En
pretemporada el Madrid fue notablemente mejor, pero una vez iniciada la Liga la
tabla es la que manda. Decíamos que dos resultados pueden cambiarlo todo en el
fútbol, y así ha sido. El Barça aún no ha encajado un gol y comanda la
clasificación, con tres victorias en tres partidos, y los merengues se han
dejado cuatro puntos en casa. Esos empates con sabor a naranja amarga, ante dos
magníficos Valencia y Levante, han variado
el panorama; las urgencias, ahora, por Chamartín.
Y como esto
es fútbol, que decía Vujadín Boskov,
las cañas de hace unos días se ha vuelto lanzas contra Zidane. Las rotaciones que antes lo encumbraron con razón ahora lo
lancean con oportunismo. ¿Y cómo no?, también asoman los árbitros por la
garganta profunda de don Florentino,
que ha redescubierto el ancestral vicio tan futbolero como absurdo de buscar
fantasmas si las cosas no salen a nuestro antojo. Y cuando un personaje así
enarbola esa obviedad, que en su caso sí es más que un presidente de club, se
convierte en banderín de enganche para los papistas que pretenden ir más allá que el mismo Papa.
¿Que el
colectivo arbitral español es mejorable? ¡Toma; pues claro! Igual que lo son
nuestros clubes y hasta el lucero del alba. ¿O no ha sido manifiestamente mejorable
su gestión al frente del Madrid a lo largo de tantos años, como él mismo
reconoció al dimitir en su primera etapa? Y hasta sus mejores futbolistas:
Zidane cabeceando el pecho de Materazzi
en su último Mundial, aunque le insultara a un familiar, o el propio Ronaldo empujando al árbitro que lo expulsó, por mucho que hubiera
errado. Así es el fútbol de mejorable,
como todo en esta vida.
Pero
volviendo a la Liga, el Barça ha remontado el vuelo en el terreno de juego —más
arriba el patio sigue mojado— con la base del equipo de antes de los fichajes,
fuga y desvaríos, y su máxima figura en plan estelar. Messi, que con Argentina no levanta cabeza, ha retomado el mando y
nos ha puesto a todos de acuerdo en que sigue siendo el mejor. Igual que sabemos
que un Real sin Cristiano es más romo que agudo. Contra el Levante me pareció seguir viendo a
Argentina ante Venezuela; atasco monumental en el centro y en las inmediaciones
del área rival y nadie para el remate dentro de ella. Y es que, si a Messi le
pones al lado a Dybala, y a Banega de media punta también, le
cierras caminos y diagonales hacia el gol. Como ocurrió en el Madrid contra el
Levante, con Asensio, Lucas y Kroos estorbándose, o el propio
Benzema mientras estuvo e Isco cuando salió, por no hablar del
batiburrillo por la izquierda con Marcelo
y Theo compitiendo por idéntico espacio.
Sampaoli y Zidane tendrán sus
razones para esos galimatías, pero como son inteligentes supongo que no repetirán
tales inventos.
Valverde, eficiente y perspicaz, al fin puso a Deulofeu en su sitio, por la derecha, y
liberó a Messi, como ya hizo Guardiola,
para que jugara donde quisiera sin arrancar desde la banda, y ambos lucieron sus
mejores cualidades con Suárez
cayendo más a la izquierda. El seleccionador argentino debería tomar nota.
Y lo de Bale es de record calamitoso. De aquel
extraordinario lateral izquierdo goleador en Inglaterra, donde mejor ha lucido,
a extremo por la derecha y el sábado a delantero centro en el Madrid. De muy
bien a mal y peor. Un futbolista sobrado de egos y presencia física con piernas
de cristal, que debería haberse dedicado al tenis, por su individualidad, y no
a jugar de lo que sea para un lucimiento básicamente imaginado; camino de
rubricar a Laurence Peter con lo de ir ascendiendo hasta
alcanzar el máximo grado de incompetencia. Pero más culpa tienen sus cómplices.
Pérez, el presidente-director deportivo, por no enmendarse, vendiéndolo, para
deshacer el entuerto de su fichaje, en vez de largar a Morata —al final tendrá que regalarlo como a Kaká—; y Zidane, que sabe mejor que nadie de qué va esto, por
secundarle. Morata no se hubiera ido y el Real Madrid tendría mejor plantilla
que el año pasado, pero sin su canterano más rentable ya pueden encomendarse a
la Almudena para que el regalo que dejó Ramón
Calderón, Cristiano, no falte mucho. Los goles, razón suprema del fútbol,
no se marcan con el glamur, vendiendo camisetas, en el palco, en la pizarra ni
en los despachos.
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