Al
margen de los miles de análisis técnicos sobre las causas económicas de la descomunal
crisis que nos arruina desde el 2.007, aparte de las propias estructurales de
nuestro país, hay entre los analistas más preclaros un punto de encuentro
común: estamos ante una profunda crisis de valores en nuestra sociedad.
Supuestas culpabilidades
Según
a quien se lea o escuche, los políticos en general, la herencia de Zapatero, las recetas de Rajoy, la Constitución, las AAPP, los banqueros, los sindicatos, el
euro, los mercados, EEUU o la Merkel,
entre otros, son quienes ocupan las primeras posiciones en la clasificación de
responsabilidades, variando sólo el orden, la intensidad y los acentos en tan insidiosa
lista.
Pero
se olvida con frecuencia – olvidamos- que la mayoría de esos entes o personas y
sus comportamientos, sobre todo los más cercanos, son producto de nuestra sociedad; no nacen por generación
espontánea.
Es
muy humano, aunque poco inteligente, señalar culpabilizando a especímenes alejados o referirnos a oscuros arcanos cuando no sabemos realmente
lo que está pasando. Nos auto disculpa pensar que hay alguna fuerza oculta que
está siempre detrás de nuestros males o se busca el consuelo en la
responsabilidad ajena, a ser posible en el de enfrente, cuando no a la mala suerte.
Supuestos déficit democráticos; los reales y algunas consecuencias.
En
España dicen muchos que hay déficits
democráticos, y es verdad. Pero no en lo más socorrido sobre que algunos toman
decisiones sin contar con la mayoría o cosas por el estilo, sino en la falta de
transparencia en muchísimas instituciones públicas. Y, también, en la
‘partitocracia’ que padecemos. Aquí organizan, gobiernan, desgobiernan y se oponen cuatro: los que
mandan en los partidos políticos. Los demás son meras comparsas o tiovivos
puestos por ellos que en cuanto discrepen están listos de papeles.
Tenemos
dos demoledores déficits democráticos:
la dictadura de las nomenclaturas partidistas y la irresponsabilidad y nula
rendición de cuentas públicas de ellos y sus miles de testaferros. Hacen lo que les da la
gana con la sola reválida de las listas y las urnas cada equis tiempo. Así,
salvo que alguno la haga muy gorda, lo pillen y no tenga donde agarrarse, normalmente en negociaciones ocultas
amparadas en tenebrosas razones o cartas en la bocamanga que haya guardado
previsora y arteramente, o echando mano de
padrinazgos indeseables; se van de rositas y a otra cosa.
A
veces hay suerte en alguno de estos casos y algún medio de comunicación
independiente, dentro de lo que cabe, una encomiable actuación policial, un
fiscal o un juez valerosos, hacen que afloren situaciones desvergonzadas y, aun
así, demasiadas veces se quedan en agua de borrajas por la connivencia o fallos
del resto o de parte del mismo sistema. Podríamos enumerar notables ejemplos de
lo uno y de lo otro. Algunos gravísimos a gran escala y todavía en caliente:
corrupciones económico-políticas en Andalucía, Cataluña, entidades financieras
y otras y organismos reguladores y
lugares, por ejemplo; o hallar a los causantes de algunos de nuestros mayores
infortunios recientes: los muñidores del 11-M, sin ir más lejos.
Y
padecemos también grotescos excesos, supuestamente democráticos, que en otros
países mucho más avanzados que nosotros en cuestiones de soberanía popular
tienen superados por ineficientes y absurdos.
Algunas comparaciones recomendables
Leí
hace poco, gracias a un amigo, una
conferencia que dio sobre las salidas de la crisis Jesús Fernández-Villaverde, compatriota y catedrático de economía
en la Universidad de Pensilvania; que les recomiendo. Entre otros temas, les ponía de manifiesto a
miembros del ICADE en el Hotel Wellintong en Madrid algunas diferencias entre nuestro país y EEUU.
Vive allí en una ciudad de 60.000 habitantes y no tiene alcalde que la gobierne.
La administra un gerente muy bien remunerado con los conocimientos y experiencia
suficiente como si fuera una gran comunidad de vecinos. A la gente le importa
de verdad que los servicios públicos básicos funcionen eficaz y eficientemente
y no que su ayuntamiento se pronuncie a favor o en contra de determinada
situación ajena al municipio; argumenta. Y la comparaba con una ciudad española
de parecidas características. Desde las mismas páginas Web las diferencias eran
muy notables. En la española mucho alcalde y pocos datos presupuestarios, y en la otra descripción de servicios y todos los detalles
sobre cada dólar que gastaban. Esclarecedor.
Y
también hablaba de la Universidad de California – la mayor del mundo- . La
dirige un presidente elegido por su trayectoria profesional y no por los votos
de nadie. Y la comparaba asimismo con una gran universidad española. Cuando en
determinados ambientes explicó que en España los rectores son elegidos en las
urnas pensaban que les estaba gastando una broma. Los resultados de unas
instituciones y otras son tan diferentes como elocuentes. Ni una española entre
las primeras 200 del mundo. Ahora, eso sí, sabemos si en tal o cual centro
manda uno de derechas o de izquierdas. Lamentable.
Lo mejor, lo previsible y nuestra
realidad
Aquí
aún vamos en el viaje pendular hacia un extremo, o ya estamos en él, desde la
transición de una dictadura – más nominal que otra cosa a efectos prácticos - a
las conquistas democráticas. Y seguramente nos hemos pasado bastante. La
democracia no tiene por qué ser irresponsabilidad pública, derroche, ineficiencia, instituciones
obsoletas, victorias de quienes más griten, corrupciones bajo tierra, sangrías
a emprendedores, rapiña impositiva, medianía social generalizada o mediocres al
poder; sino todo lo contrario.
Corregir
todo ello sería lo mejor que le podía pasar a España aprovechando la crisis,
que algo bueno debería traernos aunque fuera forzado por la ruina.
Pero,
desgraciadamente, lo previsible es que todo siga más o menos igual. Porque
quienes tienen el deber y la obligación de guiarnos, nuestros políticos, son
los campeones de todas las deficiencias que nos lastran. Viven desde hace
demasiados años instalados cómodamente en ellas.
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