El
equipo que asombró al mundo tanto con su juego de conjunto como por sus
individualidades se ha ganado a pulso su situación actual. Y necesita, además,
un aclarador porque sus aguas bajan demasiado turbias. No se ve nada claro en
los despachos ni en el vestuario. El Barça ha sido en muchos estadios una
caricatura de sí mismo. El mismo dominio de antaño pero sin pegada. El mismo
cuerpo pero sin alma. El mismo nombre pero sin hombres. Ya, ni el blaugrana es
su color. En la senda desaforada de los políticos que lo pastorean con
oportunismo desvergonzado muestran sus dirigentes sus carencias entre balidos;
salen al campo con los colores de Cataluña pretendiendo simbolizar a una región
en la que juegan docenas de equipos a quienes no representan para nada, y
molestan de paso a docenas de miles de seguidores que tampoco sienten esa
bandería.
De
aquel equipo cuyo juego sonaba como la mejor orquesta imaginable de la historia
nos ha quedado una banda para “el chocolatero”, con todos mis respetos, que ha
tirado por la borda sus dos máximos objetivos: Liga y Copa de Europa.
La
pedrea puede ser que como los mimbres están y no se les habrá olvidado jugar,
les salga un buen partido contra el Madrid en la próxima final de Copa, como ya
ocurrió en el Bernabéu hace poco. Pero esas milagrosas reapariciones son
escasas. Que le pregunten a los toreros. Y el Barça parece eso, un viejo
maestro necesitado de reaparecer por obligación inconfesable; detrás siempre
está el bolsillo.
Las
causas del bajón barcelonista, que no desastre, siendo finalistas de copa,
cuartofinalistas de Europa y yendo terceros en liga; son varias. Ya decíamos el
año pasado que hasta los mejores motores necesitan mantenimiento y
actualizaciones sucesivas, y su primoroso sistema de juego se ha gripado por
falta de guía desde el banquillo. La falta de innovación y de capacidad para
imaginar alternativas ante rivales que se le cierran atrás con mucha disciplina,
oponiendo la intensidad a la exquisitez, es una de ellas. La pérdida de
motivación por todo lo conseguido y por gobernar el vestuario sus figurones es
otra. La ausencia de aportaciones de sangre nueva desde abajo es el añadido.
¿Quién con fuerza suficiente les va a imponer a las figuras compañeros que les
aprieten? ¿Quién se la va a jugar sentando a alguno de ellos en el banquillo
sin la excusa de las rotaciones? ¿Quién va a decir públicamente que no desea
que sigan en el equipo determinadas estrellas? ¿Quién va a exigir un fichaje
desde las necesidades deportivas y oponerse a otros de interés de los
directivos? Pues todo ello son consecuencias y carencias de la falta de mando
en el banquillo culé desde la marcha de Guardiola.
Si
añadimos los sucesivos escándalos institucionales, con una dimisión presidencial por presunta mangancia o la absurda
sanción de FIFA por la incorporación de
menores, impidiéndole fichar en dos años; y la división en el alto barcelonismo
pidiendo elecciones, tendremos el cuadro de su molicie al completo. Se
equivocaba Rosell y yerra Bartoméu buscando luengas manos blancas
como muñidoras de sus males. Han sido tan cenutrios ellos mismos que no
necesitan enemigos. Les han bastado un par de años para dilapidar el legado del
mejor presidente barcelonista de su historia desde el punto de vista deportivo,
el más importante en un club de fútbol; por impresentable que fuera también en
otros temas el esperpéntico Laporta.
Enfrente
tiene a un imprevisible Real capaz de lo mejor y lo peor de una semana a otra.
Con los lunares de su partido ante el Barça en el Bernabéu y el de vuelta
contra el Borussia, amén de algún otro de liga, tiene sin embargo el mérito de
golear sin su mejor goleador histórico, Cristiano,
aunque carezca de un juego uniforme y reconocible. Quizás el futbolista que
mejor define su estado sea Benzema;
nadie discute su calidad pero es muy discutible, sin embargo, la regularidad de
su rendimiento. No es una apuesta segura.
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