Rajoy, Sánchez, Díez, Iglesias y Rivera conforman la parrilla de salida
para las próximas generales, pero solo de momento. Porque, permítanme, ni son
todos los que están ni están todos los que son, como ha quedado claro tras los
últimos debates; el oficial y el oficioso.
Rajoy
El presidente estuvo en su
línea. Un discurso marmóreo y autocomplaciente para empezar, destacando los
datos macro económicos que apuntan en la buena dirección pero silenciando los también
ciertos que niegan el buen camino en la solución de los problemas estructurales
de nuestra realidad socioeconómica. A quienes claman desde la sensatez que
antes de recaudar más hay que gastar menos en improductividades, ni caso. Y sus
nuevas promesas quedan en borrajas por sus clamorosos incumplimientos.
Donde
sí gana Rajoy es en el cuerpo a cuerpo y ahí tira de dialéctica irónica
malintencionada para enervar a los suyos y descalificar al contrario, incluso
llegando a los malos modos cuando le nombran a su bicha particular: Bárcenas. En
general, nada nuevo bajo el sol, aunque, viendo lo que hay, haya que
reconocerle que es un parlamentario aceptable; ¡cómo añoramos a los González, Guerra, Fraga, Carrillo o Herrero de Miñón, e incluso al mismo Suárez en algunos momentos!
Pedro
Sánchez
El jefe de la oposición, por
el contrario, tenía que empezar por convencerse a sí mismo de que podía ganar,
para disipar las dudas en los propios sobre todo, y presentarse ante la nación
como un aspirante capaz de gobernar España. Y lo primero lo consiguió,
presentándose con una tranquilidad loable, solo traicionada por una cierta
aceleración en su discurso inicial. Aunque en la crítica lo tenía más fácil, y
de eso se trataba al debatir el estado de la nación, sin embargo, en el aporte
de posibles medidas para sacarnos del atolladero le era más complicado. Los
nublos de la nefasta gestión de Zapatero
y sus gobiernos aún ocultan el sol para el PSOE.
Pero, como epílogo, se zafó
del férreo marcaje del Presidente en su cuerpo a cuerpo al enarbolar una mano
impoluta en su persona y en el papel que representa: el “¡yo soy un político limpio!” todavía debe resonar en los oídos de
Rajoy y de los suyos, como así quedó sin duda en la retina de quienes le califican
como ganador del duelo. Hasta el punto de concluyente fue tal afirmación,
que renunció seguramente por ello al turno de contrarréplica al ver a su
oponente descuadernado. No cabía mejor
alegato final con lo que está cayendo, dentro y fuera de su partido, ¡ojo!
Pablo
Iglesias
Fuera del Congreso, Iglesias
también ha terciado en el debate hasta autoproclamándose jefe de la oposición.
La soberbia ensombrece a veces la virtud. Porque lo que no se le puede negar al
líder de Podemos, que ahí sí ejerce como tal, es su buena capacidad
comunicativa. Se esté de acuerdo o no con sus planteamientos, es innegable que
sabe cómo llegar a la gente, sobre todo a quienes son propicios a su mensaje
por diversos motivos.
Otra cosa es el rechazo que
produce en demasiados ciudadanos, que ven en él y en su partido nuevo la
reencarnación de todos los demonios del fracasado comunismo y similares. Pero para superarlo tiene una estrategia
inteligente, puesta en valor con bastante convencimiento en la entrevista de
‘Tele 5’, que fue el espacio más visto esa noche en la mejor hora: la
transversalidad de su proyecto político y de sus seguidores. Habla convincentemente de que en su partido
hay y caben antiguos votantes de cualquier partido, de derechas y de
izquierdas, situándose en un centro virtual que es el objetivo que debe tener
cualquier opción política que aspire a gobernar. La contradicción, y no
pequeña, es que las medidas económicas que han anunciado hasta ahora son de una
izquierda extrema. Habrá que esperar, en todo caso, a su programa real.
Y tiene un problema añadido:
su mimetización con sus homólogos griegos de Tsipras. Esa es y será su prueba
del algodón, y no parece que pinten bien las primeras muestras.
Albert
Rivera
Albert Rivera es también un
magnífico comunicador al que acompaña un buen proyecto para España, que lo ha
defendido con valentía, además, desde Cataluña. Declararse de centro social y
liberal es un buen marchamo para ocupar las preferencias de millones de
españoles, pero tiene un problema serio:
su indefinición sobre si será candidato o no al gobierno de la nación. A estas
alturas no puede andar en ese espacio grisáceo. Debería lucir mucho más si
quiere que las posibilidades de su partido, Ciudadanos, sigan creciendo y
cristalicen.
Y recordar el fallido
intento de Miguel Roca y su partido
Reformista, a mediados de los ochenta, que falló en buena parte por hacer
política en España desde Cataluña y ni afiliarse al nuevo partido para no dejar
de pertenecer a Convergencia. El caso no es el mismo, pero las consecuencias sí
pueden serlo.
Rosa
Díez
La líder de UPyD es una
política laboriosa y honesta, con propuestas serias para el país – quizás de
las mejores-, pero hace tiempo que tocó techo electoral y no sabe verlo. Tal vez el personalismo le impida la
generosidad y altura políticas para unir sus fuerzas a Ciudadanos. Junto a
Rivera, formaría un dúo excelente con unas expectativas espectaculares.
Si unieran sus destinos quizás
estaríamos hablando de que el futuro político se jugaría a cuatro bandas, y no
a tres, como finalmente sucederá, en el que las posiciones políticas centradas,
y España por ello, tienen un futuro muy preocupante.
Más
amazonas
Y galopando en lontananza se
perfilan otras féminas. Susana Díaz
puede dar el salto a la gran política si gana en Andalucía y el PSOE, como
parece, se estrella en las municipales. Y Soraya
Sáenz de Santamaría puede ser la baza oculta de un Rajoy y un PP
previsiblemente maltrechos en las consultas electorales previas.
El debate pasado ha servido
para apuntalar a Sánchez, pero aún no hay foto fija de la línea final de
salida.
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