Ni a favor del millón de
empleos que se ha sacado Rajoy de la
manga para Andalucía, ¡ay las chisteras, don Mariano!, ni de la bandera
andaluza con que se ha envuelto Susana
Díaz para mimetizarse con su tierra, a falta de mejor programa, ni nada que
se le parezca. Los andaluces van a castigar al PP y al PSOE dejándoles en los
huesos de sus anteriores resultados electorales. Y es que han hecho
innumerables desméritos para ello, allí y en todos sitios.
Falta
de ilusión
En el año con más
convocatorias electorales en nuestra joven democracia, votar a la contra significa
todo menos ilusión. Podría ser incipiente madurez, aunque la ausencia de
programas significativos contra los que votar lo desdice, como también lo
desmiente la orfandad de ideologías claras. La realidad es una falta de
confianza hacia unos y otros que debería hacerles pensar, antes de tomar el
olivo.
Que los partidos emergentes,
Podemos y Ciudadanos, hayan hecho de la bandera anticorrupción su eje
fundamental abona la tesis de que la ciudadanía española empieza a distinguir
el grano de la paja. Y como consecuencia van a votar contra los golfos, aunque
la mayoría no se presenten. De todos modos, demasiados votantes van a depositar
todavía sus papeletas a favor de los suyos antiguos “porque los otros también
han robado”, y eso es, además de triste, desesperanzador para nuestra
democracia libre.
Una
ligera esperanza
Pero sí hay un hecho que
abanica un rayo de luz: en muchos lugares los partidos citados no tienen aún
caras conocidas. Eso sería muy bueno si se conocieran de verdad sus programas,
pero nos vuelve la inquietud al constatar que solo la solidez o simpatía que se
aprecia desde lejos por Pablo Iglesias
y Albert Rivera mueve a la gente
desde la diversidad a votar a sus partidos. Es decir, en
nuestra inexperta democracia seguimos prefiriendo los personalismos a las
razones. Cuando dejemos de sentirnos rebaños y aprendamos a analizar propuestas
y a no consentirle una mentira clamorosa a los pastores, y mucho menos una
corruptela activa o pasiva, habremos alcanzado la madurez democrática.
Los
escombros
El derrumbe del PP de Rajoy
se ha ido fraguando desde que se dio la vuelta como un calcetín remendado para
estafar a millones de sus votantes, haciendo lo contrario de lo prometido. Y,
como colofón, estaba cantado desde los célebres mensajitos a Bárcenas cuando ya le habían trincado
por corrupción. Esas confianzas con un personaje de oscuras cuentas
multimillonarias en Suiza, que ya se conocían entonces, abrió de golpe los ojos
a muchos de los que no volverán a votarle ni en pintura. Porque, como hubiera
sucedido en un país de verdad maduro democráticamente, debió dar paso a otro
liderazgo en su partido y en España. Si no por vergüenza torera, que ha
demostrado desconocer, al menos para no perjudicar a su partido; esa entelequia
que tantas veces proclaman para que se larguen otros.
La ruina del PSOE viene de
lejos. Así, por mucho que Pedro Sánchez
se empeñe en ideas y propuestas, si fuera el caso de que cristalice alguna
potente y concreta en la memoria ciudadana, la desastrosa gestión de Zapatero aún lastra su presente y su
futuro. Tiene, eso sí, la baza con que
desarboló a Rajoy: es un político limpio. Pero eso, siendo una verdad
importante a nivel personal, se difumina en la charca de los casos de
corrupción de su partido.
Susana Díaz, por equivocado egoísmo
también, ha perpetrado la tontuna de no usar la citada importantísima baza de
su secretario general en la campaña andaluza. Y tal decisión, con lo que ha
caído y cae desde el juzgado de la señora Alaya,
es un error de estrategia política solo entendido desde las luchas internas
socialistas, que a la postre suponen también su debilidad; hasta Felipe González ha tenido que
pontificar que no huirá hacia Madrid.
A cambio, ha optado por
seguir la clásica y reiterada doctrina
de Pujol y Mas en Cataluña, haciéndose pasar por la matrona de Andalucía.
Cualquier ataque a su partido o a su persona es una afrenta a su tierra, lo que
supone una indigencia intelectual que asusta.
Las
nuevas construcciones
Por la izquierda, Iglesias
está viendo cómo el globo de su Podemos está perdiendo altura porque también tiene
puntos débiles relevantes. El primero, el techo que supone su adscripción
filocomunista, que él trata de romper intentando colar una inteligente
socialdemocracia que pocos creen. Sus inicios y relaciones de todo tipo con los
regímenes bolivarianos lo desmienten, así como su equiparación activa a los
extremistas del griego Tsipras. Como
hemos reiterado, será difícil que pase del veinte por ciento en las elecciones
donde se presente. Otra cuestión, ahí sí, es la influencia que tendrá en las
distintas componendas postelectorales que se cuezan para formar gobiernos.
Y por la otra banda,
Ciudadanos, el partido que tan eficazmente lidera Albert Rivera, también tiene
dos debilidades serias. La primera, derivada de su falta de cuadros en los
distintos escenarios donde va a competir, porque una cosa es prometer las cuatro
cosas claras que tienen los, digamos, social liberales -centristas sin ataduras
ideológicas-, defendidas con brillantez por su líder, que inspira a cientos de
miles de españoles confianza, honradez y valentía; y otra el día después de su
previsible pero insuficiente éxito electoral. Con las alianzas de gobierno que
propicien empezarán las contradicciones. Sería muy bueno que se mantuvieran
incólumes en una oposición constructiva. Y, la segunda debilidad es la
indefinición del propio Rivera sobre si se presentará a las catalanas, a las
generales o a ambas, que todo puede ser.
Un
voto miope
En todo caso, el voto a la
contra, que siempre es a corto, les viene bien a Podemos y a Ciudadanos ahora.
Otro tema será el futuro. Y ahí, por el bien común, deberán todos laborar duro
además de orar, que ayuda pero no alimenta, como en los viejos conventos.
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