Con
el final de la temporada se van también algunas ilusiones para retornar en la
próxima, y un buen hombre para siempre.
Tito Vilanova nos ha dejado el sabor triste de su propio semblante
y la certeza absoluta de que en la enfermedad, en las desgracias y en la propia
muerte todos somos iguales; circunstancia que olvidamos con demasiada
frecuencia. Si la tuviéramos presente tal vez nos fijaríamos más en lo que nos
une a quienes consideramos rivales que en las diferencias, que, en todo caso,
deberían ser enriquecedoras en lugar de bombas para tirarnos unos a otros. Es
fácil el halago a quien se muere, y hasta la disculpa de viejas disputas, pero
también una buena lección para el futuro si somos capaces de aprenderla. Lo
hacemos desde la comprensión piadosa. Sería muy bueno que fuéramos capaces de
comprender a quien tenemos enfrente sin necesidad de piedades, sino con
generosidad e inteligencia. Ante el dolor todos somos iguales y en la dicha
debería ser igual. Pero somos humanos y en esa cualidad anidan nuestras
flaquezas. Desde tal realismo, nuestra oración y recuerdo para quien supo ser
una figura desde un segundo plano. Y también batir un record de puntos en su
Barça en la liga que ganó al Madrid de Mourinho,
quien ha tenido un rasgo de reconocimiento en su desaparición que le honra.
Cunda este ejemplo del portugués y descanse el catalán en paz para siempre.
Hablando
de diferencias, el Atlético, el Madrid y el Barça ejemplifican tres ideas de
fútbol distintas: la intensidad, la rapidez y el toque. Y cada una de ellas
necesita desde su excelencia de las otras.
El
Barça de Pep y Tito, el más grande de todos los tiempos hasta el punto de
convertirse en el mejor equipo de la historia en vistosidad y resultados, como
afirmaron los grandes del fútbol mundial, unía a su toque y posesión una
intensidad en la recuperación y una velocidad en los metros finales que le
hacían imbatible. Cuando ha perdido la rapidez, en especial sus estrellas, se ha convertido en un equipo previsible y anda
purgando los males del poderoso venido a menos con poco que rascar en ninguna
competición.
El
Madrid de Ancelotti, por el
contrario, tiene el mérito enorme de haber superado la etapa gris de los
últimos años; a un juego ramplón se unía un estado permanente de crispación a
todos los niveles con la salvedad de los chispazos de sus buenos futbolistas,
en especial los de Cristiano, el
mejor goleador de su historia. Y, además, ha consolidado su defensa con
aportaciones como las de Carvajal y Nacho, más la mejor versión del
controvertido Pepe y del discutido Coentrao en la recta final. Ramos sigue en buen nivel y el debate
en la portería, otra nefasta herencia del técnico anterior, ha sabido el
italiano llevarlo a buen puerto avalado por la evidencia de que Diego y Casillas son dos grandes porteros, además de dos enormes
profesionales. Las sombras blancas han venido con los altibajos de Alonso, que cuando juega bien le da al
equipo el equilibrio del que carece con sus ausencias. Lo que le falta al
Madrid para ser fiable fuera de casa, que ahí radica su punto más débil, es que
Illarra, Isco o Modriz se
afianzaran en el mantenimiento del balón y no fueran a veces dos autopistas por
las que los medios contrarios llegan al área propia con facilidad.
El
estilo del Atlético pasa por la máxima intensidad siempre, y en cuanto le falla
en algún punto es un equipo competitivo sin más que no podría aspirar a todo.
Ese es el gran mérito de Simeone,
hacer un equipo sin necesidad de estrellas. Porque los blancos y los culés en
un mal partido tienen en los fogonazos de sus estrellas la válvula de escape.
Los colchoneros, sin embargo, o están todos a tope o mal asunto. Sus figuras, Costa y Koke, por ejemplo, quizás no
fueran titulares indiscutibles en sus dos rivales. Estoy deseando ver al
brasileño-hispano con nuestra selección en Brasil.
A Guardiola, algún ilustre le critica en
Munich su estilo, pero seguramente no haya caído en que su libreto es para
varios años y no para una temporada. Si cuajara y en poco tiempo tuvieran a
media docena de canteranos entre los mejores del mundo, y por lo tanto con
escasos grandes fichajes, habría que oírle. Pero ese estilo necesita, como
todos, el adorno de los trofeos.
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