Le están enseñando la puerta
en la distancia porque no hay manera de que él mueva el picaporte, agarrado con
uñas y dientes al suelo ‘arriolano’ que aún le vende ciertas esperanzas.
Razones
para irse
Ser el político peor
valorado en todas las encuestas, sin excepción, no es un buen banderín de
enganche para ilusionar en las próximas generales. Como tampoco son suficientes
los alentadores datos macroeconómicos que se vislumbran desde ciertos
brotecillos ‘enverdinaos’ sobre el páramo español, que aún no se materializan para la
inmensa mayoría de los ciudadanos, y que esconden la dura realidad de haber
aumentado en su mandato la deuda pública de España desde los 600.000 millones
de euros al billón largo. ¡Tela!
Y solo el miedo inducido a Podemos desde el
poder, por mucha campaña que se haga, sumado al que sin necesidad de que se lo
metan en vena le tienen millones de españoles a sus dirigentes filo
bolivarianos, que ya se va encargar Tsipras
de azuzarlo involuntariamente desde Grecia; no dará para superar, como mucho,
el treinta y cinco por ciento de los votos desde el que intentar un gobierno,
aunque sea en precario.
El verdadero miedo escénico es
el interno del PP. Empezando por los escasos barones autonómicos y municipales
limpios de polvo y paja, así como por pesos pesados que llevan años en las Cortes y
en otras instituciones, que ven peligrar
sus poderes por el descrédito del partido a nivel de calle tanto por las
corruptelas de cada día como a la inanición del presidente para tomar medidas
ejemplares.
La bandera de la renovación
es enarbolada por muchos personajes relevantes de la sociedad dentro y fuera
del PP. Y es que se ha renovado mucho en España. El PSOE e IU, por muchos
problemas que a su vez tengan, o la propia monarquía, pasando por la renovación
de ideas, proyectos y ambiciones de partidos pequeños, tal que Ciudadanos, o la
muy exitosa irrupción de Podemos,
dibujan un cambio de escenario irreversible al que hay que subirse para pintar
algo en el convulso panorama que se avecina.
De
ahí la gran alarma producida en los últimos meses, y los mensajes más o menos
subrepticios consiguientes a don Mariano de que piense con generosidad y cierta
urgencia en un recambio capaz de ilusionar a su electorado. Porque en las próximas generales no les
bastará a los populares con ganar minoritariamente, en cuyo caso irían por un
largo periodo a la oposición, y, lo que es peor, a una refundación ineludible
cuando no haya prebendas que repartir. Hay que ganar con mucha diferencia,
y eso es ahora misión imposible con las mismas caras de siempre.
Si
sales a empatar, pierdes
Incluso se empieza a repetir
como un mantra la pena de que Rajoy no diera el paso de irse antes,
concretamente cuando lo de Bárcenas,
porque desde entonces este hombre no está para enarbolar ninguna bandera de
regeneración. NI mucho menos puede generar la ilusión necesaria para ir a una
confrontación electoral tan extrema como la que se avecina con alguna garantía
de éxito; está asumido que el 30 o el 35 por ciento es el techo máximo al que
puede aspirar y, por ende, saldrá a empatar el partido, que es lo mismo que jugar
a perderlo por goleada. La que le van a endosar las fuerzas de izquierda en su
conjunto.
La
hora de Ciudadanos
En resumen, que a Rajoy le
están enseñando la puerta porque también hay otras alternativas. Ciudadanos
podría ser buena si contara con los apoyos suficientes. Y hacia esa barquita,
de momento, se están echando algunos cabos ante el pavor de la nomenclatura ‘pepera’,
que por eso están ninguneándolo cuanto pueden. Sin embargo, los más sensatos piensan
que tal vez bien empujada podría ir convirtiéndose en un barco capaz, al menos,
de ser la bisagra alternativa al gobierno grande de PP y PSOE para salvar los
muebles en esta encrucijada; aspiración entre bambalinas de españoles con
poder, y de fuera, de instituciones sociales y de muchos ciudadanos, pero a día
de hoy imposible de materializar.
Albert
Rivera da bien en España porque lleva años dando la cara dignamente
en su Cataluña natal frente a los desmanes de los independentistas burgueses de
CIU y de los tripartitos de ocasión de izquierdas. Y junto a su imagen y
aparentes talante y talento, no es mal banderín de enganche para ilusionar.
El
jaque con la reina Soraya
Enrocado en sus silencios, y
como ya comentamos, el presidente tiene una jugada fuerte y posibilista sin las
circunstancias se le hacen insostenibles: un varapalo en las autonómicas y
municipales, de las que las andaluzas serán unas primarias clarificadoras.
Y no es otra que su
protegida, la todopoderosa vicepresidenta Soraya
Sáenz de Santamaría.
De
hecho, cuando a la mayoría de votantes confesos del PP se les abre esa ventana,
sus gestos y expresiones denotan y jalean una esperanza que no les asoma
pensando en Rajoy como aspirante a repetir en el cargo; saben que eso será
imposible porque no lograría, en ningún caso, los resultados suficientes. Y,
además, salvo que funcione el pacto oculto de no agresión con el PSOE, que
también señalamos, cada vez más precario debido a su crisis; tampoco
conseguiría apoyos para ostentar un gobierno en minoría parlamentaria.
Doña Soraya, en cambio,
tiene a su favor la formación y eficacia que nadie le discute, la laboriosidad
que trasluce y, ojo, una potente hoja de servicios sin mácula alguna de
corruptelas, que ya es mucho. Si a ello le unimos su buena capacidad
comunicativa, con un lenguaje sencillo desde el rigor de las ideas y los datos,
la fresca juventud, su género, que sería un plus; y el apoyo que suscita en la
mayoría de los medios, estarían en el PP ante el perfil adecuado para, entonces
sí, hacer un intento esperanzado a finales de año. Porque, como añadido, desde
su practicismo, ella sí podría llegar a acuerdos impensables ahora con otras
fuerzas políticas.
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