Casillas es
la cuarta pérdida fundamental que ha sufrido nuestra selección en los dos
últimos años. Hace ese mismo tiempo que no es el mejor portero español. Antes
de su lesión en Valencia y del ostracismo al que le relegó Mourinho, Víctor Valdés estaba mejor. Y después, en el
propio Madrid, Diego López le superaba claramente según el
criterio de sus técnicos. Pero tuvieron que llegar los partidos
decisivos de la pasada Copa de Europa y el Mundial para que se enterara mucha
gente. Y ahora ya es un clamor.
Recuerdo que en este tiempo
he discutido cordialmente con amigos que defendían que debía jugar el mejor
siempre, otorgando tal cualidad a
Casillas seguramente por el recuerdo que tenían de sus portentosas actuaciones
en momentos clave de nuestras glorias futbolísticas. Pero el tiempo pasa para
todos y, como nos ocurre en la vida ordinaria también a todos, las debilidades
se agudizan y las fortalezas van menguando. Si antes no era bueno en los
balones cruzados por alto ahora es peor, y si tenía en los reflejos bajo los
palos y en las salidas de poder a poder sus mayores virtudes, hogaño no le
distinguen. Y es que, con el tiempo se pierde también esa décima de segundo
física y mental que electriza nuestras decisiones instantáneas. Casillas ha
sido el portero más laureado de nuestra historia, y quizás el mejor, pero ahora
solo es un portero digno para un equipo como el Madrid, en el que lleva toda su
vida. En la selección debería jugar cualquiera de los otros que actualmente
están mejor que él.
La selección sufre ahora el
mal de altura provocado por su exitosa y emulada forma de jugar y su envidiada
trayectoria, pero aunque creamos otra cosa ahora es una más por mucho que
durante cuatro años, al menos, haya sido alabada por los mayores prohombres del
fútbol mundial. Comentaba que ha perdido cuatro piezas fundamentales: a la pérdida del mejor
Casillas hay que sumar la del mejor defensa, Pujol; el mejor medio, Xavi;
y el mejor delantero, Villa. Y
claro, cuando se pierde la columna vertebral de un equipo hace falta un creador
que imagine el futuro con otros mimbres; un Luis Aragonés. Del Bosque es un buen administrador
pero nunca fue un creativo. Así lo demostró en el Madrid con muy buenas
plantillas, en su momento, y en la propia selección cuando supo administrar la
magnífica herencia que le dejó Luis. Pero él nunca se hubiera atrevido a
jubilar a un Raúl todavía en
plenitud de facultades, por ejemplo, como tampoco ahora lo hubiera hecho con
ninguno de los señalados. Tres de ellos han dejado la selección por diversos motivos
personales y el portero blanco, sin embargo, sigue soñando con París. Haría
falta por lo tanto un giro radical en los mandos de nuestra selección porque no
hay éxito ascendente que administrar sino un futuro que imaginar enjaretando
los restos aprovechables del naufragio y
los valores emergentes de nuestro fútbol. Y esa figura no es del perfil de Del
Bosque. Mientras no sea así iremos, como Mao,
de derrota en derrota hasta la victoria final; que solo llegará, sin duda,
cuando alguien descubra caminos en la tarde, como el poeta.
Menos bucólico está el
Barça, que ahora se ha tirado de cabeza al monte declarándose catalán, que está
muy bien porque es de bien nacidos honrar la tierra propia, y catalanista
independentista, en un alarde de tontuna pueblerina y partidista extrema porque
es una opción de la que como mucho participan una mitad de catalanes y, desde
luego, casi nadie fuera de allí. El Barça tiene seguidores en toda España y en
el mundo que forman parte importante de la base de su importancia futbolística,
y por lo tanto de su economía, y no se merecen esta pirueta absurda que nada
bueno presagia. En la liga española no deberían jugar si se produjera tal
secesión y desde la francesa ya se han levantado voces relevantes augurándoles
que no serían bien recibidos.
En mi caso, que no soy
culé pero sí admirador del buen juego que emana su Masía, me da pena solo futbolísticamente el futuro
del ‘minusBarça’ de Bartomeu y sus
secuaces, pero nada más. Les daría puerta sin problemas a ellos y a quienes quisieran
mediante la correspondiente factura y pago de lo que deban, claro. Desde el
respeto y el cariño, a mí no me hacen falta para nada, ¿y a ustedes?
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