Al
fútbol se puede jugar poniendo el acento en características diversas. Los hay
que fían sus resultados a jugadores rutilantes y otros al conjunto. De entre
los primeros, según sea la especialidad de sus estrellas, lo harán pensando en
hacer más goles que el adversario, caso del Real Madrid actual, o en que les
hagan los menos posibles, como el Chelsea del luso saltarín. En ninguno de
estos casos se puede hablar de estilos de juego sino más bien de estilete en el
caso blanco – o de estiletes, hablando de sus portentosos goleadores – o de
estilucho para quienes el fútbol con diez entre el balón y la portería propia
nos aburre soberanamente.
El
Real de Cristiano, Ramos, Alonso y Diego o Casillas, como soportes; más los Bale, Di María, Isco y Benzema, entre los demás, tiene su
punto más fuerte en la regularidad de los primeros y su débil en la
singularidad de los dos últimos: los artistas. Y eso siempre ha sido así en el
fútbol. Pensemos en los casos recientes de Guti y Raul. Arte frente a
constancia, como en los toros, porque cuando coinciden hablamos de los
realmente superdotados: Pelé, Di Stéfano, Eusebio, Maradona, Cruyff, o los actuales Messi y Cristiano.
Hablar
de estilos es referirse a los equipos que marcaron una época por sus triunfos,
con una forma de jugar tan característica que iba más allá de sus estrellas. El
Brasil de los años cincuenta y sesenta con la velocidad de sus malabaristas; el
Madrid de don Alfredo y Gento,
uniendo a la velocidad una capacidad de gol infinita; el Ajax y la Holanda de
don Johan del fútbol total; el Milán ‘holandés’ de Sacci y Capello del
juego compacto; o el Barça de Guardiola
y su irrenunciable juego de toque y gol, del que ha bebido la selección
española de Luis y Del Bosque, como paradigma del fútbol
que todos quieren imitar en los últimos años. Esa capacidad de influencia en
las modas del juego haciendo que se analicen sus maneras para tratar de
copiarlas es lo que define un fútbol de estilo. Y eso no es hablar de juego de
ataque, posesión, contragolpe o defensivo, porque todas esas características se
elevan a virtud en un equipo de leyenda. No ha habido equipo que haya defendido
mejor que el referido Barça del toque cuando recuperaban el balón enseguida en
el propio campo rival para iniciar un nuevo ataque, por poner un ejemplo, que
era el mismo modo de hacerlo del llamado Drean Team de Cruyff. Por eso se
permitía el lujo de jugar a veces con solo dos o tres defensas.
Ocurre
lo mismo con la velocidad. Hay quienes hablan del vistoso juego veloz del
Madrid en sus vertiginosos contragolpes. Y llevan razón, pero esa rapidez no es
una virtud para una forma de jugar, por muy necesaria que sea en el
contraataque. Sin velocidad no se puede jugar a nada. Y al fútbol menos.
Precisamente, lo que diferencia a un buen jugador de un jugador bueno es eso.
El buen jugador llega a primera división y cuántos jugadores buenos hemos visto
quedarse en segunda, en tercera o en juveniles por falta de velocidad en sus
piernas o en su cabeza, aparte de por otros temas que no vienen al caso.
La
velocidad no solo está en las extremidades sino que mucho antes debe estar en
el coco. De críos estudiábamos aquello del cuerpo humano: cabeza, tronco y
extremidades, y en el deporte en general es lo mismo; ¡pero por ese orden!
Actitud mental, aptitud física y velocidad: cabeza, corazón y piernas.
Otra
cosa es el Atlético de Simeone. Por
eso, cuando le preguntan al propio técnico argentino qué es el Cholismo se encoge de hombros con una
sonrisa. Porque lo de los colchoneros va más allá de un sistema de juego, o más
acá, según se mire. Es ante todo una actitud. Es lo que decíamos antes de que
la cabeza está antes. Eso es lo que ha conseguido de su equipo: que se lo
crean. Que crean que sin ser estrellas pueden hacerles sombra desde la unidad
de acción solidaria – aquello del todos para todos-, la intensidad, el esfuerzo
al límite y, ojo, la humildad.
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