¿Adónde
nos quieren llevar? No sé si quienes pontifican desde los diferentes estrados
políticos o sociales calibrarán concienzudamente el final de sus recetas para
superar las dificultades económicas que padecemos.
La verdadera crisis
Además,
se quedan en la simple vertiente
económica de la gran crisis que nos asola. Me refiero a los que tienen a España
como probeta para sus experimentos cabalísticos o pseudocientíficos;
afortunadamente no pasan de simples
elucubraciones más o menos hilvanadas con diversos argumentos.
No
reparan en que la crisis económica es sólo una consecuencia de la verdadera
causa de nuestros males, que es mucho más difícil de solucionar a corto plazo.
Y hablan de aplicar remedios contra esa fiebre en lugar de atacar la raíz de
nuestra enfermedad: una crisis
generalizada de valores.
Honestidad
Así,
unos afirman que el mejor camino es que España no pague sus deudas. Es decir, el
consejo y la enseñanza de todo esto es echarle morro y convertirnos en malos
pagadores, caras duras o sinvergüenzas.
Olvidan el valor humano de cumplir los compromisos adquiridos que alguna
vez nos inculcaron.
Cuesta
mucho tiempo y trabajo labrarse una reputación de honestidad, y es muy fácil
perderla para siempre en un momento.
Sensatez
Otros
hablan alegremente de dejar quebrar a bancos y cajas sin tener en cuenta la de
centenares de miles de afectados entre sus modestos impositores que perderían
el futuro con sus ahorros. Y añaden, sin
hacer cuentas de nada, que tales frutos de muchos años de trabajo están
garantizados por el Estado. Es decir, por todos los ciudadanos españoles vía
impuestos. Y lo dicen sin pudor quienes deberían avergonzarse de tan simplona
aseveración habiendo estudiado economía
queriendo darnos un cambiazo o estafarnos. Si dicen que no hay dinero en
Europa para rescatar a España porque hablaríamos de centenares de miles de
millones de euros, ¿cómo piensan que el Estado podría devolver a millones de españoles
cantidades similares que tienen depositados en las cajas y bancos afectados por
la mala gestión de sus dirigentes? Sólo tienen que sumar los pasivos de las
entidades financieras que todos sabemos en lo que respecta a depósitos de
clientes y llegarán a cifras que superan con mucho las cifras que se citan
respecto al hipotético rescate de España; no me refiero al inminente bancario.
Y si están pensando en garantizar sólo, como ocurre en la teoría legal actual,
hasta 100.000 euros por persona física, tampoco; hagan cuentas. Otra cosa sería
hablar de los accionistas en el caso de los bancos, como sociedades anónimas
que son.
Y
es que se olvidan también del valor de la sensatez, tan recomendada por
nuestros mayores.
Responsabilidad
Y
finalmente, para no hacer muy extensa la retahíla, hay quien preconiza la fuga
de Europa como bálsamo para curar a España de sus dolencias económicas.
Esta
última receta es de tontuna cum laude, siendo la suma de las dos anteriores elevada
al infinito. Supondría inmediatamente
una devaluación de la futura moneda hasta valores impredecibles con el
consiguiente incremento disparatado de nuestra deuda exterior. Lo que nos
llevaría a no poder asumirla y convertir España en la mayor morosa que hayan
conocido los tiempos.
En
este caso se trata olvidar aquello que nos decían de estudiar y trabajar para
ser alguien de provecho. Los españoles habríamos trabajado y estudiado para
tontos o irresponsables, en el mejor de los casos, y para golfos irredentos en
el otro.
Y
todas esas cosas las dicen echando las culpas de nuestra crisis a un variopinto
y nutrido grupo de presuntos criminales: los bancos extranjeros que nos
prestaron, los políticos de algunos países que ahora nos exigen seriedad para ayudarnos, o a unos
indeterminados y fantasmagóricos personajes con el eufemismo de ‘los mercados’.
Sin caer en la cuenta de que a los primeros le pidieron la pasta los nuestros,
a los segundos sus ciudadanos les piden rigor en la defensa de sus intereses, y
que los terceros son simples gestores que tratan de optimizar los rendimientos
de quienes les depositan también sus ahorros: fondos de pensiones, de
inversiones, seguros, etc.
Cosa
bien diferente es el de analizar cómo hemos llegado a esto, sacar conclusiones
y enseñanzas para el futuro, y trincar a quienes han dilapidado las cuentas de
cajas y bancos, las públicas del Estado o las que sean. Y que paguen
irremediablemente por ello, sean quienes fueren: bancarios, ‘cajarios’,
políticos propios o ajenos, gobernantes o responsables de cualquier institución.
Como decíamos, a más poder más leña.
Y
los demás, a aplicarnos el cuento que alguna culpa habremos tenido también.
Mientras, a apretar los dientes, el cinturón o lo que
sea, y a pagar lo que debemos, que es así porque antes nos lo hemos gastado o
lo hemos disfrutado de alguna manera: subvenciones, préstamos a gogó, todo lo
público gratis, servicios e infraestructuras públicas a todo tren, etc. O, al
menos, ¡hemos votado!
Ya
sé que lo fácil es decir que no, que a mí que me registren, que la culpa debe
ser de otros ¿Qué hay inocentes? Sí, y muchos. ¿Qué hay demasiados getas de rositas?
Sí, y muchos también. Esas son las dos
penas. Pero también la ignorancia de no entender que antes de cada derecho
hay obligaciones.
Nuestros votados
Y
luego están los genuinos: nuestros representantes. Unos gobernando al pairo,
otros oponiéndose al tuntún, algunos proclamando huelgas y los de más allá
independencias; subvencionados todos con nuestros impuestos. Claro que a esta
banda, con no votarla más, listo.
El camino de los valores
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