Como
aquel repetidor que telegrafiaba a sus padres glorificando sus malos
resultados, Rajoy se empeña en
repetir sus errores, aumentándolos.
Desaprovechó
sus magníficos resultados electorales, tanto en las elecciones municipales y
autonómicas como en las generales subsiguientes menos de un año después de aquéllas,
para hacer lo que los españoles que le votaron mayoritariamente esperaban:
sacarnos del hoyo donde nos dejó la incompetencia de Zapatero zopencamente apoyado por sus muchachas y muchachos.
Entonces debió tomar las difíciles medidas radicales que la ocasión demandaba,
y ahora, al socaire de una etérea e impersonal mejoría de la economía española
sólo acreditada desde la eventual buena marcha de la Bolsa y la esperanzadora
deriva del costo de nuestra deuda pública, trata de jugar a la ruleta rusa del
oportunismo político de cara a las próximas citas electorales continuando con
la dejación de sus funciones.
La economía real
La
situación económica vuelve a moverse actualmente por los arcanos de unas
expectativas de futuro que los grandes inversores internacionales aprecian
desde sus no menos ignotas atalayas supranacionales. Pero la realidad para lo
importante de cara al futuro es que ni crece el empleo estable, ni hay dinamismo
en el mercado interior, ni crece el consumo, por lo tanto; ni fluye el crédito
hacia el sector real de nuestra economía ni, por consiguiente, lo hace la
inversión empresarial necesaria para reactivarla. Y eso es algo que no precisa
de lentes sociológicas para comprobarlo. Basta con mirar a nuestro alrededor.
La de Rajoy y ‘su Montoro’
Si
con la soga al cuello no fue capaz Rajoy de echarle a la cosa lo que los
valientes ponen en juego cuando hay que arremangarse, dando la medida de su
medrosa mediocridad, mucho menos lo haría en época de bonanza. Y si llegaran
las vacas gordas, que ojalá lo vean nuestros atribulados ojos aunque es muy
improbable con su liderazgo, le ocurrirá como a los lidiadores realmente malos: que un buen toro
descubre a un mal torero.
Se
limitó en su momento a la facilona subida de todos los impuestos, ¡todos!, con
tan irregular como inoportuno calendario, estafando a quienes le votaron con el
ruin incumplimiento de las promesas electorales incluidas en su programa. Y,
también, con la miopía indignante de no ver la necesaria poda del sector
público, que es la verdadera carcoma arruinadora de los presupuestos del
Estado; si los ingresos no llegaban para cubrir los abultados gastos lo natural
hubiera sido acometer urgentemente la disminución de éstos de un modo
suficiente. Y hablo de gastos corrientes estériles y no de bases esenciales: las
subvenciones a mangantes de toda laya, las innumerables empresas públicas o los
enchufados en las AAPP, por reiterados ejemplos. Limar gastos superfluos es lo que ocurriría en
cualquier lugar y circunstancias modificables por la voluntad humana. Temía y teme enfrentarse a las protestas de
los paniaguados afectados que hicieron
de vivir de los presupuestos públicos su insolidaria dedicación egoísta particular, sabiendo que los sufridos y esquilmados
contribuyentes no suelen protestar en manifestaciones multitudinarias, aun
cuando se acuerden en privado de los familiares vivos y muertos de quienes les
roban hasta la ruina.
Pero
claro, esto último se manifiesta silenciosamente en las urnas, y a ello sí le
temen quienes se han hecho profesionales de la política con una de las divisas de la peor cara dura militante: el
valor de los cobardes, evidenciado habitualmente en respetar sólo a quien
temen.
Con
tal hoja de ruta, se trata ahora de prometer una indefinida bajada de impuestos,
desde su escasa credibilidad, a la vista del más que probable batacazo
electoral que se anuncia tanto desde todos los miradores sociológicos como del
propio sentido común y el ruido de la calle.
Y
para ello ha tomado un camino demencial, también producto de su propio autismo
político, ensalzando como “un gran ministro” al nefasto ministro responsable de
ambos desmanes, el ahora ‘socialistoide de pitiminí’ converso e inefable antiliberal Montoro; el encargado de los impuestos y de la administración
pública. Y cuando entrecomillo la reciente querencia ideológica de sus actos es por el respeto que me merecen los
auténticos, como todo aquel que se respeta a sí mismo y a los demás sin engañar
respecto a sus creencias.
Claro
que, en aras del oportunismo político, D. Mariano podría haberle sacrificado siguiendo
el manual propio de la politiquería más indeseable, pero ha preferido una
inquietante lealtad. Virtud, que si no fuera por el abundamiento en la ruina
que ambos al alimón nos han procurado, sería hasta loable, pero que en las
presentes circunstancias no es sino una promesa de una muy preocupante futura
incapacidad de gobierno.
El telegrama
Y
es que, como aquel mal estudiante, ‘el mudito’ Rajoy anda redactando su cínico
y engañoso telegrama tras los exámenes de septiembre: “Queridos padres:
exámenes extraordinarios, profesores entusiasmados, quieren que repita, y
repito”.
Ni
supo torear al malo, ni sabe lidiar al regular, ni hará faena al bueno; si
llega. Pero, además, en nada: ni en economía, ni en política interior, ni en
capacidad de liderazgo, ni en la ilusionar a la población expectante, ni
siguiera, y eso ya es para echarse a temblar, en la transparencia
ejemplarizante de su propio partido.
Su herencia: ¿a quién votar?
España
va saliendo de la respiración asistida en sus grandes números gracias a un
sector de la economía real que ha debido ganarse la vida en el extranjero; como
en aquellos lejanos años de alpargata de los sesenta del siglo pasado en unas
condiciones distintas y con unos protagonistas diferentes bajo un régimen
político en las antípodas del actual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario