Los sistemas
de juego se hacen viejos cuando no juegan sus artistas básicos. En el caso de
la selección, por ejemplo, no es lo mismo que juegue Xavi Hernández a que no lo haga; como tampoco en el Barcelona. O
que el otro Xabi, Alonso, sea el compañero de Busquets a que sea Koke, por muy buen jugador que sea.
O que arriba
esté un David Villa en estado de
gracia a que lo hagan Diego Costa, Negredo o el ilusionante Morata, buenos goleadores aun con sus
diferencias. Con aquel asturiano enchufado cualquier media punta como Cesc, Silva, el malabarista Isco
y hasta el siempre espectacular Iniesta
podrían hacer de segundo delantero en las ocasiones en que lograran sorprender
llegando desde atrás.
Ahora, por
el contrario, solo aparece a ratos el espejismo de aquel juego que tantas
satisfacciones nos dio cuando los contrarios se cierran, tal y como sucedió en
la primera parte contra Ucrania. Sin embargo, cuando en la segunda parte los
ucranianos se echaron para adelante, se vieron con claridad las carencias que
padecemos sin los dos ‘javieres’: el de Tarrasa recibiendo en el medio y
saliendo con efectividad por uno u otro lado, dándose la vuelta como no he
visto nunca a nadie, para jugarla fácil en corto al compañero mejor situado y
desmarcarse para volver a jugarla; y el de Tolosa jugándola en largo en sus
clásicos y eficaces cambios de juego. Y así, huérfano el equipo de ambos
artistas, éramos presas fáciles de los contrarios que se nos anticipaban
continuamente en las salidas desde atrás y creando peligro por hacerse con el
balón cerca del área de Casillas.
Haciendo
memoria, Luis Aragonés apostó por
los jugones pequeñitos contando con la solidez de Marcos Senna en el medio centro, con dos laterales muy ofensivos
pero contundentes atrás, Ramos y Capdevila, y Torres y Villa arriba, o
el mismo Cesc de falso delantero. El pasado viernes, Alba y sobre todo Juanfran,
buenos en ataque pero menos en defensa, centraron varias veces con peligro tras
desbordar por su banda y salvo Morata, con tendencia también a caer a la
bandas, nadie más entraba al remate. Silva, por ejemplo, tuvo un buen balón
para su cabeza pero le falta un palmo para poder hacerlo con garantías; salvo el golazo que le hizo a
Italia en la pasada Eurocopa no recuerdo otro gol suyo en remate cabecero.
Y con tanto
centrocampista ofensivo: Koke, Iniesta, Isco, el canario y los dos laterales,
se echó en falta un acompañante de Morata que aprovechara los huecos que este
dejaba con sus continuos desmarques.
A veces hay que elegir, y ya sabemos que eso
supone siempre sacrificar otras buenas opciones, pero lo que se ha acentuado
desde el mundial de Brasil es que España debe variar el sistema que nos hizo
dos veces campeones de Europa y una del mundo. Aquello, como sus artistas
fundamentales, ya es y son historia.
Otra cosa es
la falta de chispa física que denotó la selección en la segunda parte. Siempre
llegábamos tarde y eso trajo a colación el fantasma de los funestos partidos
del mundial. Enredados en lo que hemos comentado, además, nuestros jugadores se
empeñaron en conducir el balón y eso es otra forma de jugar que nada tiene que
ver con el fútbol a uno o dos toques que nos hizo la envidia del mundo. Así que
a cambiar toca, don Vicente. Las
obsesiones nunca son buenas y querer vivir del pasado es una de ellas. España hoy debe reinventarse asegurando más
atrás y jugando con un par de delanteros para que sus medios actuales expresen
el juego que llevan dentro.
Y llegamos a
la obsesión de Bartomeu: Laporta y el Real Madrid. Pero en el
caso del presidente culé la solución no pasa por reinventarse sino por largarse,
como hizo Rosell. Es cínico pensar
que quien fuera su jefe es el único responsable de los chanchullos en el caso Neymar y que él, su segundo, era ajeno
a todo ello. Bartomeu sabe muy bien que si convocara elecciones y el antiguo
presidente se presentara se las llevaría de calle y resiste para ver si
escampa. Pero lo tiene chungo.
Y menos mal que la querella que dio lugar al destape
de tales chapuzas económicas y fiscales la presentó un socio blaugrana; aún
así, tiene pesadillas con la larga mano de don
Florentino meciendo la cuna de la justicia.
De pena.
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