ZIDANE SALVÓ
SU TRONO, Y MÁS
La tarde
noche barcelonesa se prestaba a la emoción, aunque el partido se presentaba
como puro trámite. Una faena de aliño del Barça bastaba para asegurar la Liga,
pero el espectáculo tenía truco o, mejor, protagonistas secundarios.
La sombra de
Johan Cruyff, como referente
fundamental de la tarde, planeaba desde días atrás sobre el Camp Nou, y cuando
llegamos a sus aledaños se hacía presente en cada esquina y a cada paso. Camisetas
blaugranas con el 14 y su nombre impreso, carteles y respeto en el ambiente, o
eso me pareció a mí. Tal vez no fuera casualidad que los cien mil espectadores
que abarrotarían el campo un par de horas más tarde batieran un récord de
asistencia. Despedir formalmente al padre del Barça moderno no era cuestión
baladí. Y llegado el momento, minutos antes de que los equipos empezaran el
juego, aplaudimos durante minutos y minutos su recuerdo plasmado en los
marcadores, seguramente en otro récord de duración de cualquier aplauso. Emocionante.
Y el balón
empezó a rifar ocasiones. Los culés, en plan dominador, se lucían en fintas y
señuelos imaginados en cualquier regate corto, marca de las casas de Messi, Iniesta o Neymar. Y el
Madrid de Zidane, serio y sin
concesiones, agazapado atrás, esperaba su turno. El primer acto fue aburrido
por excesivo tactismo y por la lentitud con que unos y otros se prodigaron. Con
Albert Frago, un culé entrañable a
mi lado, comenté lo anterior y, ante su extrañeza y la de otros vecinos de
asiento por el juego rácano de los blancos, mi certeza de que el único que se
jugaba algo era Zidane, porque la competición doméstica está liquidada
ocurriera lo que ocurriese. Perder por dos o tres a cero el sábado era el
camino más directo hacia su no renovación como técnico blanco el año que viene.
En la segunda parte el Barça pareció ir a por el partido y le imprimió una
rapidez y garra tan encomiable que albergué la sospecha de que ni los blancos
ni su técnico se salvaban de la debacle, pero, una vez más, el primer paso
obnubiló a quien debía insistir en el segundo y tras el primer gol de partido,
los de Luis Enrique se dedicaron a
jugar andando. Un rondo insulso que dio alas a los blancos. Y tras el empate y
el absurdo cambio del turco Arda por
el croata Rakitic, el Real sacó sus
garras y fue a por el partido. El Barça continuó andando sobre el campo y sus
rivales, ni con uno menos por la expulsión cantada de Ramos, cejaron en sus
ímpetus. Y llegó lo inevitable y
previsible tras lo que veíamos en la grada.
El colofón
lo puso Cristiano, tras el empate de
Benzema, haciendo inútil el testarazo
de Piqué, y Zidane le ganó el pulso
claramente al asturiano mal encarado. En definitiva, Zidane pasó su reválida.
Hace tiempo que venimos defendiendo en esta columna que el problema del Madrid
era el mediocentro, y el francés, que de esto sabe lo suyo, ha sabido rectificar
a tiempo. Con Casemiro en la
medular, por delante de los centrales, el Madrid ha ganado el equilibrio que ya
Benítez intentó sin éxito; como no
tenía el nombre del campeón del mundo gabacho, no le dejaron. Pero lo
importante, aparte del partidazo defensivo que hicieron lo blancos, con
Casemiro en plan estelar y las lanzaderas que suponían los carrileros Carvajal
y Marcelo, es que don Zinedine ha
consolidado un equipo para soñar caminos en la tarde, que diría el poeta. El
Madrid, con ese equipo base, puede aspirar a todo en lo que resta de temporada y,
lo que es más importante, puede y debe afrontar la campaña próxima con ciertas
esperanzas.
El Barça,
sin embargo, debe extraer la lección del sábado por la noche. Al fútbol no se
juega andando, como decíamos, y aparte de que se desarrolla desde la cabeza
para rematarlo con los pies, como decía el enorme Johan Cruyff, debe saber que
las confianzas son malas consejeras cuando se juega contra un grande, y a los
azulgranas en la recta final de la temporada le quedan al menos dos o tres
grandes para conseguir el triplete.
Como
corolario, esta vez don Florentino
se salió con la suya, y Zidane, su penúltima baza, le ha devuelto el favor. El
señor Pérez puede afrontar el resto del curso e iniciar la próxima temporada
con garantía de tranquilidad en el Bernabéu. Ganarle al Barcelona en su casa es
lo mismo que ocurría con Barça antiguo: ganarle al Madrid justificaba una
temporada.
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