Decía un
antiguo contertulio con espléndida sencillez, que si quieres tener un buen
caballo debes comprar uno bueno. Y eso, que parece sencillo de entender y hasta
gracioso para la gente normal, y solo graciosillo para los que van de enterados
y algunos con demasiado currículo para lo que sirven; encierra una profundidad
enorme solo al alcance de quienes miran la vida sin anteojeras por tener el
culo ‘pelao’ de darse porrazos; la experiencia, que resumía como madre de sus
saberes el ilustre Goethe.
La vacuna de la sabiduría
Y es que, mi
amigo Puzi, de nombre Pedro, alberga la sabiduría de quienes
intentan arreglar los conflictos con palabras claras. Tan fácil en apariencia
como difícil de practicar si no tienes la virtud de la calle. Esa que se
adquiere, como las buenas bacterias que nos vacunan de niños, gastando
neuronas, suelas, ocasiones al vuelo y chupando todas las esquinas a tu alcance
para ganarte el lugar, el sitio y la vida. Ni más ni menos.
Pues bien,
ante los inquietantes tiempos que vivimos, y frente a los más inciertos que
afrontamos este año de tantísima promesa política y tanto viaje a las urnas,
sería muy importante que desde los más leídos a los menos, hasta los militares
sin graduación, que se decía antes; nos echásemos un pienso frente a la mochila
de nuestros errores electorales para
decidir el voto. Y previamente, calcular bien dónde tenemos los intereses,
tanto individuales y familiares como colectivos. ¿Parece difícil, verdad? Pues
no lo es tanto. Puro sentido común.
Descartes
Porque vamos
a ver, siguiendo con el símil de inicio, si queremos un buen gobernante – el
caballo bueno-, empezaríamos por descartar a quienes ya nos han defraudado; el
que la hace negra una vez, tiende a repetirse.
En segundo
lugar habría que echarle las cruces a los que sin habernos estafado - el programa
electoral es un contrato – porque nunca los votamos, llevaron a nuestro
ayuntamiento, autonomía o país al borde del precipicio, cuando no a la ruina o a
la desesperanza.
Seguiríamos,
repudiando a los partidos que hayan mantenido corruptos, los mantengan, o no se
sumen a la condena general de ellos de un modo contundente y explícito, con
nombres y apellidos, ejerciendo las acciones judiciales pertinentes y las
condenas políticas al uso, o simplemente pasen del tema porque sus delitos
hayan prescrito, por ejemplo.
A continuación
habría que huir de quienes se nos presentan como los salvadores para llevarnos
al paraíso – al que sea -, por populistas y mentirosos, porque no existe tal
cosa en la tierra; sin entrar en más valoraciones de las que cada uno entienda
como el mejor modo de organizar la convivencia colectiva.
Dejamos como
penúltima reflexión, por aquello de no ser demasiado egoístas pero no por ello
menos importante, sino todo lo contrario, a quien no tenga la valentía de
decirnos que mantener o mejorar nuestro actual estado del bienestar y de
servicios públicos, infraestructuras, etc., es indirectamente proporcional a la
salud de nuestras carteras. Es decir, que nada es gratis aunque lo parezca; que
todos los servicios públicos que no pagamos directamente al utilizarlos, o
cuando los utilizan los demás – sean quienes sean - nos lo cobran mediante todo
tipo de impuestos, contribuciones y tasas. Y además, partiendo de que no somos
una sociedad rica, nos endeudan a perpetuidad con lo que falte; o sea, que lo
pagarán nuestros hijos y nietos, si pueden. Y eso contando con la fortuna de
que los extranjeros ricos se fíen de nosotros y nos presten, como de momento es
el caso.
Valores
Y como
final, y de esto sí que nos acordaremos personalmente todos los días, sería
fundamental que votásemos a quien se comprometa en su programa a ser más
eficaz, transparente y honrado en la gestión de la cosa pública, y más
eficiente. Lo que equivale a decir que el mejor político sería el que luchara honestamente
por conseguirnos una sociedad mejor al menor coste posible, eliminando gastos
superfluos en todo - ¡pero en todo! -, subvenciones discrecionales, o
dispendios y lujos innecesarios para el
desempeño de la política y de la función pública.
Y no
hablamos de los de bata blanca o verde, uniforme, toga, tableta o pizarra, que
son los esenciales y más cercanos a nuestras necesidades de cada día, sino de
todos los demás, tanto con corbata como sin ella. Si hacen una lista
comprobarán que son una legión tan derrochadora como insostenible. Y eso sin
contar con los medios, muebles, inmuebles, transportes, mantenimientos, etc., a
su servicio. Para aburrir, vamos. Y no digamos nada a nuestras carteras.
Aparte de las consideraciones anteriores, ya
entraríamos en temas tan importantes como la despolitización de la justicia, la
reforma del sistema electoral y de la constitución, o del concepto de país o de
nación, en la que las diferentes fuerzas políticas defienden distintos enfoques
según sus tendencias. Y en tales asuntos, como en otros más generalistas, cada
cual también tiene sus opiniones y por lo tanto no caben las simplificaciones.
El buen gobernante, como el caballo
bueno
En todo
caso, si analizan los primeros puntos con óptica del bachiller callejero, que
decíamos, verán que no es tan difícil elegir el voto. Porque en el fondo, no es
más que dejarnos de etiquetas, costumbres, prejuicios o antiguallas, y hasta de
romanticismos, si cabe; y colgarlos
junto en la percha del desván de los recuerdos.
Y el día de echar el voto, salir a la calle con
las ideas que nos afectan claras, la
cabeza fría y la mano en la cartera, por si acaso; para comprar nuestro caballo
bueno, que será el que más nos convenga por adaptarse mejor a nuestras
condiciones personales, y no al de siempre por simple rutina, pereza o miedo; ni al más bonito, cercano, aparente o
rumboso.
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