En el fútbol, como en la fábula, unos cantan y otros
laboran. Las chicharras brindan al sol y las hormigas llenan graneros. Ocurre
igual en la vida. Mientras algunos airean su tiempo ocioso y otros se lamentan,
hay quienes labran su futuro a base de esfuerzo; estudien, trabajen, o ambas cosas, y hasta se permiten
ahorrar para el día de mañana.
Zidane,
en el año que lleva al frente del Madrid, ha estudiado y trabajado, y ahora
puede ahorrar esfuerzos a su plantilla repartiendo minutos entre los jugadores.
Y además, le echa lo que hay que echarle a cualquier asunto serio: cabeza,
corazón y coraje. El orden es lo de menos, pero es preferible hacerlo por el
que nos enseñaban de niños: cabeza, tronco y extremidades. En cualquier deporte es así, con la
velocidad como diferencia. Si acaso, al
ser el fútbol un juego, es imprescindible que la suerte acompañe, pero suele
darse la mano con el trabajo; pensar en loterías sin comprar es un sueño
estéril y gratis que después suele pesar.
Cuarenta partidos sin perder no es producto de la
suerte, por mucho que haya acompañado en momentos puntuales. En el fútbol
siempre hemos hablado de la suerte de los campeones, que es oportuna y adorna,
pero nunca básica. El fundamento de un éxito así, record en España, es más
complejo y meritorio que un balón al palo, un gol de rebote, un remate de
última hora o cualquier arbitraje afortunado. Si hubiera que sintetizarlo,
sería el resumen de un trabajo mayúsculo; la punta del iceberg. Debajo de tan
imponente laurel hay infinidad de detalles, amalgamados por la responsabilidad
primera de un técnico que quiera triunfar en un club grande, y más si hablamos
del más laureado en la historia: gestionar talento.
Miguel
Muñoz no enseñó a Di Stéfano, Gento y compañía a
controlar, correr o darle al balón. Don Zinedine tampoco a Cristiano, Ramos y demás astros, aunque le pegue todavía mejor que
la mayoría de ellos. El madrileño bonancible lo ganó todo de corto y de largo en
su época blanca. El hombre que contó con la confianza máxima de Bernabéu, detalle esencial, triunfó
gestionando estrellas y también ahormando a sustitutos —el Madrid yeyé —. Y el
protegido de Pérez va camino de
emularlo. La diferencia, en este fútbol tan globalizado, mediático y
deslumbrante, es que a Zidane le acompaña el glamour de ser un futbolista
legendario. Y eso, en estos tiempos, sí es una suerte que lo acompaña.
Seguramente, su antecesor Benítez quería gestionar la plantilla merengue de un modo parecido,
pero su crédito personal no le alcanzaba. Sus primeros movimientos renovadores
iban por ese camino: Casemiro como
eje central, adelantando a Kroos y Modric,
y Lucas Vázquez de primer
recambio y revulsivo oportunísimo, pero le faltó tanto valor como tacto con
Cristiano. Bale, apuesta estratégica
del presidente para socavar la omnipresencia del portugués, aún está en los
albores de lo que puede llegar a ser, y don Rafa quemó demasiado pronto esa baza;
tal vez en un guiño hacia el palco y una parte del vestuario para ganar respaldo
y autoridad. Pero como les ocurrió a los asesinos de Viriato con Roma, ni la planta noble ni los pesos pesados pagan a
traidores.
Zidane demuestra ser un excelente gestor del
infinito talento acumulado entre los merengues, tanto de los consagrados como
de los aspirantes, teniéndolos a todos enchufados; ahora recoge réditos. Cuando
un equipo está bien, cualquiera que salga destaca; Isco, James, Asensio, Morata, Nacho, Casilla, Kovacic
y hasta Mariano. Y en tan magnífica
dinámica está el Real Madrid. Ese es el enorme mérito de quien va camino de
batir otros records, aunque aún echemos en falta un sistema definido más allá
de lucir la emblemática brega corajuda blanca. Y tiene el valor añadido de
aportar buena imagen al Real; cuestión importante tras lo visto en el pasado
reciente.
Lo hemos criticado mucho, pero hay que reconocerle a
don Florentino el acierto de apostar por él. Puede ser su talismán, como don
Alfredo lo fue para don Santiago.
Mientras, los grillos siguen cantando a la luna sin
vergüenza. Piqué, tan lenguaraz y
divertido a ratos como buen futbolista, es el paradigma. ¿Cuándo deslumbraba el
Barça era por los árbitros? ¡Anda y anda, que no andas na, mojarra! Como él
diría, sabemos de qué va esto, pero con humildad.
Y si estuviera ya en precampaña presidencial, que se
guarde de los navajeros. Tiran a dar.
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