No
ha podido ser más elocuente el dictamen europeo tras el enfrentamiento de
cuatro equipos con estilos muy diferentes: velocidad, toque, intensidad y
defensa acumulada.
Al
Madrid de la velocidad se le une, como consecuencia, el de la anticipación
tanto en defensa como en la media y en ataque. Y, claro, si a ello le unes la
efectividad de sus delanteros estamos ante un equipo difícilmente batible.
Cuando un defensa es capaz de anticiparse no necesita hacer faltas y, además,
sale con el balón jugado y crea superioridad en el medio o arriba. Es lo que le
hemos visto en estos dos últimos meses a los Carvajal, Ramos, Pepe (Varane) y Coentrao.
Ancelotti ha conseguido que sus jugadores mantengan una
extraordinaria forma física – de ahí la velocidad y anticipación - y puedan
jugar sin balón continuamente, lo que les otorga el plus de la excelencia
cuando son capaces de unir esta cualidad a las anteriores. El único punto débil
es su excesiva dependencia de un medio centro como Alonso, con sus años y sus heridas de guerra, lo que le hizo perder
algunos puntos en la liga en el tiempo que estuvo ausente y hasta que no
recuperó la forma, que ahora son determinantes. De no ser por ello tendría la
Liga en su mano.
Lo
anterior no es quitar méritos al campeón de la intensidad regular, el Atlético,
que ha aprovechado al 120 % sus posibilidades. Ahí radica el magnífico trabajo
de Simeone y sus ayudantes, junto a
la gran entrega y profesionalidad de los componentes de una plantilla donde
brillan los hombres por encima de los nombres. En Europa, además, han
acrisolado sus virtudes sin perder ni un solo partido en la competición más
exigente y se han plantado en la final eliminando al Barça del toque, pero
romo, y en semifinales a un zorro especulativo como Mourinho, que no alberga problemas para jugar con siete u ocho
defensas tanto dentro como fuera de su estadio. Desde que se le apareció la
virgen eliminando al Barça de Guardiola
hace años con Eto’o de lateral
izquierdo en el Nou Camp, tras una victoria injusta en San Siro con un tercer
gol en escandaloso fuera de juego, quiere hacer del autobús bajo el larguero
virtud y así le va. Tiene la suerte –bien buscada por él, sin ninguna duda - de
entrenar a grandes equipos con enormes jugadores y ello le permite optar
siempre a los títulos, pero cuando le ponen en sus manos una plantilla para
mayores logros deportivos y espectaculares el asunto se tuerce. Afloran los
nervios, las excusas, las disensiones, etc., porque es incapaz de imaginar un
fútbol bonito a la par que efectivo. Y mucho menos si no tiene el protagonismo
absoluto del invento. En el Chelsea echó a Mata,
echará a Torres y a cualquiera que
no le haga la ola incondicionalmente.
Simeone,
al contrario, felicita efusivamente a sus jugadores en el triunfo y se
responsabiliza del fracaso. Como ha hecho Guardiola en la eliminatoria perdida
de su Bayern con el Real Madrid. Al término del tsunami blanco del uno cero,
cero cuatro – nuevo prefijo para llamar a Alemania, que dirían los cachondos -,
y del baño de efectividad no exenta de un gran plasticismo rayano en la belleza
eléctrica de un rayo en la noche oscura bávara, el técnico catalán, y por ello
tan español como cualquier otro a pesar de tanta tontuna galopante, reconoció
que se había equivocado. Algunos, sin ejercer de técnicos, aún no nos
explicamos su manía de jugar con el alemán de apellido raro de medio centro,
cuando es un volante ofensivo, dejando a un especialista como Javi Martínez en el banquillo. En cuanto lo puso ahí en la segunda parte de
ambos partidos la efectividad del contraataque blanco bajó muchos enteros. Pero
él lo ve más como central y así le ha hecho jugar en la liga alemana. Claro que
por delante le ponía a un todoterreno como Lahm
acompañado de un extraordinario Thiago,
que esperemos que se recupere bien para el mundial; ¡vaya un jugadorazo! Pep
quiere que su Bayern juegue como su Barça, pero el toque sin gol – le faltan Messi e Iniesta – es como “el don sin din, capullos en latín”, que se dice
por nuestra tierra.
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