A pesar de que lleva solo
tres goles menos que el portugués, el año 2014 no ha sido particularmente bueno
para Messi. Suena a disparate decir
eso de quien fue nombrado este verano mejor jugador del mundial de Brasil,
¡vaya tela y carita puso!, y lleva superados los 50 goles, además de haber
batido dos records para la historia: mayor goleador de la Liga y de la Copa de
Europa. Y no lo ha sido porque comparado
con otros años ha tenido ciertas sombras en su rendimiento de la temporada
pasada. Tuve la ocasión de hablar con socios catalanes del Barça en su recta
final, asistentes habituales al Nou Camp, y alguno de ellos incluso llegó a
asegurarme que era el momento idóneo de vender a su estrella. Increíble.
Pero en tales aficionados se
daba también el fenómeno de las comparaciones. Y es que, comparado con el juego
y el rendimiento del canterano blaugrana argentino en temporadas anteriores,
efectivamente ha sido bastante menor. De tal circunstancia da idea el hecho de
no haber ganado colectivamente nada en sus dos equipos; el Barça y la selección
albiceleste. Y eso, para un jugador de su talla y trascendencia en el último
decenio, es tan paradójico como determinante.
Hay quien desde su entorno
argumenta que los problemas con el fisco español le han pasado factura, y puede
ser, pero sea como fuere Messi está derivando hacia otras funciones en su
juego. De ser un goleador sobre todo, que lo sigue siendo – miremos sus últimos
deslumbrantes partidos-, ha pasado en ocasiones a desarrollar un papel de
distribución de medio campo en adelante dando pases de gol a sus compañeros y
completando la madeja de pases en corto y paredes que acostumbra el estilo
futbolístico de la Masía. Tal vez tenga que ver con el bajón de juego observado
también en sus incomparables compañeros, y artífices en buena medida de sus
éxitos anteriores con el Barça, Xavi,
Iniesta. ¡Cuántas veces hemos dicho
que Messi no era Messi en su selección!
Cristiano,
por el contrario, a pesar de que le han cambiado piezas claves en su equipo,
sigue reinventándose a sí mismo. Su papel es decisivo juegue con quien juegue y
lo entrene quien lo entrene. Y su enormidad de goles, muchos decisivos, lo
encumbran a la púrpura aurífera del fútbol mundial. Como hemos reiterado, va
camino, si no lo es ya, de ser el mejor goleador de todos los tiempos. Desde
luego lo es en la brillante trayectoria histórica del denominado como mejor
club del siglo XX, el Real Madrid. Para quien lo dude, miren las estadísticas
de partidos jugados y goles conseguidos con la antigua camiseta blanca, ahora
caprichosamente multicolor por encuentros, y compárenla con los monstruos
merengues; los Pruden, Puskas, Di Stéfano, Hugo Sánchez, Raúl y
compañía.
Durante 2014, el Ronaldo
luso ha sido campeón de Copa en España y de la de Europa, con un papel
preponderante en su equipo a pesar de la merma física que sufrió a final de
temporada, además de mejor y mayor
goleador mundial. Es fácil que acabe el año con 60 goles. Esas son buenas
razones para que le otorguen el preciado Balón de Oro, tras haberle otorgado la
Bota del mismo metal hace unos días.
Otra cosa es que a algunos
nos parezca irrelevante el galardón en la medida de que premia como mejor
futbolista a quien puede que haya sido el mejor delantero, como antes lo
ganaron otros que fueron los mejores defensas o medios, e incluso algún
portero. Posiciones tan incomparables en el terreno y en el desarrollo del
juego como lo son sus características fundamentales. Quizás sea más justa la
distinción cuando se le otorga a un futbolista total, como en su momento el
propio Di Stéfano o Cruyff en su
etapa de madurez, tanto en la selección holandesa como en el Barça, porque en
sus inicios no dejaba de ser solo un magnífico delantero joven.
Dice Platini que debería ser premiado un campeón del mundo, como en su
momento dijo, es cierto, cuando España lo fue y se hablaba de Xavi e Iniesta –
que se lo merecieron, sin duda, pero ganó Messi-; y todos miran al madridista Kross. Pero, siendo este un jugador
extraordinario, aún le faltan años, méritos, triunfos y galones para alcanzar
al de Tarrasa o al manchego en merecimientos y distinción de juego.
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