Revelar
información de interés general debe ser una máxima periodística irrenunciable.
Como repercusión vendrán debates esclarecedores, escándalos, hipocresías, gozos
y lamentaciones de unos y otros, según les vaya, pero hay que agradecérselo
siempre al periodismo libre, aunque haya perjudicados.
Informar de
que Messi gana quinientos cincuenta
y cinco millones brutos en cuatro años, en un sistema fiscal como el nuestro,
implica deducir que la mitad se la lleva limpia el futbolista y la otra mitad
el Estado, lo que debería alegrar a la ciudadanía. Tal vez quienes se
escandalizan, al margen de envidias, reconcomes, impotencias y demás
debilidades humanas, o incluso de falsarias ideologías igualitarias, deberían
pensar en cuánto contribuyen o han contribuido en su vida al mantenimiento de
nuestro estado del bienestar.
Eso, al
margen de que como es viejo y archisabido, en cualquier espectáculo el dinero
lo gana quien es capaz de hacer que entre por el agujero de la taquilla. Sería
entendible el hipócrita escándalo generado en algunos si lo pagáramos con
nuestros impuestos o discriminando caprichosamente a unos sobre otros, pero ese
dinero sale de quien paga a gusto una entrada, un abono o una suscripción a
cualquier canal televisivo para ver jugar al Messi de turno. O de quien paga
millonadas porque les es rentable anunciarse en sus actividades, camisetas,
estadios o lo contratan para que protagonice su publicidad. Es decir, querido
lector, ni a usted ni a mí nos mete nadie la mano en el bolsillo para pagarle
nada a los futbolistas de élite Ojalá que muchos de los que se escandalizan pudieran
decir lo mismo para justificar sus sueldos o prebendas.
Se escuchan
al respecto opiniones fuera de lugar, alterándose porque un deportista pueda
ganar ese dineral en comparación con un científico o cualquier profesional con
carreras y años de estudio y dedicación benefactora a la sociedad, pero
volvemos a lo mismo. Por explicarlo con sencillez, una plaza de toros se llena
por ver a un torero actuar y nadie paga nada por ver al cirujano que puede
salvarle la vida sentado en la barrera, por ilustre e importante que sea a
todos los efectos. ¿Habrá diferencia entre uno y otro? Pues claro, toda la del
mundo, pero cada cual ocupa su lugar en ese espectáculo y en su economía.
Y sin tener
en cuenta, además, que la vida de un deportista es limitada en comparación con
la de cualquier otro profesional, que también es importante para establecer
comparaciones y oportunidades de ganar dinero, al margen de los riesgos
específicos de cada dedicación. Una lesión en cualquier momento puede cortar de
raíz el futuro y hasta el presente de alguien que expone su físico tan a
diario. También va en el sueldo.
Cuestión
distinta es si el contrato de Messi es rentable para un club como el Barça.
Pero esto ya está contestado. Un tercio de sus actuales ingresos, el que más
del mundo, son producto de contar con él. Es decir, en números redondos, el
doble de lo que les cuesta cada año el argentino sin contemplar los aspectos
meramente competitivos. Poco más que añadir.
La ruina culé
tiene responsables con nombres y apellidos porque la pandemia tal vez sea lo
más venial. Y otro absurdo es culpar a la prensa madrileña de la filtración,
sin recordar que el mismo periódico fue quien sacó a la luz los problemas
fiscales del madridista Cristiano
Ronaldo, que también tuvo su importancia en la fuga posterior del portugués
hacia una Italia más permisiva con los deportistas.
En el
mercado libre que vivimos, afortunadamente y que nos dure, quien gana más
dinero legalmente sin vivir de los impuestos ni de subvenciones es quien es más
capaz de generarlo con su trabajo o arriesgando en sus empresas.
Otra cosa son
los engañabobos, trincones y corruptos, a quienes habría que encerrar largas
temporadas, al menos hasta que devolvieran lo robado.
Y llegamos a
Piqué. Un tipo inteligente que sale
al quite de cuanto negativo afecta al Barça. El problema es que retuerce la
demagogia barata contra supuestos intereses anticulés. Ni él mismo cree que el
ochenta y cinco por ciento de los comentaristas o ex árbitros sean madridistas,
como tampoco es cierta la queja de cierto madridismo militante —Pérez en su última Asamblea— sobre el
supuesto antimadridismo actual en los medios ni el antiguo favoritismo hacia
aquel Barça triunfal.
Menos mal
que luego viene un tal Marcelino y
vuelve a enraizarnos con el futbol. ¡Enhorabuena, campeón!