Dijimos que
la marcha de Thiago, como la de Cesc, eran síntomas de lo que podía avecinarse en el
Barça, y los hechos lo han corroborado. Más allá de la renuncia de Guardiola a liderar al exitoso engendro
que propició, muy inteligente porque los
monstruos acaban devorando a sus creadores, el tiempo y la deriva hacia otras
fuentes futbolísticas han puesto de manifiesto la desastrosa gestión de quienes
tomaron las riendas blaugranas, que apostaron por los fichajes de relumbrón —lo
fácil en un club grande— como Suárez
y Neymar, quienes podían asegurar
una continuidad en el éxito; en lugar de insistir en la base futbolística que
lo habían encumbrado. Evidentes son también los numerosos fracasos incorporados, con Turán como exponente de lo que algunos
nos preguntábamos: ¿qué incorporaba el turco al Barça? Y otra: ¿Alcácer mejora a Sandro?
A estas
alturas me hago otra pregunta: ¿qué hubiera supuesto para los barcelonistas un
centro del campo rodado estos años con Busquets,
Thiago, Cesc, Sergi Roberto o Iniesta —con Rafinha y Samper a la
expectativa? Creo que la continuidad del modelo basado en el magisterio de Xavi, el implementado en la Masía por Cruyff e interpretado hasta la
perfección por el dictado de Guardiola.
Y aunque una golondrina no hace verano, esa apuesta genérica hubiese supuesto
también que los canteranos blaugranas apostaran por buscar su oportunidad en el
Nou Camp, como otros jóvenes de otras canteras, en lugar de imaginar en el
exilio su destino. Bellerín es el
caso paradigmático de lo que decimos, como también Asensio o ahora Ceballos,
que prefirieron el Madrid. Porque una golondrina no, pero sí los calores de una
filosofía que lo fue todo en sus mejores años históricos
Con la
llegada de Luis Enrique había que
demonizar al huido Guardiola y todo lo que representaba. No he visto un
forofismo más suicida que el culé con sus ex. Cuando una figura se va del Barça
se convierte en el peor enemigo, aunque desde donde esté siga siendo fiel a sus
colores. Y hay que borrar todo lo que represente. Eso es ADN culé, que se dice
ahora para todo, pero en el pecado va la penitencia. Con la base de Pep y los
grandes fichajes hizo Luis Enrique una apuesta a corto, exitosa al principio
—como un cohete de feria—, que
finalmente ha supuesto la tumba de su mejor sueño. Y ahora recogen los frutos
envenenados de tal disparate: un equipo sin alma. Ha bastado la enésima fuga de
una figura mercenaria: Neymar, para que el aparente tinglado se caiga. Y ahora
todo son prisas y movimientos deslavazados en un club tan zumbado como zombi: Paulinho, que nada tiene que ver con el
otrora fútbol de toque culé; Coutinho,
un interior con cierta llegada, pero nada más, que no mejora a Sergi; Dembélé, una promesa de excelente
delantero, pero no mejor que Deulofeu;
y todos los etcéteras que se lo pongan a tiro, ahora que tienen pasta caliente.
Y es que, como nos decía un antiguo profesor de marketing estratégico, cuando
no sabemos adónde vamos todos los caminos nos llevan allí; una historia mil
veces repetida.
¿Y mientras,
el Madrid? Pues de copa en copa y tiro porque me toca. Con dos equipos
titulares para ganar lo que se le ponga por delante, los de Zidane empezaron un ciclo en su primer
año que les puede llevar, como reiteramos, a reinventar la historia de un
éxito; la suya de antiguo. Quienes
siguen esta columna saben nuestra posición crítica con Florentino Pérez desde antaño, pero también que no nos duelen
prendas en señalar sus bondades, y la continuidad de su figura es una de las
claves del deslumbrante Real actual. Es
verdad que ni él esperaba la conjunción de astros que envuelven a los blancos
bajo el aura de Zidane, pero también es diáfana su apuesta valiente por el
francés en un momento delicado. Y también, que tal vez haya aprendido así a
dejar hacer en el césped a los que saben. Y ambas cuestiones suponen el climax
de su triunfo deportivo, unido al de la estabilidad institucional, que no es
baladí para un club de su relevancia mundial.
Ahora mismo,
el Barça no coge al Madrid ni con alas. La otra noche les pasaron por encima
como aviones y en poco más de veinte minutos los pusieron ante sus peores
contradicciones. Los merengues quitando grasa: James y seguramente Bale;
y los culés engrosando cartucheras.
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