Ronaldo a la cabeza. Mal asunto.
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