Es muy normal que quienes se
sientan con condiciones suficientes y les guste intente hacer del fútbol su
modo de vida. Jugadores, ante todo; técnicos diversos, entrenadores o
directores deportivos se afanan diaria y semanalmente, y año tras año, en
ganarse el sustento del mejor modo posible mientras el cuerpo aguante. Unos
hasta los treinta y tantos y otros hasta su jubilación. Es lo natural.
Y, también, que los millones
de aficionados quieran saber de sus ídolos, o menos tales, clubes, dirigentes,
etc., y para eso están los profesionales de la información. He aquí una de las
patas secundarias pero fundamentales de este deporte. Sin el soporte de los
medios de comunicación el deporte es testimonial. Fijémonos, si no, en aquellas
competiciones deportivas que apenas tienen repercusión informativa; terminan
siendo irrelevantes. Poco más que para sus familiares cercanos o sus vecinos de
puerta con puerta, y, a veces, ni eso.
Pero los profesionales
directos actuales del fútbol, los artistas de este circo, tampoco son nadie
ahora sin sus representantes. Y es cuando aparecen los comisionistas como otro
de los soportes del tinglado futbolístico. Tan importantes son que algunas de
estas figuras
han sobrepasado el nivel personal y ya son auténticas empresas de servicios,
con empleados y especialistas de la más diversa índole.
Y claro, como cualquier otra actividad, necesita de
formación, normas, reglas, organización y representaciones a cualquier nivel. Y
aparecen los árbitros, escuelas y profesores para todo, federativos, sindicatos
diversos, y, como colofón de todo ello, los directivos y presidentes de clubes.
Todo ello sin contar con la
publicidad faraónica que engendra, ropa de todo tipo, enseres y utensilios mil,
balones, recuerdos, seguridades y hasta
pitos. Es un fenómeno que traspasa todo tipo de fronteras, desde las sociales y
territoriales a las continentales e ideológicas. Un sinfín de intereses de todo
tipo solo comparables al interés que despierta en centenares de millones de
personas.
En este punto, conviene
hacer una pequeña reflexión para analizar la figura de quienes a fin de cuentas
tienen en su mano, y demasiadas veces de un modo poco claro o edificante en su
cartera, los emblemas de tal fenómeno local, nacional o mundial: los
presidentes de los clubes, en primer y relevante lugar, y quienes presiden los
máximos órganos organizativos del fútbol.
Para ellos, el fútbol no
deja de ser un objeto de deseo para satisfacer sus ambiciones menos confesables:
relevancia social, como base, y sus derivado inevitable: el dinero, en la forma
que sea. Porque lo que suelen confesar son otras cosas: por simple afición, por
amor a unos colores, por mejorar este deporte… En fin, milongas para todos los
gustos.
Llegados a este punto hay
que hablar de dos auténticos fenómenos nacionales: Villar y Florentino Pérez.
El primero, al frente de la
RFEF, va camino de alcanzar la treintena de años en la cima de su pirámide; más
del doble de tiempo que estuvo jugando. Si sumáramos los sueldos, dietas y
demás gabelas que lleva cobradas y disfrutadas, llegaríamos a la conclusión que
lo que ganó como simple futbolistas fue una minucia, y eso que fue de los de la
punta ‘adelante’, que decimos por la huerta. Pero en todo caso, hablaríamos de
sueldos escandalosos nada más. En su favor hay que decir, sin embargo, que bajo
su mandato el fútbol nacional ha alcanzado sus mejores cotas europeas y
mundiales. De todos modos, se nos antojan demasiados años presidiendo lo que
sea.
El segundo es mucho más. El
presidente actual del Madrid es el dirigente deportivo más brillante para su
interés personal que ha dado este país. Nunca nadie consiguió que una de las
marcas excelentes de España, por no decir la más: el Real Madrid, fuera el
mejor departamento de relaciones públicas de sus empresas. No puede haber
ninguno mejor en el mundo. Y aquí no
hablamos de bagatelas. Se trata de miles de millones de euros por todo
el mundo. En su favor hay que decir dos cosas importantes. Primero que para
beneficiarse no necesita recurrir a meter la mano en la caja, y eso es una
cuestión muy seria en los tiempos que corren; es demasiado listo y, por otra
parte, tampoco fue al Madrid para ello.