El escudo es
el referente, la camiseta la historia y el hombre quien imagina las ideas, que
siempre han de anteponerse a la cartera y al resto de tangibles.
Nasser Al- Khelaifi, primer ejecutivo del PSG, debería grabárselo a fuego. Como empresario,
si lo fuera, debe saberlo desde sus principios. Aparte de los afectos, las
ideas mueven el mundo y generan sus palancas; el dinero es solo una de ellas, y
no la más importante, aunque traduzca cualquier fenómeno mundano al idioma
comparativo universal. Y en fútbol más, pero siempre detrás de los títulos y
las emociones.
Hablar del
Madrid es remontarnos a Bernabéu y Di Stéfano, con una docena más de
jugadores blancos que imprimieron carácter a su escudo y a su camiseta. Florentino Pérez y su concepto del fútbol
como espectáculo poliédrico mama de esas fuentes, pero aún anda buscando a su
talismán sobre el campo. Tal vez sea Zidane
quien más se ha acercado, pero “El Moro”, como lo llaman por el Bernabéu, tomó partido por los de corto en sus primeras
decepciones y es consciente de que eso es delito de lesa majestad para su
valedor Pérez; su primer mandamiento
futbolístico es que el club está por encima de todo. Y debería ser así, pero
sin olvidar lo determinante del factor humano, apuesta clara del francés. Para don Florentino, los jugadores deben
administrarse como un activo más al servicio de la empresa, su hábitat, sin
hipotecar decisiones institucionales. No acepta que deba ir tras las demandas
de Ronaldo, que le suenan a
caprichos de consentido, porque ni Zidane ni nadie lo han puesto en su sitio. Él intentó oscurecerlo primero con Kaká, luego con Benzema y Bale, pero
ninguno se ha acercado ni de lejos a la relevancia del mejor goleador de su
historia. Quien además, para mayor dolor, fue fichaje de Calderón.
En el Barça
hay pocas dudas: la idea del fútbol asociativo y los figurones son la base,
marca de la casa desde Kubala,
acrecentada por el mitológico Cruyff
y su profeta Guardiola, y está por
encima de todo salvo de Messi, que
reina un decenio por ser el mejor del mundo. En el Atlético, Simeone y su idea del fútbol garra y el
pasito a pasito son la idea, que de alguna manera también empezó a acuñar el
colchonero por excelencia: Luis Aragonés.
Y así
podríamos seguir con el resto de los clubes señeros. En el Manchester City, las
ideas de Guardiola han puesto alas voladoras
al dinero del emir. En el Bayern
gobiernan ex jugadores brillantes, todos alemanes, con la particular versión
germana de que deben ser una contundente división blindada, tipo pánzer, que
choca con la exquisitez y los arabescos. En la Juventus modernizaron hace años
la vieja idea del catenaccio para dotarlo de imaginación de medio campo en
adelante; una copia del legendario Milán de Sacci, que mezcló su sangre etrusca con los holandeses prodigiosos
de sus años de más gloria; de ahí los intentos con los franceses Platini y Zidane hace tiempo y ahora
con los argentinos, tipo Dybala,
pasando por fichar a los nacionales más habilidosos, Inzaghi o Pirlo por
ejemplo; entre unos y otros han logrado oscurecer a los clásicos milaneses. Y
el viejo Manchester United sigue buscándose desde que Ferguson
se cortó la coleta; aún no ha logrado reencontrar su onírica idea futbolística
basada en los sueños reales que despertaba, de ahí su largo, frustrante y penitente
purgatorio, Mourinho incluido.
Resumiendo,
Francia siempre fue un fútbol de selección y nunca de clubes. Por eso tal vez
falten ideas. Hubo y hay un salpicón de futbolistas excelentes, pero exiliados
en los mejores clubes del mundo. Y si el PSG quiere navegar en el rutilante
universo de los mejores deberá imaginar alguna idea futbolística revolucionaria,
no la facilona chequera por muy dorada e infinita que sea. Quizás, un buen
comienzo sería reunir a los mejores futbolistas franceses al mando del mejor
técnico francés. Y ahí, Zidane, como sugerimos hace un mes, podría ser
determinante. Tanto por prestigio como por lo que pudiera suponer de banderín
de enganche. Y con ellos, otros como el propio Neymar y no peleones tipo Cavani,
por decir algo; pocos y buenos de verdad, y no el conglomerado multinacional de
rutilantes medianías que les proporciona la bandera del engañoso y simplón
dinero. Nunca supuso nada brillante en el fútbol.
El escudo y
la camiseta brillan con las ideas y los hombres.
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