La tragedia encoge el alma y
la indignación que acarrea, cuando es real, ensombrece cualquier perspectiva de
creencia en la bondad natural del ser humano. Incluso hay muchas personas que
no soportan ver una película violenta.
Confieso que el otro día,
viendo las imágenes de la ribera urbanizada del Manzanares ocupada por gentes
amenazándose entre carreras con todo tipo de objetos, sentí cómo la sangre se
me hacía espesa. Y el cabreo llegó al más absoluto de mis desprecios cuando
unos cuantos individuos corrían alejándose del pretil del río al caer al agua
el luego fallecido hincha del Coruña. Y se me fue la boca en la intimidad de mi
casa. No reproduzco los tremendos epítetos que brotaron de mi garganta por mal
sonantes y porque son de lo más habitual y ordinarios en el lenguaje popular,
pero se los pueden imaginar.
Ahora bien, sí puedo expresar
lo que mejor refleja su trasfondo: la cobardía más ruin. Sí, y lo mantengo sin
ninguna duda porque no es otra cosa que eso. Los cobardes se crecen cuando van
en manada. En la masa y en el anonimato recargan sus ansias de protagonismo. Y
se jalean, y se animan, y se sienten ‘rambos’ o héroes de cualquiera de las
falsas grandezas que han imaginado desde el fondo de su asumida cobardía. Porque
ellos saben que son unos cobardes. Unos medrosos de la peor especie. Unos mierdas infames, con perdón y
mayúsculas, que de uno en uno y de igual a igual no son capaces de alzar ni la
voz. Y se levantan cada mañana mirándose al espejo para ver su inexistente
fortaleza, incapaces de decirse la
verdad: que hoy son más cobardes que ayer pero menos que mañana. Igual que quienes les animan o amparan
desde cualquier posición. Y tienen mal remedio. El que nace cobardica muere
cobardón porque, como se dice en nuestra huerta, “el que nace pa marrano, la
estaca le cae del cielo; tire pande tire”. Y, además, no tienen ni la chispa de humanidad
necesaria para socorrer a un ser humano a punto de ahogarse después de recibir
una monumental paliza.
Dicen que les van a poner
una multa de 60.000 euros a los innombrables sujetos, y la prohibición durante
cinco años de asistir a un partido de fútbol. Pero para mis adentros, como
supongo que pensarán muchos de ustedes, esa pena se queda tan corta como las
lumbreras de sus frentes. Si por mí fuera, como en tantos otros casos de la
gentuza que de vez en cuando asoma por las rendijas de esta sociedad nuestra, a
ratos tan débil y enferma; los culpables del crimen no podrían repetirlo;
¡seguro! Dejo a la interpretación de cada cual las necesarias medidas
oportunas, pero también se las pueden imaginar. Como decía aquel, “leña al mono
que es de goma”.
Y no se trata de cogérnosla con
papel de fumar, porque quienes llevamos años asistiendo a espectáculos
deportivos de competición, en la calidad que sea y sobre todo en el fútbol;
hemos dicho, gritado y hasta cometido tontunas o gilipolleces de los calibres
más diversos. Pero una cosa es animar al propio, tratar de ganar o recriminar
al contrario con palabras demasiadas veces inapropiadas,
incluso insultar cuando la sangre se calienta, que pocos están o hemos estado
libres por muy reprobable que sea; y otra muy distinta llegar a la agresión
física. No digamos nada de la que puede tener consecuencias mortales o
incapacitantes. Las palabras pueden tener alguna disculpa porque se las lleva
el viento y están dentro de un contexto competitivo, a veces extremo, pero lo
último no tiene perdón posible.
Nuestra felicitación al Real
Madrid, con don Florentino al
frente, así como al Barça de Laporta
en su momento, que afrontaron el problema de sus violentos quitándoles el
protagonismo y las prebendas de las que disfrutaban.
Recuerdo cuando hace muchos
años competíamos con equipos extranjeros
y nos asombrábamos de las diferencias de sus aficiones. Los del este de Europa,
de países comunistas, tenían un comportamiento exquisito – como el nuestro de entonces
bajo Franco-, y, sin embargo, nos
chocaba la mala educación y la agresividad de los seguidores de equipos
ingleses y de otros países democráticos occidentales. Y, sin querer defender
ningún tipo de dictadura, yo me pregunto: ¿Por qué está reñido el orden con lo
que algunos llaman libertad?
Seguramente, pienso
entristecido, porque la libertad es otra cosa.
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