No es lo mismo entrenar a un grande que a un
modesto, ni a juveniles o infantiles que a profesionales. Las diferencias son
tantas, siendo el mismo juego, que resultan incomparables.
Podríamos alargarnos en supuestos, como imaginar a
un Ancelotti, un Mourinho o un Guardiola, por citar a tres de los más mediáticos, entrenando al
Almería, al Córdoba o al Granada en estos momentos, al Murcia o al Cartagena.
¿Qué podrían hacer más de lo que hacen los técnicos que les dirigen? Pues
seguramente poco más, si fuera el caso de que lo consiguieran. ¿Y al revés?
Pues muy posiblemente, esos técnicos modestos harían poco menos que los citados
figurones de los banquillos, en el peor de los casos. Todo ello en condiciones
normales, como se explica de las pruebas en laboratorio cuando se estudia
química; es decir, con los mismos entornos sociales, ayudas y colaboradores, crítica,
apoyos directivos, motivación de los jugadores, posibilidades económicas, etc.
Quiero decir con todo ello que al final, quienes
tienen la llave del éxito o el fracaso en las realidades de cada club de fútbol
en sus distintas circunstancias son los jugadores, sobre todo los más
determinantes. Y para muestra tres botones.
En el supuesto del Real Madrid, la historia de Pellegrini hubiera sido muy distinta de
no haber tenido a su mejor goleador histórico, Cristiano, lesionado media temporada, como tampoco la de Mourinho
sin su paisano a tope en el equipo durante la mayor parte de su periodo, o la
de Ancelotti actualmente. Con el chileno, además de cultivar su buena imagen
institucional como club, los merengues lucieron un juego exquisito en gran
parte de su gestión pero les faltó la gracia del gol en momentos puntuales. Y
eso marcó su declive y caída. Con el portugués, por el contrario, es difícil
recordar rachas de buen juego a pesar de sus buenos resultados en ciertos
momentos importantes, apoyados, claro está, en los goles infinitos del paisano.
Y ello, además, le sirvió tanto para ganar una liga al mejor Barça de la
historia como para que el mete dedos y mete patas luso engordara su también
infinito ego, a costa demasiadas veces de la propia proyección pública del club
blanco. La división y los enfrentamientos que originó
tanto en el madridismo como dentro de la propia plantilla supusieron triunfos
escasos y su indecorosa salida del Madrid. Sobre todo el evidenciado y curioso divorcio
con Cristiano; otra vez los jugadores.
En el caso del Barça de Guardiola, es tan fácil
recordar sus demoledores éxitos durante varias temporadas como su
extraordinaria forma de jugar al fútbol, pero pese a contar con la mejor
versión de Pujol, Xavi, Busquets o Iniesta es
difícil imaginar tanta grandeza sin la paulatina aparición y progreso del mejor
Messi; uno de los más grandes
jugadores de la historia.
Y dejo para el final el ejemplo de la selección
española porque no se conciben sus inolvidables conquistas, tanto con Luis como con Del Bosque, sin hacer referencia a la columna vertebral de los
barcelonistas, que han pasado a la memoria eterna del fútbol con las ayudas
puntuales o permanentes, según los casos, de los Casillas, Senna, Villa, Ramos o Torres, por
citar solo a los más significantes.
Como resumen, los entrenadores deben ser unas veces
más técnicos que gestores y otras al contrario, pero aunque sean protagonistas sería
absurdo que olvidaran que sus éxitos o fracasos dependen en esencia de sus
entrenados. Y es así, justamente, para lo bueno y para lo malo.
Por eso, sería excelente poner a los mejores
técnicos, tanto en el juego como en la experiencia y en psicología, a entrenar
a infantiles y juveniles, para que les enseñen a jugar bien y las reglas
básicas de convivencia desde abajo. Por contra, habría que encargar a los
buenos estrategas la gestión del talento de los profesionales, porque ya deben
saber correr, driblar, saltar, dosificarse, darle a la pelota, pasarla o
pararla.
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