EL FÚTBOL
COMO TERAPIA NACIONAL
Ya sé que es
ampuloso y exagerado, pero para infinidad de españoles el fútbol representa
ahora una válvula de escape ante el proceloso panorama político y social que
padecemos. Y es mano de santo. Fue el tenis y el baloncesto, el ciclismo, el
atletismo, y es el motociclismo; pero el fútbol, que mueve infinitamente más
aficionados, hace años que triunfa en Europa y en el mundo, enorgulleciendo
a millones de compatriotas.
Esta semana
ha vuelto a producirse el éxito que echaremos de menos; nos estamos
acostumbrando a un paraíso esquivo. No ha sucedido en ningún país europeo y en
España sucede con regularidad
el último decenio. Que cuatro equipos españoles estén entre los ocho mejores de
Europa en sus dos competiciones continentales, asegurada la presencia de dos de ellos en sus finales, y con posibilidades
de que sean los cuatro, es portentoso. ¿Cómo
estarían en Inglaterra, Italia, Alemania o Francia, si disfrutaran de esa gloria?
Nos lo podemos imaginar.
Aparte de las
machadas del Sevilla de Emery y del
Villarreal de Marcelino – qué pena
lo del Bilbao de Valverde y el
emparejamiento del Barça con el Atlético-, tal y como auguramos, el Madrid, con
la fortuna de cara, se deshizo con lo justo del Wolfsburgo, a quienes debieron
golear también en su estadio; les separa un abismo. Ojalá contra el Manchester
City persevere en la solidez cuando juegan a tope sus futbolistas, desde el
equilibrio alcanzado con Casemiro, y
a Zidane no le dé un ataque de técnico
de paripé presidencial haciendo rotaciones absurdas o no haciendo algunos
cambios clamorosos; lo de Danilo en
Alemania, o mantener a Bale en el
Bernabéu los últimos veinte minutos a pesar del agujero que ocasionaba en la
derecha por no bajar, no tienen un pase.
A estas alturas hay que salir con los
mejores porque solo restan media docena de partidos relevantes. Zidane ha
logrado un equipo, el que todos y él sabemos, y ha de insistir, sin mirar al
palco, con esos once y sus sustitutos naturales: Vázquez,
Jesé, Varane, Nacho, Isco o James –nunca juntos-, al
margen de retoques tácticos puntuales, donde flojea.
Eso lo
maneja bien Simeone, que salvo
imponderables maneja a sus nueve titulares y a los dos o tres que se disputan
los otros dos puestos, uno en la media y otro en la defensa, con perseverante
sabiduría, así como los cambios tácticos y recambios de jugadores que requiere
el resultado. Dentro de esas variaciones, lo único innegociable es la presencia
continua de un medio centro con oficio. Como dice Guardiola, aunque exagera interesadamente para motivar a los del
Bayern, “si el Atlético de Simeone juega bien gana siempre”. Habría que añadir
que dentro de su peculiar estilo, y matizar que más bien difícilmente pierde
porque es complicado hacerle goles, aparte de impedirle que haga el suyo con Torres recuperado y Griezman en estado de gracia. Con Fernández o Tiago de medio centro, Gabi
y Koke a los mandos, y el espléndido
Saúl - o Carrasco-, de rompelíneas,
el medio campo atlético es el más sólido de Europa; ahí radica su fortaleza y
fiabilidad en los momentos clave. Simeone empezó consolidando una defensa con un
portero de garantías, Godín de mariscal y Juanfran y Filipe de alfiles, y reinventando goleadores de referencia: Falcao, Costa y ahora el gabacho. Después afinó el medio campo hasta
hacerlo jugar de memoria con una intensidad insuperable. Esa, junto a la
suerte, ha sido la escalera de color para llevar varios años seguidos entre los
mejores, y esta temporada puede ser el colofón a un trabajo colosal y barato
para el Atlético de Madrid por su eficiencia: aspirante a todo, títulos y
saneamiento económico desde lo deportivo. ¡Tomen nota en el Bernabéu!
Al Barcelona
le quedan varias finales para ganar la
Liga que tenía en la buchaca, y ahora es cuando sus profesionales deben demostrar
la madurez que cabe exigirles. Como aventuramos, la eliminación de la Champions
puede costarles la Liga. Plomo en la necesaria décima de segundo y depresión
anímica, aparte de la obligación de alinear a Messi y a sus dos compadres Neymar
y Suárez, estén como estén, y a
otros; por prescripción del argentino, así como su antojo de huir del área, más
una suerte esquiva, marcan el viacrucis culé. Mal pájaro tiene Luis Enrique en la bardiza.
Y en junio,
como terapia contra electoral, llega la Eurocopa. La suerte de Del Bosque será nuestra fortuna, porque
lo demás…, ¡ruina!
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