Con el rey y
el caballo de la muestra es difícil perder al tute, y si pintan Champions el
Real suele acompañarlos del as copero que luce en su competición aurea. Y
acostumbra a cantar las cuarenta para tormento de sus rivales. Últimamente le
ha tocado al Atlético de Simeone sufrirlo,
que tiene todo el mérito del mundo. Su problema en la vuelta no era hacerle
goles al Madrid, su debilidad, sino evitar que los merengues hicieran alguno;
su punto fuerte.
Pensando en eso
y en Cardiff, me vienen a la memoria Ámsterdam, Viena y París, donde el Real
Madrid perdió contra el Benfica de Eusebio
en 1962, el Inter de Helenio Herrera y del enorme Luisito Suárez en el 64, y en el 81 contra
el Liverpool de Kennedy. Pero inmediatamente me revolotean las otras
once finales en las que los blancos labraron su reinado europeo. Recuerdo mi
decepción infantil acompañado de mi padre viendo en blanco y negro en la
televisión del extinto Hotel Regina de la calle Riquelme, junto a casa y donde
se concentraba entonces el Real Murcia, por la decadencia continental del
equipo comandado por Di Stéfano, y
la suya propia, que había ganado cinco Copas de Europa consecutivas y donde
brillaban los inolvidables Puskas y Gento. Aquellas penas se disiparon en
el 66 con el triunfo del Madrid ye-yé sobre el Partizán de Belgrado en Bruselas,
en el que diez españoles jovencísimos capitaneados por mi ídolo Gento ganaron la sexta, con Amancio en plan estelar.
Luego vino
una larga sequía de quince años hasta el disgusto parisino, y otra larguísima
hasta llegar de nuevo a Ámsterdam, donde había comenzado mi recuerdo en vivo de
las duras y las maduras, más allá de las ondas radiofónicas, para el alegrón
que nos brindó el equipo de Mijatovic
al mando del incomprendido Heynkes. Y a partir de ahí el Real retomó su dominio
europeo con la octava en París de Raúl
contra el magnífico Valencia de Cúper,
a la que asistí con mi hijo José Luis
y dos sobrinos; la novena de Glascow que siempre llevará el acento de la
apoteósica volea de Zidane, y
primera de Pérez; la décima de
Lisboa, asociada al cabezazo épico de Ramos; y la azarosa por penaltis de
Milán, que supuso su undécimo entorchado europeo. Catorce finales con once triunfos. Ahí residen
las cartas ganadoras del Real. Como decía acertadamente el sabio Luis Aragonés, los subcampeones no se recuerdan.
Pero para
llegar a la docena se nos ha puesto un mal pájaro en la bardiza, que decíamos por
la huerta. La Juventus del rechoncho Higuaín
y de Khedira —con el mal fario de
los ex— es un equipo de notable alto en todas sus líneas, con las excepciones sobresalientes
de Buffón, Bonucci, Alves y del
joven argentino Dybala, que uno por
uno no asustan pero en conjunto son temibles; sobre todo en defensa. Es
complicado golearles porque defienden superando la raíz del calcio italiano. Y
lo hacen todos; ahí estriba el éxito de Allegri.
Un acorazado con cañones certeros que rentabiliza como nadie sus contados goles
para lo que deberían ser los números de un equipo de su categoría: seis ligas
italianas seguidas y dos finales europeas en tres años. ¡Ojo al dato!, que
diría el recordado García.
En cuartos contra
el poderoso Barça anticipamos que a Suárez
le harían su juego imposible, y que Messi
y Neymar deberían afinar el
goniómetro para enchufarla desde fuera, y sucedió lo que no queríamos: demostraron
su juego granítico dejando en seco al mejor jugador del planeta. El Madrid es
otra cosa en Europa y no padece anemia goleadora, pero el mejor goleador del
mundo, Cristiano, deberá reiterarlo.
Él tendrá la llave de la doceava. Zidane
deberá tomar una decisión crucial: Isco
o Bale. Si juega el malagueño todo
irá dirigido a que el portugués cumpla, de lo contrario, los esfuerzos de
dividirán y esa será la gran ventaja de los legionarios turineses. Don Zinedine,
que es bravo aunque a veces su mesura parezca manseo, deberá mirar antes a su
vestuario que al palco o a la grada galesa;
ya lo hizo con Casemiro. En
una final no caben nomenclaturas millonarias, nombres, caprichos ni
botafumeiros.
Ganar el rey
y el caballo con el as europeo de copas será su consolidación; Liga aparte. Deberá
saber jugar las cuarenta que tiene en la mano. A estas alturas, ser segundo no vale. Ni
diplomático tampoco Y consentidor, menos.
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