CRISTIANO
RONALDO
Como la
mayoría de los genios, Cristiano es
un tipo de singularidades extrañas para el resto de mortales; rarezas, se diría
en callejero, pero su desmesurado ego aparente le distingue sobre otros.
Sin embargo,
es posible que esa peculiaridad denote más transparencia que otra cosa, dejando
ver también alguna debilidad íntima. Desde la personalidad que proyecta dentro
y fuera del terreno de juego, al margen de la que mantenga en su vida privada,
el ansia por ser distinguido de un modo especial por quienes le rodean en su
entorno más próximo, quizá tenga mucho que ver con una inseguridad impropia de
alguien tan importante: el máximo goleador histórico del Real Madrid, por
encima de dos mitos como Di Stéfano
y Raúl. Tal lastre sería producto de
una infantilidad no superada, por carencias o por demasiados mimos.
Y abona tal
conclusión el hecho de que esas ansias de protagonismo individual las mostrara
ya en su etapa del Manchester, antes de venir a Madrid. Allí se desentendía del
juego cuando no le pasaban un balón propicio sus compañeros, descarándose con
las manos en la cintura, y aquí, además, celebra con poco entusiasmo, si lo
hace, los goles de sus compañeros.
Sea como
fuere, como venimos afirmando hace años, estamos ante el mejor goleador en la
historia blanca y posiblemente, añadimos ahora, de la historia del fútbol. Y es
así porque alcanza hitos difíciles de igualar desde la condición exclusiva de
goleador. Con la derecha, su pierna buena, con la izquierda como recurso y con
la cabeza, donde también es un especialista, es un espectáculo y un peligro
continuo para sus rivales. Se le puede discutir que chuta a la portería más que
nadie y que en las faltas directas su efectividad baja a niveles mediocres,
pero nadie le puede discutir su primacía en el reino del gol.
Ha habido y
hay mejores jugadores de fútbol, y más completos si se quiere: Pelé, el propio Di Stéfano, Boby Charlton, Puskas, Rossi, Torpedo Muller, Cruyff, Eusebio, Van Basten, Ronaldo, Messi o Maradona, por citar a los más significados, pero la mayoría sin el
gol como cualidad exclusiva, y los que sí, de menor cuantía individual.
Como genios,
cualquiera de ellos albergaba rarezas, incluso más antipáticas, aunque no se recuerdan
a la hora de criticarlo a él. El gran don Alfredo, por ejemplo, tenía dentro y fuera
del campo una lengua viperina, sobre todo hacia sus compañeros y hacia quienes
se acercaban al vestuario madridista. El entonces Príncipe don
Juan Carlos de Borbón sabe de eso: en plena época de don Santiago Bernabéu, lo mandó a una faena maloliente de
pantalones bajos en el descanso de un partido de Copa de Europa en el
extranjero, cuando entró al vestuario para darles ánimos porque andaban alicaídos.
¿Qué diríamos ahora si Cristiano hiciera algo así con cualquier otro personaje?
Lo que ha
hecho hasta ahora en el Real, y lo que aún le queda, es de una importancia
legendaria. Pasarán muchos años, o generaciones, para que otro jugador alcance
esas metas. Le falta para coronarse a nivel mundial, eso sí, haber tenido otra
nacionalidad y lucir en una de las selecciones aspirantes rutinarias a las
Copas del Mundo. En todo caso, su paisano Eusebio y el propio Di Stéfano, para
mí el mejor jugador de todos los tiempos, por más completo; tampoco ganaron
nada en ningún Mundial.
En la
actualidad, solo Messi le discute la primacía futbolística con ventaja:
consigue tantos goles como él y, además, hace jugar al Barça a su antojo aunque
no lo logre en la selección Argentina, donde se le critica su juego en
comparación al que despliega en su club. El canterano culé es más completo que
Ronaldo porque golea, se asocia y distribuye. También exige un protagonismo
absoluto en su equipo, aunque quizá sea más taimado en su personalidad y se le
note menos. Tiene, sin embargo, unas debilidades distintas: las derivadas de su
entorno con su padre a la cabeza; en Hacienda conocen alguna de su ‘rarezas’.
Singularidad que no tiene nada que ver con su prerrogativa de genio, sino con
la de la poca vergüenza fiscal contribuyente de sus más cercanos; no sabemos si
también con la suya.
En todo
caso, ojalá Cristiano nos dure mucho jugando, porque cuando ya no esté lo
recordaremos continuamente como algunos hacemos con los citados y con otros. Entonces
entrará en la leyenda, y tendremos la fortuna de poder contarlo a quienes no
tengan esa suerte.
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