Empecemos
el año 13 del tercer milenio por alegrías. Y con nuestra querencia por lo
humano antes, y a veces al margen de lo puramente futbolístico, hablemos de
personas.
Tito Vilanova ha vivido en la primera fase de la competición la
gloria deportiva y el infierno personal. Al frente del Barsa no sólo ha sabido
gestionar estupendamente la herencia que le dejó quien le sacó del anonimato,
su maestro y referente de tantos Guardiola,
sino que ha mejorado su rendimiento en cuanto a resultados en liga; será
difícil que nadie iguale la marca del listón donde la ha dejado. Ya veremos si
en cuanto a títulos ocurre lo mismo; lo tiene muy difícil porque tampoco será
fácil que nadie le haga en el fútbol español y en el mundial. Y ha conocido el
infierno de la recaída en su grave enfermedad. Pero tal vez como un signo de
esperanza del cielo para todos quienes están o podemos estar en su situación ha
tenido una recuperación rápida y satisfactoria, en principio. Ojalá que sea
definitiva.
Y
ha tenido el técnico culé el precedente de Abidal,
el polivalente y buen defensa francés internacional del Barsa. Otro rayo de luz
para quienes sufren o sufran desde el silencio, a la sombra de los focos o bajo
ellos. El mismo deseo de que tenga un buen final su lucha. En su caso, además,
se da el admirable ejemplo personal de la increíble superación para seguir
compitiendo al máximo nivel en un deporte tan exigente en todos los sentidos
como el fútbol.
Hablando
de otras cosas, igualmente alegres y esperanzadores, tengo una enorme
satisfacción viendo la trayectoria encomiable de Juan Ignacio Martínez al
frente del modesto Levante. Y es que, para quienes creemos en los valores más
que en los nombres, el triunfo de alguien que se lo ha currado desde muy abajo
y sin padrinos hace que reafirmemos nuestra fe en el esfuerzo y el talento. Si
además se adorna con el talante de la sencillez y la prudencia, es doblemente encomiable. Y, aunque no lo he
tratado, por lo que me dicen quienes sí lo han hecho son virtudes que también
atesora. Enhorabuena para el excelente técnico alicantino.
Otro
que ha demostrado talento y talante es Casillas.
No entro a valorar la oportunidad o no de su suplencia. Es derecho y trabajo de
su técnico hacer las alineaciones y, por ello, totalmente respetable para mí.
Pero sí valoro la actitud del reciente y reiteradamente galardonado como mejor
portero del mundo. Ha dicho que él se ve bien pero que su trabajo es superarse
constantemente y que eso hará para recuperar la titularidad. Eso significa
profesionalidad, espíritu deportivo, humildad y respeto hacia sus compañeros y
técnicos. Algo de lo que muchos sin su trayectoria y palmarés deberían tomar
buena nota. Dejo al criterio de los amables lectores de esta columna el
ejercicio de poner nombres y apellidos a quienes se empeñan semana sí y semana
también en demostrar todo lo contrario. No es muy difícil porque hacen gala,
además, de ello.
Otro
que también ha ennoblecido el discurso futbolístico ha sido Valdano. Un madridista confeso y
convicto como él ha dicho una verdad como un templo que le honra como profesional y deportista que ha sido. “Es mezquino- efectivamente- no reconocer los méritos y la
enorme personalidad de un equipo como el Barsa” que no sólo ha elevado a
categoría su apuesta por la cantera ganando todo lo ganable en los últimos años
siendo absolutamente fieles a esa filosofía, sino que lo ha hecho poniendo el
nivel de la exquisitez futbolística tan alta que difícilmente será igualada por
nadie en el mundo en muchos años.
Y,
finalmente, es necesario referirse de nuevo a Del Bosque. Mira que le han enseñado capotes desde el burladero
para que rematara en ellos poniendo a prueba su bravura y querencias, pero él
ha respondido siempre desde la distancia elegante y el sosiego reflexivo. Les
ha venido a decir a quienes querían tentarlo que la bravura hay que demostrarla
en el campo y en la pizarra, gestionando recursos con sapiencia estratégica y
no dejándose arrebatar por los inevitables calentones competitivos. Y tampoco
por los caprichos transitorios de una pelotita, que ahí manda la diosa fortuna,
o de los egos desmedidos de quienes creen por momentos que han descubierto el
fútbol.
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