Por mi
admiración hacia el autor, tomo prestado alegóricamente el trasfondo de una de
sus obras de teatro para referirme a la actualidad del Barça. García
Lorca escribió su drama en dos actos y seguiré su guión, imaginando un
final deseable después de la sucesión de enredos.
El Barça
necesita a alguien rico en sentido amplio: de conceptos, coraje e ideas claras,
sobre todo; que encauce su camino hacia la abundancia. Ese buen vivir que tanto
soñaba la impulsiva zapatera lorquiana y que el Barça añora.
El primer
acto acaba con la huida del rico marido por los continuos desprecios de su
joven esposa, imbuido, además, por los malvados comentarios y chanzas grotescas
de sus convecinos. En este caso, el espíritu canterano y desbordantemente culé
lo transmuto en el viejo marido humillado, cual la añeja Masía, y a la
llamativa esposa en el trasunto del pírrico tridente. Todo para los tres de
arriba, confiando vida y hacienda a la eficacia competitiva por los exitosos y
efímeros inicios del Barça de Luis
Enrique, que abandonó el barco devorado por la insolencia tridentina.
Ahora
estamos en el desarrollo del segundo acto, con peloteras continuas e idas y
venidas de dirigentes para acallar las críticas —algunas prematuramente carroñeras—
lanzadas sobre un Barça abandonado por su elixir mágico: la olvidada excelencia
de su deslumbrante juego con denominación de origen. Y aparecen comediantes, clubes, intermediarios y jugadores
de medio pelo a sopar en la desahogada bolsa obtenida por la fuga de Neymar, que hace cuanto puede, además,
por desestabilizar a quienes abandonó por mucho buen rollo que mantenga con sus
antiguos colegas; tontos útiles para sus fines. Y uno se pregunta, aunque
importa ya poco, ¿cómo se fraguó ese desencuentro folletinesco entre el fichaje
más caro en la historia culé y sus dirigentes?
Bartomeu y sus adláteres, que lo trajo con el encarcelado Rosell, están en una huida desbocada por creer que todos los caminos les llevan a
su ilusa permanencia. Craso error, aunque suenen en sus cogotes susurros
cuchilleros en forma de mociones de censura, de venganzas en ciernes de
antiguos compis —Laporta al acecho—,
o los inevitables palos periodísticos por tanto desmán. Saldrán a garrotazos si
persisten en la descomposición. Y tal debacle, casi todo el segundo acto del
drama, por una temporada y media sobresaliente del Real Madrid y la huida
procelosa de un futbolista chulesco, más aparente que eficaz en su última
temporada —trece goles en liga—.
Es cierto
que el Real Madrid es ahora notablemente superior, no tanto por resultados como por ambiente de plantilla, su
calidad, cantidad y dinámica, pero
tampoco es para enloquecer. En el fútbol hay pocas verdades incuestionables:
los resultados mandan, son once contra
once y la suerte y el estado de ánimo también juegan, pero es igual de cierto que dos partidos pueden
cambiarlo todo. Y más cuando hay calidad. El Barça atesora jugadores que serían
titularísimos en los mejores equipos: Messi,
Suárez, Busquets, Piqué, Alba o Iniesta, y otros poco menos, como el polivalente Sergi Roberto, Ter Stegen o Rákitic,
pero ha de llenar su despensa; ese desván canterano o muy joven de otros lares por
el que apostaban para recolectar figuras. Y los tienen, aunque ahora la mayoría
digan facilonamente que no —¿quién conocía a Busquets y Pedrito (estaba traspasado al Portuense) cuando surgieron, aparte
del que apostó por ellos? — Y, ante todo, reencontrar un estilo inconfundible
que les haga resurgir. Ese debiera ser el objetivo, y no improvisados fichajes
tan gansos como desorbitantes. Paulinho,
Dembélé o Coutinho no traerán lámparas
mágicas que alumbren futuro. Eso hay que perseguirlo con determinación y
mimarlo cuando se halla; lo que no han sabido gestionar tras la marcha de Guardiola. El culebrón Neymar es el paradigma de lo que nunca
debieron hacer. Cruyff lo proclamó y
algunos lo suscribimos entonces. Ahora pintan bastos.
Como final
de esta pelotera prodigiosa, sería deseable que el viejo espíritu huido vuelva
aun disfrazado de tirititero, como en la obra de Federico, y se dé cuenta y
persuada a la joven esposa abandonada, el Barça actual, de que se aman: Sergi, Deulofeu, Rafinha, Aleñá, Palencia y otros lo han mamado. ¿Dejarán
hacer a Valverde? Ojalá, pero lo
dudo; falta el necesario equilibrio institucional.
Enfrente, el
Madrid encontró en Zidane el mago
que frotó su lámpara. Ahora nadie dice —decimos— que los blancos no saben a qué
juegan; brillan, golean y ganan, ¡todos! El Real de su tiempo grande.