Eso
hará el señor Pérez, D. Florentino, una vez que su segundo
proyecto hace aguas; demasiadas aguas. En el primero le crecieron los enanos,
aquellos que otros bautizaron como galácticos para su orgullo personal, que no
deportivo; al tiempo que el mamporrero de turno, tan buen futbolista como
insulso directivo – Butragueño-, le bautizaba como “ser superior” a mayor
gloria ‘caudillesca’ del jesuítico sudo dicho.
En
aquella primera etapa logró sus únicos triunfos en sus primeros años con lo
heredado de su antecesor, Del Bosque
incluido, y tras tres años espantosos con la plantilla llena de ‘camiseteros’
sin alma tomo las de Villadiego tras una debacle mallorquina antes de que le
sacasen un solo pañuelo en el Bernabéu. Y en esta segunda se está superando a
sí mismo, lo cual ya es difícil. Entonces largó a Valdano a media travesía y en ésta lo ha hecho casi al inicio. Y no
lo digo porque el argentino me parezca ningún seguro de éxitos, sino porque
entonces llegó como su mano derecha y portavoz y en su regreso volvieron juntos
como tándem inmaculado. En aquellos años pagó el plato de haber echado a Del
Bosque, y en estos el de negarse a hacerle la ola al valido Mourinho; siempre hay un propio que
pague los desaguisados.
Ciñéndonos
a la actualidad, quienes venimos criticando al narciso portugués casi desde el
principio vemos pasmados cómo quienes lo ensalzaban hasta el paroxismo ahora le
sueltan leña de todos los colores un día sí y otro también. Y es que,
desgraciadamente, el fútbol vive exclusivamente de resultados medibles: los
resultados y títulos, y da la espalda a otros baremos no menos importantes: la
categoría personal y el señorío deportivo. No dudo de que en la corta distancia
el de Setúbal pueda ser hasta gracioso, pero como representante del mejor club
del siglo XX ha sido un calamidad sin paliativos. Ni educación deportiva, ni
juego, ni bases para el futuro y ni siquiera títulos que justifiquen su
presencia durante tres temporadas al frente del Real Madrid.
Más
de doscientos millones de euros gastados en fichajes de su mano en una
plantilla ya muy valiosa, sin contar a Cristiano,
que lo fichó Calderón meses antes de
llegar D. Florentino; y un poder omnímodo como nunca antes tuvo ningún técnico
en la casa blanca para salir por la puerta de atrás cabreado con todo el mundo
y con pocas glorias que llevarse a la boca. Y eso que es el mejor del mundo,
Pérez dixit-, y el número uno según él mismo. ¡Vaya ojo del presidente! Casi
tanta vista como modestia tiene el sin
par D. Xosé.
Pero,
como decíamos, ahora tendrá el señor Pérez que “cebar de nuevo la bomba”, según
una expresión muy apreciada por repetida por él mismo, y sacarse algún nuevo
conejo de la chistera. De momento ha sacado al mítico Zidane en procesión y amenaza con chafarle el fichaje estrella de Neymar al Barsa. Pero ya veremos a qué
entrenador trae al que pueda referirse de nuevo como el mejor del universo.
Seguramente “habrá nacido para dirigir
al Madrid”, refiriéndonos a otro de sus hallazgos verborréicos cuando se trata
de presentar a cualquiera de sus gaseosos personajes; porque habrá que
reconocerle que vendiendo humo es de los mejores feriantes que hayamos
conocido.
Lo
único apasionante que le queda a esta historia bufa será el cariz de la
despedida de dos de las personalidades más egocéntricas que ha conocido la
historia madridista. El presidente llamado a ser, según sus allegados, la reencarnación del mismísimo D. Santiago Bernabéu, y que de momento
es el de peores resultados deportivos en su centenaria y gloriosa trayectoria –
repasen sus números- ; y el entrenador que pareció llegar al Real como el
inventor del fútbol y que no ha pasado de ser un técnico mediocre tirando a
malo en lo deportivo y el más nefasto, sin duda, en todo lo demás. Ahora, eso
sí, con la ventaja del primero de ser el presidente de más aceptación histórica
popular de momento entre el madridismo;
¡que listo es el tío! Mientras que el lusitano
‘metedetodo’ no podrá decir nunca lo mismo.
Se
repite la historia de los monarcas españoles del antiguo régimen: los validos
que nombraban iban cayendo y ellos permanecían impávidos trajinando en sus palacios.
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