En cuanto se
remueve el gallinero salen las zorras de sus madrigueras a merodear. Ha bastado
que al Barça le dieran un repaso en París, de los que hacen época, para que
amigos, enemigos y carroñeros se lancen a la caza de la carne fresca.
Desde el
despechado Laporta a los periodistas
de cabecera culés y las hojas
parroquiales del Mundo Deportivo y el Sport, pasando por los medios merengones
y demás familia bufandera. Los más ocurrentes siempre son los aficionados, que
agudizan su humor para atizarle al contrario. Esos desahogos explican parte de sus
extraordinarias pasiones.
Aún falta el partido de vuelta, ojo, pero a
los culés los desplumaron porque salieron desnortados y no llegaban al balón
antes que los contrarios, que fueron, además, muy superiores; al margen del
baño que le dio Emery a Luis Enrique, quien debía repensar sus
condiciones, filias, fobias y su mala follá. Poner cara de asco a la prensa no
arreglará su descrédito. Es un entrenador de equipos pequeños y el único que
ignora su bautismal irrelevancia en el Barça. Messi dirige tanto dentro como fuera del terreno de juego y él,
reiteramos, es un mero administrador de la mitad de la plantilla. Guardiola se fue para no beber ese
cáliz amargo, al crecer el monstruo que él mismo propició hasta hacerse el más
grande.
Pero hay
algo más que también es recurrente. Cuando al Barça o al Madrid les va mal,
nunca faltan quienes achacan a factores extradeportivos las desgracias propias
y la gloria ajena. Ahora son los culés quienes ven fantasmas, y lo que les
queda, pero, curiosamente, aún hay madridistas que siguen viéndolos por el
espejo retrovisor.
Hace
décadas, para algunos barcelonistas miopes eran los gobiernos de Madrid quienes
propiciaban sus éxitos, incluso el régimen de Franco cuando la gloriosa etapa de las seis copas de Europa, como
si el general gobernase también el continente; y enseguida culparán también a
la política centralista. Y a contraestilo, hay un mantra que repiten tristones
hace años muchos forofos madridistas. Sería el cansino presidente Villar quien ha propiciado la deslumbrante
trayectoria blaugrana en las últimas quince temporadas, por su inquina con Pérez, desde que don Florentino, en su
desmedido afán de mangonearlo todo, apostara por un rival suyo en pasadas elecciones
federativas.
Esa supuesta
manía es tan disparatada como la señalada del Madrid antiguo, y como los
números son cabezones, a continuación me permito un desahogo lírico dedicado
con cariño a mi amigo Pepe Castillo,
que la defiende, tan buena gente y futbolero como merengón y poeta.
Buceando en
las estadísticas, en tarjetas y expulsiones andan parejos a lo largo de la
historia liguera, con cierto trato ventajoso hacia los blancos; esta temporada
llevan cuarenta tarjetas amarillas por cuarenta y seis los culés; y solo en la
Champions, donde manda poco Villar, es el Barça a quien más rivales le han expulsado,
sin que ese dato haya sido tampoco determinante. La cuenta de los goles
anulados indebidamente no existe, pero en penaltis a favor ganan de largo los
blancos.
Como decía,
permítanme un soneto con estrambote para cantarle a quienes ven más allá que
están tan equivocados como los números enseñan:
Pepe, “por ser tu afición, lo diré en soneto./
Este curso en penaltis uno más el Barsa/ y para ver con el Madrid de comparsa/
un mirar comparado más completo,/ doce más tiramos los merengues/ en los
últimos diez; cuarenta y cinco/ en los veinte, y en los veinticinco/ son treinta y nueve a favor los
perendengues./ Con los cincuenta y nueve en la treintena,/ hacen ciento trece
en la Liga hispana,/ con ochenta en la última cuarentena./ Estas son razones no
foroferas./ Si ahora señalamos al azulgrana,/ más habrá que acusar a los
blanqueras;/ te lo dice un blanquete pimentón;/ pues habría que motear de
rastreras/ en el fútbol español y en las Europas,/ a cuantas ligas, trofeos y
copas/ que en toda su historia fueron y son.”
Y es que,
sobre los errores de la docena larga de
árbitros que suelen arbitrarles, en la Liga cuenta la regularidad, la plantilla, la
calidad, el coraje, la mentalidad, la dirección, y también la suerte. Lo demás
son cuentos de mal perdedor.
A Messi, Xavi, Pujol, Busquets, Piqué, Iniesta o Guardiola no los inventó
Villar. Ni Franco a Di Stéfano, Puskas, Gento, Amancio, Pirri o Miguel Muñoz. Ni ningún árbitro ni
mandamás. Como tampoco a Butragueño,
Raúl, Cristiano, Ramos, Zidane, Cruyff, Suárez o Neymar.