Empezando
por el final y como enseña la veteranía, todos los días llegan. Cuando la
semana pasada los jugadores, técnicos, aficionados y prensa francesa daban
saltos de alegría por haberle empatado a España en el último suspiro de un
partido en el que hubo de todo menos un claro dominador, recordé aquella afortunada
aseveración. Y es que, cómo será de envidiable el prestigio de nuestra
selección que provoca en los antaño orgullosos gabachos tal entusiasmo por un
pírrico empate conseguido al albur de algunas casualidades. O tal vez sea por
eso.
Como
todos vimos, en la primera mitad España pudo haber resuelto el encuentro con
dos o tres goles y a otra cosa. Un penalti fallado y otra ocasión
desaprovechada en franquía ante el portero fueron las casualidades más
fragrantes de las que citaba. La que dio lugar al crecimiento francés fue que
en la segunda parte jugaron los avatares malos de nuestros internacionales porque
no la vieron. Cosas del fútbol, que diría aquél. Si hace unos años nos hubieran
dicho que íbamos a despertar tales expectativas no lo hubiésemos creído. Así
que a seguir creyendo en nuestro equipo nacional porque aún le quedan unos años
de ser el mejor del mundo y a entender, también, que hasta el mejor escribano
echa un borrón. Yo recuerdo que años ha, cuando empatábamos con cualquier gran
selección en un amistoso nos llenábamos de esperanza y ya, si era victoria, las
campanas volaban de norte a sur.
Cambiando
de asunto, dice Mourinho que los
madridistas de bufanda están con él. ¡Oiga!, y hasta los menos abrigados cuando es usted consecuente con el equipazo
que le han puesto y razonable tanto en el triunfo como en la adversidad. Porque
los madridistas, todos, están con su equipo a las duras y a las maduras. Pero
también, salvo los exaltados y forofos, saben ver el fútbol en su mayoría y
aprecian si el equipo ha jugado bien o no, y si el contrario lo ha hecho mejor
en cualquier partido o el árbitro ha estado más o menos afortunado.
Los
que no están de acuerdo con pretendidos líderes de opereta bufa son quienes no
confunden la magra con el tocino. Es decir, los aficionados madridistas o de
cualquier otro equipo sin importarle quién esté en el banquillo o en el palco: la
inmensa mayoría de aficionados al fútbol.
Ese
empeño de algunos especímenes, soñando grandezas, de protagonizar todo es
enfermizo y raya en el patetismo. El exitoso, sin embargo, entrenador luso,
debía pensar que el Madrid era, es y seguirá siendo cuando él se vaya – que
ojalá sea pronto según opinamos algunos- un club centenario, acostumbrado a
ganar casi siempre, el más laureado del mundo y el declarado mejor club del
siglo XX por la FIFA.
Le
ocurre a Mourinho lo que a los dictadores y advenedizos en cualquier faceta de
la vida. También a los reyezuelos y presidentes de países de medio pelo,
organizaciones, clubes, y empresas de escaso futuro. Que quieren confundir su
nombre con aquello que representan, y el que no le adula es perseguido y vilipendiado por antipatriota,
pseudo traidor a sus mezclados intereses y enemigo disfrazado.
Y
digo yo, cuando tantos madridistas confesos se afanaban desde niños en
coleccionar fotos de sus ídolos deportivos vestidos de blanco, sabiéndose de
memoria vida, obra y leyendas de los mismos y del club de sus desvelos, ¿dónde
estaba el inefable portugués? ¿O es que es él quien expide los carnets de
madridismo? ¡Ay pena, penita, pena, de tipo! Y de quienes lo encumbran o le
hacen ‘rendibuses’. Claro que a todos ellos les importa un pito el personaje y
lo harían con cualquiera, que esa es otra particularidad de
quienes siempre están prestos a cultivar ídolos de barro. No sería mala
reflexión para él y otros paisanos suyos que también visten ocasionalmente de
blanco.
Y
llegamos a otros lenguas. Menuda ocasión ha tenido Iniesta para añadir a su encendida declaración de sentirse manchego
y catalán, lo de español, por ejemplo. Lo digo por la obviedad del asunto y por
evitar leña al fuego que ciertos
tontarras descerebrados están avivando. Hay que ver el afán que tienen algunos
tan ilustres como gilipollescos
personajes en enmierdar el fútbol con la política. Y eso que a varios, como el
citado, se les aplaude en los campos españoles por habernos emocionado a
millones de compatriotas alguna vez. ¿Qué ganará con ello? ¡Hay que ser tonto,
pijo!
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