DE LOS
DESPACHOS AL FÚTBOL Y AL ESCÁNDALO
En cualquier
espectáculo priman los artistas sobre los gestores. En el fútbol, como evento
que concita las mayores concentraciones de espectadores en los países donde
reina, ocurre lo mismo. Se recuerdan los nombres del pasado: Pelé, Di Stéfano, Beckenbauer,
Maradona, Cruyff y compañía, y se nombran con deleite los contemporáneos: Messi, Cristiano, Ramos, Iniesta, Ibrahimovic, etc., comparándolos muchas veces con los recientes: Raúl, Ronaldo, Romario, Van Basten o Xavi, por citar algunos.
Con los entrenadores
pasa lo mismo, aunque su memoria es más corta. Actualmente podríamos meter en
ese grupo de gerentes artistas a los Guardiola,
Mourinho, Del Bosque, Klopp o Ancelotti, junto a quienes lideran en
cualquier momento a los grandes equipos: Luis
Enrique, Van Gal, Benítez, Simeone y pocos más. También en este cupo se recuerdan a los
recientes: Michels, Menotti, Cruyff, Capello, Valdano, Sacci,
Fergusson o Aragonés, por rescatar a algunos que aportaron novedades
futbolísticas destacadas.
Sin embargo,
salvo el legendario Santiago Bernabéu, es difícil que los
aficionados rememoren los nombres de quienes dirigieron el cotarro desde los
despachos: los presidentes de clubes y de instituciones. Y cuando se les
recuerda no es precisamente sin polémica; un ejemplo podría ser Florentino Pérez, al margen de
contadísimas excepciones. El segundo plano es una virtud institucional para
quienes llevan las riendas de cualquier organización, y una muestra de servicio
honrado a la cosa. Por eso, a muchos nos escandaliza que ahora estén en
candelero los Blatter, Platini o Villar de turno; es un decir, porque más que de turno son de oficio
sempiterno, cuando no de escasa vergüenza o, directamente, de mangoneo descarado
continuo. Es insólito en cualquier escala comparativa que los mandamases del
fútbol manejen los cotarros a su antojo, durante decenios, sin nadie que los
fiscalice.
Los lobos se
guardan entre ellos, lo que demuestra que el fútbol está en manos de gente sin
escrúpulos llegada a los cargos con el afán exclusivo de echarse al bolsillo
cuanto puedan, directa e indirectamente, además de lucir un lustre para el que
no suelen tener mérito, formación ni bagaje personal alguno, salvo el de una
alarmante y demostrada mediocridad en
sus derroteros profesionales y vitales antes de llegar al sillón. Solo tenemos que mirar a nuestro alrededor
para comprobar tal evidencia. Y empeoran aún más la situación de lo que en
teoría administran, que en realidad saquean, rodeándose, como buenos mediocres,
de más ‘mierdaembrazos’ para reinar como soles en el desván de sus tinieblas.
A pesar de
ello, algunos, como el propio Villar, aciertan a veces en materia
exclusivamente deportiva y consiguen éxitos indiscutibles. El tiempo reciente
de la laureada selección española es un buen botón de muestra, aunque para ello
se han de concitar circunstancias tan excepcionales como el propio brillo
ocasional de estos personajes; nefastos en su mayoría. ¿Cuándo vamos a contar
en España con una pléyade de magníficos futbolistas como la de Xavi, Iniesta, Pujol, Casillas, Villa, Senna, Busquets, Alonso o Ramos, y de un técnico como Luis que
supiera ver los puntos fuertes reales que les adornaban, conjuntándolos bien, con
el coraje y el valor de jubilar a otros tan buenos como ellos — Raúl o Salgado—pero con el paso cambiado para
la idea que finalmente resultó acertada; y otro como Del Bosque que supiera
darle continuidad al invento? Desgraciadamente pasarán generaciones de artistas
y de aficionados para que se pueda repetir. Porque, además, el modelo que tan
sabiamente impuso Luis, el del dominio mediante un toque exquisito, sin prisas,
y con buena llegada: el celebérrimo “tiquitaca” que todos quisieron imitar
después en el planeta, coincidía con la forma de jugar de quien mejor fútbol
hizo en esos años en el mundo: el Barça.
A quienes
aún ningunean el modelo de la Masía aduciendo que los blaugranas contaban con
el mejor Messi, se les caen los palos del sombraje con el argumento contrario
de que el argentino no jugaba con España y sí con Argentina, sin que los
albicelestes se parecieran en juego ni en resultados a nuestra selección. Y,
¡ojo!, los que se aburrían eran los rivales y sus forofos, a quienes los del
“tiquitaca” hacían pequeños en cada partido haciendo arte del juego de la
pelota.
La pena es
que los escándalos de corrupción de Blatter, Platini y ahora parece que de
Villar, ensombrezcan algo que puede ser tan bello, amparados en las sombrías
prácticas que avergüenzan el fútbol desde los despachos. ¿Penarán? Lo dudo. Ellos
juegan con baraja marcada.
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