ASÍ,
CATALUÑA SERÁ INDEPENDIENTE.
El problema
catalán no es nuevo. Hunde sus raíces en la Historia Moderna y sobre todo en la
Contemporánea, mientras que la españolidad catalana se inicia mucho antes como
parte del Reino de Aragón, en las postrimerías de la Edad Media, que junto al
de Castilla formaron con los Reyes
Católicos el Reino de España, al que se sumó pronto el de Navarra.
Cataluña
progresó paralelamente a la importancia de Aragón en el Mediterráneo, en primer
lugar, y después en todo el mundo como parte del imperio español. Cuestión
aparte y meritoria por la capacidad de
emprender fue su revolución industrial, a mediados del siglo XIX, aprovechando
las ventajas para el textil de pertenecer a España: materia prima asequible y
necesidades perentorias que atender en sus vastos territorios.
Las caras ocultas
La cara
oculta del problema catalán es doble: el egoísmo propio y la ceguera y cobardía
españolas recientes.
Egoísmo
porque se acendra cuando España pasa dificultades, y a partir del Desastre de
1898 el nacionalismo catalán se radicalizó. Había nacido como opción federal
dentro de España en la Primera República, con apoyos de la Iglesia y de una
parte de la intelectualidad a través de la revista Renaixença, pero aun en la II
República, Company proclamó en 1934
la República Catalana dentro del Estado español, que duró horas por la reacción
radical del gobierno republicano.
Después, con
Franco no hubo devaneos, y a su
muerte retornó del exilio el president Tarradellas,
personaje de una talla política y honradez reconocidas, para abrazar al Rey Juan Carlos y aceptar la legalidad
española, refrendada mayoritariamente también por los catalanes en el
referéndum constitucional de 1978. Con el 90,46% de votos favorables fue la cuarta
comunidad más entusiasta. ¿Hace 37 años eran españoles, que no castellanos, o
tampoco?
Entonces, el
ahora innombrable Pujol presumía de
haber pisado la cárcel por antifranquista, pero la realidad es que ya apuntaba
maneras con su protagonismo deshonesto en el asunto de Banca Catalana. El propio Tarradellas, de ERC por cierto, ya
advertía sobre lo que después hemos ido sabiendo; conocía bien a la saga.
La ineptitud española se ha
manifestado desde la Transición con cesiones continuas sin calcular adónde
íbamos —Pujol y sus
adláteres, como Mas, ladinos, siempre lo han sabido —, pero a
cuentagotas y como contraprestación a los votos de la coalición burguesa
catalana, CIU.
Y la torpeza histórica se ha
completado por la cobardía de los distintos y sucesivos gobiernos españoles,
que no han mostrado la firmeza democrática que permite la Constitución – incluso cambiar la ley electoral –, ni han tenido la valentía inteligente de
ponerlos frente a sus contradicciones, yendo también al límite,
invitándoles a marcharse con todas sus consecuencias si fuera su deseo
mayoritario, pagando antes la cuenta, claro.
Los culpables
Y entre el
egoísmo de unos y la ceguera y cobardía de otros, Cataluña se pierde para
España con dudosa vuelta atrás. Son varias generaciones de catalanes
aleccionados en la falsedad unidireccional del no somos españoles y además nos
roban; los más jóvenes.
No será
pronto, pero así, Cataluña será
independiente. Y ese camino se anda desde que Pujol le fue ganando la partida a
Suárez, González y Aznar; se
agudizó con Maragall, Montilla y Zapatero, y se ha disparatado con Mas y
Rajoy.
La penúltima oportunidad
Deberían
hablar unos y otros sin prisa ni anteojeras y con todos los datos en la mano. Conozco
catalanes con quienes se podía razonar con argumentos, sin pasiones, filias ni
fobias; que ahora defienden la independencia como antes estaban en el nacionalismo
clásico y en lo del derecho a decidir, y el diálogo es más complicado. Ya no
solo es un problema de ‘pelas’.
Y
denunciaban la extorsión de pagar siempre en sus autovías; una excepción dentro
de España. Y que habían pagado desde el principio el céntimo sanitario en el
combustible. Y que pagaban más impuestos y eran tan solidarios como el que más,
sufriendo más recortes que nadie. Y que, a su costa, otras regiones españolas
se permitían bajar impuestos. Y del agravio comparativo de los conciertos vasco
y navarro. Y de la necesidad de defender su idioma minoritario frente al
potente llamado español. Y yo los comprendía. Igual que les afeaba la
imposibilidad de elección de cualquier contribuyente de que sus hijos
estudiaran en castellano, la rotulación comercial obligatoria en catalán, o la
manipulación tergiversada de la historia, la Diada por ejemplo, y de las cifras
macroeconómicas, incluso con Franco.
Cataluña ha
sufrido sus peores gobiernos con los tripartitos de Maragall y Montilla, y con
Mas —este, criminal—. Pero es que, además, han sufrido al tiempo los dos peores
centrales de Zapatero y Rajoy. Y en
esa doble pena radican muchos males, pero deberían mirar primero lo que eligieron
antes de llamar ladrones a los españoles, porque mienten y son indignantemente
injustos.
El 27 de
septiembre será un punto y final, de consecuencias imprevisibles, o un punto y
seguido que permita dialogar. Y ese, aunque difícil, sería el mejor camino. Solo la inteligencia, el convencimiento mayoritario
o los votos, pueden doblegar en democracia la voluntad de un pueblo. Ni solo
la ley, porque al final se cambia, ni la fuerza podrán nunca, y mucho menos, en
el otro sentido, la ilegalidad o el chantaje. Vendrían días luctuosos.
¿Pagarían entonces los verdaderos culpables?
Me temo que
tras esos lamentos volveríamos a inventar patriotas y héroes anónimos del
pueblo llano, que siempre abona las facturas de los egoístas, necios y cobardes
de antifaz, mando y prebendas.
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