De la mala a la buena, de la
demagógica y oportunista a la obligada, de la absurda a la deportiva, de la
estéril a la enriquecedora. Todo eso es lo que ha ocurrido de verdad con el
partido entre Guinea y España.
El Régimen de Obiang supuestamente organizando tal
evento para darse lustre, y los demagogos patrios aprovechando la ocasión para
sacar la patita. Menos mal que apareció D.
Vicente poniendo cordura con aquello de que allí no iban para derrocar a
nadie. Y podía haber añadido que para nombrar o consolidar a un político,
tampoco.
El uso del fútbol, o del
deporte, por algunos políticos no es
nuevo. Y hasta ha sido bueno en ocasiones, por lo que tiene de capacidad de
ilusionar e incluso de unir bajo los mismos
sentimientos de pertenencia a gentes diametralmente opuestas en tantas cosas.
Pero el uso partidista o ideológico de algo en lo que se conjugan tantas
interioridades personales me parece tan absurdo y peligroso como criminal.
En la historia ha habido ejemplos
para todos los gustos. Desde aquéllos positivos del rugbi en Sudáfrica, con Mandela como impulsor, y el del
pingpong entre los norteamericanos y chinos, como factor de distensión en sus
relaciones; hasta la utilización para sus fines políticos racistas de los
Juegos Olímpicos de Berlín en el 36 por parte de Hitler.
Y en España tampoco hemos
andado cojos de tal desmán. España ganó
la Eurocopa del 64 jugada en España con un equipo menor del que podía haber
dispuesto cuatro años antes cuando la selección contaba con Di Stéfano y Puskas en todo lo suyo (nacionalizados), más los Gento, Suárez y hasta Kubala,
ya un poquito mayor. ¡Ahí es nada! Pero ocurrió que tal campeonato se jugaba en
Rusia y el Régimen de Franco se
opuso a que España jugara allí. Luego sí vinieron aquellos a España y le
ganamos la final en el Bernabéu.
Ahora estamos asistiendo al
uso del Barça como arma arrojadiza política a favor del independentismo
catalán. Y lo peor es que el intento ha calado en una gran parte de los
seguidores culés en Cataluña. Ahí está el inicio del peligro que indicaba.
Algún día, y ojalá me equivoque, lamentaremos algún hecho criminal a rebufo de
tal engañifla.
Y llegamos a la buena
política alrededor del partido amistoso internacional jugado en la antigua colonia
española. Y fue el debut de otro canterano barcelonista en la selección: Bartra. Y no por proceder de allí, sino
por lo que significa para el fútbol español que un club apueste por sus
chavales jóvenes para suplir sus necesidades más
relevantes. Se hablaba mucho de que el Barcelona necesitaba un central, y van y
con valentía paciente se inventan uno. ¡Tomen nota los mediocres y billeteros!
Lo mismo podríamos decir del
Atlético de Simenoe. Necesitaban un lateral
derecho hace dos temporadas y el argentino reinventó a Juanfran, pasándolo de extremo a defensa, con tal éxito que lo hizo internacional ni
más ni menos que con la campeona de Europa y del mundo actual.
Esos dos ejemplos son los de
verdad admirables, por lo que tienen de política deportiva sostenible y
motivadora para los más jóvenes, quienes, en definitiva, tienen el futuro de
nuestro fútbol en sus cabezas y pies. Y para eso hay que incorporar a los
cuadros de mando decisivos a los técnicos que tienen la capacidad de adivinar
potencialidades y el valor de apostar por la savia nueva. Lo
otro, aquello de decir: “me falta un medio o un delantero, ¿dónde hay uno bueno
que lo compro?”, es de los mediocres y ‘carteranos’ a los que hacía referencia
antes.
Los equipos españoles
llegarán en buenas condiciones a la recta final de los campeonatos europeos de
esta temporada, otra cosa es que los coronen. A ver si los blancos lo hacen con
sus jóvenes incorporaciones nacionales dentro del equipo titular, porque en el
Barça y Atlético, con políticas bastantes opuestas en lo que comentábamos, eso lo tenemos garantizado.
Como también tenemos asegurada la presencia de nuestra selección en
Brasil donde la veremos desarrollar de nuevo la excelencia de su juego. Otra
cosa será que se pueda volver a ganar el trofeo, porque, no lo olvidemos, el
fútbol no deja de ser un juego en el que el azar tiene más importancia de la
que creemos. Luego se justifica el acierto con mil argumentos, pero hay uno que
nunca falla: la suerte del campeón. Que así sea.
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