Hablábamos
de la importancia de los conjuntos y de los sistemas de juego por encima de las
individualidades, y esta jornada hemos tenido ejemplos en Primera, en Segunda,
en la Premier y en la Selección.
El equipo de
Lopetegui, aunque ha introducido
cambios de seleccionados, mantiene el sistema de juego que tanto nos dio. Ha
llamado a algunos jugadores que ya triunfaron con él en la sub 21 y son compatibles con el toque y el control del
balón. Aun no se pueden extraer consecuencias porque no se ha enfrentado a
rivales de nivel, pero se intuyen variaciones para mantener la esencia. Un
centro del campo con Busquets y Silva en la brújula, y Thiago a la espera de Iniesta, con el apoyo del todoterreno Koque y Javi Martínez, e Isco o Asensio al fondo, son argumentos para
la esperanza. Si sumamos la versatilidad de Vitolo y Nolito en las
bandas y la garra de Costa o Morata arriba, que también meten la
pierna, podemos albergar ilusiones aunque no soñemos, de momento, con llegar a
la excelencia de las selecciones de Luis
y Del Bosque; pasarán generaciones
para ver algo parecido, si es que lo vemos.
Ya dijimos
que no nos gustaba el cariz que estaba adquiriendo el Barça de Luis Enrique. En la alineación que
presentó el sábado frente al recién ascendido Alavés, muy meritorio en su
sistema y en el rendimiento del bloque dirigido por Peregrino, hallamos lo que intuíamos. Hay que remontarse al año
2002 para encontrar un equipo titular con un solo canterano. Y ese desatino
supone un juego irreconocible. O vuelve a sus esencias o atravesará un desierto
que traerá años oscuros por can Barça, salvo que Messi sea incombustible y resuelva siempre las incontables trabas
que encontrará. Sin bloque ni sistema propio no puede haber juego ni resultados
acorde con sus exigencias.
Y el Madrid
a lo suyo. Su sistema es golear y no le pidamos exquisiteces; las virtudes que atesoran sus jugadores son de
cañón grueso. Por eso, el día que no tienen su día los Cristiano, Bale, Benzema, Morata y compañía, deben acudir los defensas para conseguir margen
en el marcador. Y cuando eso no sucede, peligran. Los blancos necesitan
espacios para correr como búfalos hacia el portero rival, o machacas como Ramos que atronen las metas contrarias por las bravas. Un juego
espectacular, sin duda, pero con los altibajos que le han ocasionado ganar solo
una Liga de las últimas ocho. Su sistema es golear o golear, y ahí debería
poner orden Zidane para exhibir
también otro tipo de juego, que jugadores de clase contrastada tiene para ello.
El modesto Osasuna le hizo dos goles y gracias a su sistema – meter cinco-
sacaron adelante el partido. Con otro rival veríamos.
El Atleti de
Simeone, por fin, encontró el ritmo
de su bloque, que es el mismo del año pasado también, como el del Real; y ganó
con holgura y mando en Vigo, ante un Celta que como no encuentre pronto el suyo
las pasará canutas. Y el Sevilla, como también aventuramos, no termina de
adaptarse al vistoso sistema del tándem Sampaoli-Lillo
y se aferró a la épica para ganar al ordenado Las Palmas de Setién, que tiene en Roque Mesa la brújula del medio campo
que todos los equipos desean. En el Sánchez
Pizjuan recordaron al legendario equipo de Germán,
Guedes y Tonono que maravillaba hace decenios.
En segunda,
el UCAM de Salmerón y Reverte sigue progresando (cuando
escribo esto no ha jugado contra el Elche) y tuvo el desahogo de eliminar en la
Copa al Oviedo del insigne Fernando
Hierro con el internacional Michu
de estrella. Y lo hizo con un sistema adaptado a sus posibilidades y jugadores
que hasta ahora habían jugado poco. Pero,
por lo visto, tiene sistema y afina su
bloque, en incluso individualidades apreciables, lo que invita al optimismo.
Desde la modestia, sin alharacas y en silencio, que más parece conventual que
sufrido por las extrañas circunstancias murcianas que denunciábamos, están
logrando un digno lugar en el panorama futbolístico nacional.
Con sistema
y bloque, ese pasillo de seguridad que defendía Luis Aragonés, llegan los
éxitos. El delicioso derbi de Manchester es un ejemplo. El sistema de Guardiola pudo brillantemente con los
arreones e individualidades del de Mourinho,
que sigue culpando a árbitros y jugadores de sus fracasos. Luis Enrique, por el
contrario, apechugó con todas las culpas del sábado. Ese señorío tapa al
desaborío.
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