Las
dimisiones en la política, como en cualquier otro ámbito de representación, es
una práctica poco acostumbrada en esta España nuestra donde se trata demasiadas
veces de ‘sostenella y no enmendalla’, por encima incluso de criterios propios
despreciados por el baranda de turno,
machacados por la nomenclatura o, sencillamente, desautorizados por quienes se
representa. Es aquello de mantenerse en el sillón con orejeras alcanzado, aunque
éstas no te dejen ver ni tu alma. O, como se decía en las antiguas empresas
cuando los puestos de trabajo eran de por vida y se opinaba bien poco, “días y
ollas”. Y ahí los tenemos, en cualquier ámbito de nuestras instituciones –
porque las pagamos con nuestros impuestos o cuotas-, dándole al trinque de lo
ajeno con más cara que espalda, y
acumulando prebendas para el disfrute de hoy y el mañana que vendrá.
Hablando de Esperanza
Por
eso, cuando alguien como Esperanza
Aguirre se marcha dando un portazo a quien o quienes no le tienen en cuenta,
es un motivo de extrañeza y alarma para muchos y de esperanza para pocos,
seguramente los verdaderamente liberales en esencia. Despejadas ya a estas alturas las sospechas de
que fuera a hacer un panegírico personal sobre ‘la lideresa liberal madrileña’,
sí añado, sin embargo, que somos muchos los que estamos de acuerdo con
bastantes de las medidas que ha tomado en líneas generales y, casi más aún, de
las que ha dicho que debieran hacerse, o las que le han parecido erróneas
hacerlas y nadie le ha hecho caso en su partido ni en el Gobierno de su jefe Rajoy. Que son, con pocas dudas ya, las
razones políticas que de verdad han provocado su pase a la reserva; ya veremos
si activa o no, que esa es otra. Si
hubiesen sido sólo cuestiones personales, de las cuales es muy dueña y libre,
no se explica que D. Mariano le aconsejara pensárselo unos días. Se podrá
discutir su mayor o menor valía como política y gobernante, que si muy
conservadora o demasiado liberal, que si defensora de lo privado y/o enemiga de
lo público, que si es más o menos importante haber puesto a Madrid por encima de
Cataluña, por ejemplo, en PIB; que si
subir tasas diciendo que eso no son impuestos, de cualquier forma, es mentir; o
de que es mejor lo contrario etc.; incluso que ha caído en el nepotismo con su
gente más cercana, o que ha sido autoritaria de más en otras cosas. Lo que cada
cual quiera según su propia ideología, experiencias o conocimientos sobre el
tema, pero de lo que nadie la podrá
acusar es de no haber sido coherente con las ideas que ha defendido casi
siempre en su vida pública, y eso es un valor muy a tener en cuenta en un
representante de la voluntad popular.
Antiliberalismo reinante
Hablamos
de un país donde millones se alegraron de que Franco muriera en su cama y otros tantos lo lamentaron, igual que
ha ocurrido recientemente con Carrillo, en infinita menor cuantía y salvando todas las
distancias, claro, y sin querer establecer comparaciones entre uno y otro
personaje – eso sería disparatado y otro debate-, pero que sólo fueron
similares en esa circunstancia y en el común denominador, en extremos tan
opuestos, de su radical antiliberalismo.
Hacia la esperanza
Lo
de Esperanza Aguirre, sin embargo, da para otra lectura. Y es que sería bueno
que creciera el ejemplo entre los políticos y asimilados de volverse a casa y a sus profesiones - ¡¿quéeeee?!- cuando haya que romper la propia honestidad al
tener que hacer blanco cuando se piensa negro, para simplificar, por las
razones que sean, o se sienta la impotencia de no poder hacer más. Y también sería bueno que lo hicieran a edades
más tempranas, y no cuando ya se piensa que no hay años por delante para
cambiar las cosas desde dentro, que es desde donde mejor se pueden intentar los
cambios necesarios para evitar el
gobierno de los mediocres o aventuras revolucionarias y saltos en el vacío que
tanto daño han hecho a tanta gente en tantos ejemplos históricos. Así, al
menos, se lo podrían pensar antes y, en lugar de tirar la toalla, pelear desde
dentro de las instituciones y de la situaciones en vías de pudrición. Que es la
única crítica razonable que se le puede hacer al valioso que se larga mandando
a todos a hacer puñetas, porque entre ellos están sus representados, o
votantes, según el caso.
Para
terminar, la triste convicción personal de que los que aguantan carros y
carretas con tal de permanecer en el cargo, no son, digamos siendo piadosos,
los mejores y más honestos, ni los más eficaces y eficientes españoles en la
defensa de los intereses comunes de todos. Entre esos personajes, los mediocres
se podrían segar por abundantes. Otro día hablaremos de estos individuos que lo
son por gobernación, oposición, omisión,
subvención o mamandurrias y complicidades diversas, por muchas
oposiciones, doctorados, o méritos corporativos y sociales
que tengan o muy temprano que se levanten.
Ojalá
hubiera mañana mismo una cola de mediocres dimitiendo en masa.Uff… ¡largo me lo
fiais, Sancho!
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